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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Después, Mas

Jordi Pujol ha demostrado en su dilatada carrera que dispone de reflejos. Lo hizo cuando saltó de su coche oficial para interpelar a quien le apedreaba, y en momentos decisivos como el 23-F. Tener reflejos supone asumir las propias debilidades, vislumbrar las coyunturas desfavorables y anticiparse o reaccionar a tiempo. A Pujol se le disparó la alarma el día en que los socialistas de Pasqual Maragall le ganaron en votos. Aunque Convergència i Unió (CiU) logró más diputados y formó Gobierno gracias al PP, supo que estaba amortizado. Planificó su relevo para salvar la supervivencia de su trayectoria y de su formación. Pese al artificio de su diseño y al exceso de partidismo de la Administración autónoma, resulta positivo -coseche los resultados que coseche- todo esfuerzo por evitar el derrumbe de los partidos democráticos.

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El primer paso fue encumbrar al consejero de Economía, Artur Mas, a conseller en cap, lo que le señaló como sucesor. Requirió varias crisis agónicas de gobierno para pacificar a su socio de Unió, cuyo jefe, Josep Antoni Duran i Lleida, aspiraba a delfín. Luego convirtió la coalición CiU en federación. Y el lunes designó a Mas como próximo candidato nacionalista a la presidencia de la Generalitat.

Pujol ha hilvanando con precisión de relojero las secuencias de su sucesión, aunque a costa de un abandono de las tareas de Gobierno. Durante el último año ha visto con sorpresa la rebelión de comarcas enteras, como la del Ebro, por el apoyo de CiU al Plan Hidrológico Nacional y por el abandono de las zonas rurales. El debate de la moción de censura presentada por Maragall focalizó la política en asuntos como la enseñanza, las infraestructuras o el suministro eléctrico y evidenció el agotamiento del Gobierno, pese a la habilidad parlamentaria demostrada por Mas.

La reciente paralización de Cataluña por los apagones y las nevadas ha subrayado la incapacidad del Ejecutivo para resolver problemas básicos, con un serio coste político que gravita ya sobre Mas. Pujol le ha allanado el camino, pero la herencia no es una bicoca. Podría fortalecerle con el abandono anticipado de la presidencia de la Generalitat para cederla a Mas. Se ahorraría, además, nuevas reuniones con su aliado José María Aznar, que tan íntimamente le mortifican.

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