Reyes Magos
Hubo un tiempo en que los niños desnudábamos los caramelos del día de Reyes con la misma vehemencia que los adultos desnudaban amantes, y quizás incluso hubo otro tiempo anterior en el que los niños eran tan pobres, que sólo podían imaginar caramelos con la misma resignación con que los adultos soñaban poder regalarlos. El otro día volví a mi pueblo, Lucena, y me di cuenta de lo mayor que soy. Ahora los niños permanecen indiferentes ante una lluvia impúdica de colores y los adultos pisan caramelos como si fueran incómodas chinas en espléndidos zapatos.
La verdad es que no sé si ahora los niños de mi pueblo tienen demasiados bolsillos para llenar o es que los adultos no somos lo suficientemente imaginativos para saciar sus ilusiones. Lo cierto es que la noche de Reyes volví a mi casa pisando un lodazal de caramelos masacrados mientras los niños dormían inquietos esperando sus regalos de Reyes.
Me he preguntado estos días si en algunas ciudades no ha acabado todo esto por ser uno de los excesos más significativos de la Navidad; los periódicos llenan cajas de titulares con los kilos de golosinas que lanzarán los Magos de Oriente, las peñas compiten por mejorar las cifras del año anterior y los niños se alinean en las calles con la inconsciencia de los más forofos seguidores de fútbol. No me negará señor director, que corren malos tiempos para las ilusiones y malas expectativas para los niños.
Estos días me he comido el último caramelo, que ha sido desabrido para mis pupilas e indigesto para mi recuerdo. Espero que los Reyes hayan sido más generosos con usted que con mi memoria y a ver si el año que viene tenemos mejor suerte con los colores, con los sabores y con las ilusiones.
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