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Columna
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Lluvia

Los paisajes del litoral valenciano se asemejan estos días a los cuadros de Turner. Completamente ajena a la tópica luminosidad de Sorolla, la naturaleza se desgasta en una gama de matices que tienden al gris. En la ciudad, se difuminan las fachadas de los edificios como si un dios travieso estuviese jugando con la goma de borrar sobre los contornos de un dibujo. Al estrenar el año 2002, la lluvia fina cala en nuestra existencia para condicionar el humor de la entrada en una nueva era. Se diría que no bastaba con cambiar de moneda, sino que hacía falta transfigurar lo cotidiano en una escena donde no podemos dejar de sentirnos extraños, de percibirnos 'otros'. La lluvia se ha instalado en las calles como un elemento persistente que envuelve el trasiego de las multitudes y hace destellar las luces de un comercio que, desde miles de cajas registradoras, bombea euros para una transfusión monetaria de proporciones continentales. Hay una sensación indefinible de crear algo nuevo en el humilde gesto de pagar y cobrar, de devolver el cambio. Es un gesto demótico por excelencia y en su reiteración se basa la vasta maniobra que teje un sistema vascular común para el armazón de Europa, y que le da vida. El dinero, en su circulación como papel moneda, en sus formas abstractas de intercambio, en su fluidez electrónica, posee una capacidad regulativa, de comunicación y de poder sin la cual halla límites obvios la construcción de cualquier entidad política. Tal vez desde los tiempos romanos del denario (de donde procede, por cierto, la palabra 'dinero') ninguna moneda había gozado de una difusión tan amplia en la geografía del viejo continente como la que ya tiene el euro. A algunos les parece excesivo el tiempo transcurrido desde el tratado de Roma para llegar a algo tan prosaico. A otros, que ya no pueden verlo (pienso en Vicent Ventura), se les antojaba un sueño cuando defendían en épocas oscuras aquel pacto fundacional de 1957. Nosotros, sus protagonistas, evocaremos el tacto de las nuevas monedas, el color de los billetes y la suave excitación de un paso histórico porque sobre el país caía una lluvia tenaz, centroeuropea.

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