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Columna
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Cerditos

Este es un año que ha empezado rápido, muy rápido. Desde luego, más rápido de lo habitual. Normalmente a los años les cuesta nacer, vienen como abotargados por las comilonas navideñas y de tan lerdos como parecen, cuesta que los reconozcamos como nuevos. ¿Nuevos en qué? Muchas veces, tan solo en la liturgia de la cifra. No hay nunca un discurso con que rellenar el cambio de año porque no se sabe en qué va a cambiar más allá de la mismidad numérica. Y eso que en la llegada del año 2000 nos pudieron entretener con el supuesto cambio de milenio y en la del 2001 con que entonces ya tocaba. Pero nada, poco más de lo de todos los años: pura simpleza contable, resultado de la adición de una unidad.

Así, en circunstancias normales, este año nos habrían dado la tabarra con eso de que es el único capicúa del siglo. No lo han repetido demasiado. Porque, a diferencia de lo habitual, el año ha empezado con un cambio tan real como es el cambio de moneda, que afecta a todos los bolsillos. La vacuidad de un cambio de año se nota en algo tan evidente como es el hecho de que aparezcan como noticias los discursos protocolarios del jefe del Estado y, en menor medida, del presidente autonómico de turno. Costaría distinguir un discurso del Rey de un año para otro y sin embargo, cada dos de enero ocupa la portada del periódico tras haber estado 24 horas en los informativos de radios y televisiones. En cambio este año, no. Y eso que la familia real estaba preocupada, el monarca se comía las uvas en un hospital acompañando a su yerno y comparecía en la tele con una sobria corbata negra.

Pero no, el discurso del Rey y el celofán que lo envuelve perdía todo su interés frente a algo tan real como es el cambio de moneda. La cosa es tan evidente que aunque en las nuevas monedas aparezca la efigie de Juan Carlos I, ese anverso carece de relevancia alguna, pues lo que importa es el reverso: distinguir si la pieza es de uno, o de dos euros y más aún cuando, con los primeros turistas, circule la calderilla acuñada en otros países de la UE y se renueven las caras de esas mismas monedas.

Pero, más que rápido, este año va acelerado y la prueba es tan sabrosa como un jamón de pata negra. Hace tiempo ya que tengo por costumbre dedicar una columna al año a la exaltación y defensa del cerdo. Suelo hacerlo cuando no tengo tema que llevarme a la boca y como del cerdo se aprovecha todo, pues aunque sea un caldito sale de la columna. Pues bien, el día 2, la empresa PPL Therapeutics proclamaba la creación de cerdos clonados y transgénicos para transplantes, adelantándose 24 horas al anuncio de que la revista Science publicaba un trabajo en la misma línea de otro grupo de investigación. El nuevo año y sus acontecimientos no me daba ni 24 horas de respiro para que hiciera mi ritual y desmedido elogio del cerdo las noticias parecen haberse empeñado en darle la razón a los diarios y envejecen cada 24 horas. Y de envejecimiento iba la noticia del día siguiente: la oveja Dolly tiene artritis. Terrible, porque el envejecimiento acelerado de la oveja pone sobre el tapete el riesgo de la clonación y difumina las expectativas de investigaciones espectaculares como la de los cerditos clonados. Este nuevo acelerón del año, este rápido envejecimiento, tenía su correlato en la caída de la esperanza en las nuevas terapias prodigiosas y, tal como pasa últimamente cuando se derrumba una esperanza, los mercados sufren un bajón y ese mismo día las acciones de PPL Therapeutics caían un 16% en la Bolsa que parece seguir empeñada en ser la misma vida.

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