El padre de la novia
MI PADRE HA TENIDO un desagradable accidente navideño. Quiero contarlo para que ustedes vean que en nuestra casa no todo es cachondeo sin fin. Como bien recuerda Peñafiel cuando nos habla de la casa monegasca, no todo es jijijajá en la casa de nuestras grandes familias. Salía mi padre de su magnífica residencia moratalaceña, cargado con una caja de botellas de vino de camino a casa de su encantadora hija (yo), cuando sin venir a cuento la caja se rompe y se le cae una botella a mi padre en su dedo gordo (del pie). Destrozado por el dolor, agarra la caja como puede y va cojeando a la bodega donde había comprado el preciado líquido. Allí mismo se quita el zapato y le muestra al bodeguero una uña ensangrentada. ¡Oooohhhh!, exclaman los clientes. Ahí no queda la cosa, mi padre sube el pie ensangrentado al mostrador. Los clientes dicen: ¡Aaaggg! El bodeguero, temiendo que mi padre, visto el camino que lleva, decida chuparse la sangre allí mismo, procede a indemnizarle: le dan 200 pelas por la caja, sustituyen la botella rota, y otra más por el morro, y se las llevan a casa. Y él, feliz: qué importa una uña si te regalan un buen vino. A mi padre le hubiera gustado salir en El País Madrid porque dice que todo lo que yo cuento suena a majadería, pero le dije: 'Papá, para que te saquen en El País Madrid, mínimo te tienes que haber seccionado el pie con la botella', y me dijo: 'Que se lo seccionen ellos, no te jode'.
Para compensarle por el mal rato compramos un corderillo lechal en Nochevieja. En trozos bien pequeños porque cuando veo el animal entero vomito. Varios restaurantes de Atocha exponen estos días unos cerditos con espumillón y bolas rojas en la boca. Lo encuentro excesivo. A mí el síndrome Bambi, como llaman en América a los que tienen aversión a la carne, me viene desde que un taxista me recomendó un asador en el que, decía el hombre muy gráficamente, los corderillos son tan tiernos que se nota que se los arrancan a la madre de la teta. Me afectó la sola idea. Desde entonces sólo me como un corderillo si está despedazado e irreconocible. Es que con los años una se va haciendo superhumana, me dijo Bicoca del Fresno. Luego me citó en El Corte Inglés. En el de Generalísimo, dijo. Ella es muy clásica. Fui en metro hasta allí porque la Visa y yo estamos pasando un momento crítico (qué bonita sería una subida de sueldo). Al verme salir de la parada, Bicoca se echó a reír: 'Ay, qué chiquilla eres'. Bicoca sólo entró en el metro una vez que estaba pidiendo para el cáncer y se puso a chispear. Se metió bajo el tejadillo hasta que escampó.
La del Fresno y yo nos metimos a El Corte. Bicoca me contó que la empresa de su marido le ha regalado un reloj de oro. 'Y a ti, ¿qué te ha regalado la empresa del tuyo?', me preguntó. Y yo le dije: 'Bicoca, es un tema doloroso para mí. Prefiero no hablar de ello'. La empresa del marido de Bicoca es propiedad del marido. Pero Bicoca dice que el regalo sale del corazón de los empleados. Y del bolsillo. La gente pija no sé cómo lo hace, pero se las arregla para tener empleados de derechas que se matan a trabajar y no creen en la lucha de clases. Bicoca y yo cambiamos el reloj de oro ('¿dónde voy yo con esta horterada?'), y con el dinero compramos los regalillos que todos los años Bicoca hace para los niños de los empleados. Con lo cual, los regalillos los compran los mismos empleados y Bicoca queda como Dios. No quisiera que me tacharan de reaccionaria, pero hay algo en Bicoca que envidio.
La Nochevieja la celebramos como cualquier familia, como ustedes, queridos lectores de EL PAÍS. Somos gente sencilla. Mi padre se bebió gran parte del regalo que nos había hecho (tiene un punto Bicoca) y después de devorar el célebre corderillo vinieron las uvas, el anuncio más caro del año y la vieja tentación de suicidarte introduciéndote un polvorón La Estepa en las vías respiratorias. En la 1 estaba Rosarillo. Mi padre es muy de Rosarillo, aunque de cuerpo prefiere a las Azúcar Moreno, que son más jaquetonas. En la 3 salía Rosarillo cantando una rumba sobre el Pescaílla. Pusimos Telemadrid y quién salía, Rosarillo con el tema-Pescaílla, y en la 5, ¡Rosarillo y su Pescaílla! Lo encontré reiterativo. Saturados de tanta originalidad, apagamos la tele. Mi padre pidió a los niños: 'Cantar la canción esa de la cabra que me gusta'. Por un momento me temí que fuera aquello de: 'La cabra, la cabra, la puta...'. No me hubiera extrañado porque el alcohol desinhibe, pero no, pusieron el CD de La Cabra Mecánica, con la participación estelar de María Jiménez: 'Tú que eres tan guapa y tan lista, tú que te mereces un príncipe, un dentista...'. Ellos cantaban y mi santo y yo mirábamos como dos pasmarotes. Mi santo no es hombre de baile. Pues hala, le dije con rencor, me compraré un turbante y así pareceremos Jean Paul y Simone. 'Más que a Simone, le darías un aire a Florinda Chico en La casa de los líos, me dijo. 'Y tú al Fary, no te digo', contesté dolida. Y él, para enternecerme, me cantó al oído esa copla inmortal de nuestro Fary: 'No me riñas / no me riñas / que pueden enterarse / nuestras cuatro niñas'. Sabe cómo tocarme la fibra. (Mi padre dice que lo suyo sería que lo sacaran a él en la foto. Yo sólo digo lo que él me ha dicho).
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