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Columna
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Números de primos

De un tiempo a esta parte, cada año que se inaugura trae su lío numérico. Ayer fueron los milenios, hoy son los euros, es decir otra clase de tiempo. Pero el capicúa 2002 ha comenzado con unos números más sutiles, los del Sociómetro de Otoño elaborado por el Gobierno vasco. Y ahí las sorpresas son mayúsculas. Resulta que un 50% de ciudadanos de esta sociedad que se supone informada desconoce los partidos que componen el propio Gobierno. Y eso después de unas elecciones en las que muchos creyeron que se decidía el ser o el se era para decidir. ¿Qué estarán entendiendo cuando se habla de una minoría tripartita que se toma a sí misma por mayoría pero que no pudo sacar adelante los presupuestos hasta que hubo quórum? Un galimatías, seguro, que no se les despejará ni aunque se lo conviertan en euros. Pero no han de faltar los chismosos que les acusen de haber aceptado que, en gobernando el principal, poco importan los adláteres, por lo que deben de parecerles cosa de risa las sutilezas parlamentarias o, peor, triquiñuelas de tiquismiquis.

La otra gran sorpresa viene de la mano del Concierto. La mitad de los ciudadanos confiesa no saber cómo se come. Y ello a pesar de la tabarra que se ha dado por radio, prensa y televisión. Lo gracioso del caso estriba en que todo esto ocurre en una sociedad que se supone crispada o, por lo menos, compleja y problemática. Pero no eran más que exageraciones puesto que la mitad, por lo menos, de los ciudadanos pasa por la vida como las salamandras a través del fuego, sin tostarse ni el bigote. Aunque las implicaciones pueden ser otras. Ya estoy oyendo al Pepito Grillo sarcástico de turno aducir que esta ignorancia del Concierto le viene de perillas al Gobierno porque así puede hacer circular toda la información que le interese como, por ejemplo, la de que el Concierto prevé que nuestro pueblo ha de estar representado directamente en la Unión Europea o que Madrid está cometiendo un robo a mano armada pidiendo más dinero del debido, o que no se han roto desde aquí las negociaciones porque no tiene nada que ver que se planteen objetivos irreales: o se negocia o no se negocia.

Pero el Pepito Grillo de marras no se ha percatado de que si a la mitad de la población no le interesa nada de todo eso, mucho menos le van a interesar sus socaliñas, con lo que más le valdría mostrarse indulgente ya que así, por lo menos, evitaba meterse con el prójimo y practicaba la difícil virtud de la caridad. No hay que ser, sin embargo, muy puntilloso para percatarse de que el Sociómetro tiene su miga. Al menos cuando pregunta por la independencia y la autodeterminación como figuras separadas y sin que nadie se haya tomado la molestia de explicar en qué consiste autodeterminarse. Si algo tan escrito y estipulado como el Concierto puede prestarse a una hipotética manipulación, qué no ocurrirá con algo tan etéreo y evanescente como el derecho a no se sabe qué. Pero mucho me temo que Grillo haya vuelto a imponer su voz. Y no se trata de eso, se trata de que hay toda una sociedad que parece vivir sin enterarse.

El periodista Sebastian Haffner distingue dos actitudes en la sociedad alemana del periodo comprendido entre 1914 y 1933 o, mejor dicho, una actitud esquizoide: por un lado está la vida de todos los días y por otro está la de los periódicos, es decir, la que trae los sobresaltos. Así, el ascenso de los nazis, las crisis políticas o las trifulcas callejeras serán 'sólo noticias de periódico'. 'Con nuestros propios ojos y oídos no veíamos ni escuchábamos nada muy distinto a lo que ya de por sí nos habíamos acostumbrado a oír en los últimos años', dice. Y en ésas estamos. Lo de todos los días nos resulta tan apetecible que no nos marcharíamos de aquí con las mismas condiciones de vida y trabajo. Y lo pensamos un 85%, es decir casi toda mi persona excepto un pie. Lo malo es que en este mejor de los mundos posibles se nos cuelan las noticias del periódico.

Cierto, tenemos a ETA por el principal problema, pero lo tratamos como si fuera un problema en el que no debiéramos intervenir a título de ciudadanos. Como ciudadanos nos interesa sólo lo nuestro, 'el fondo marino de la vida real', en palabras de Haffner. El resto sería política.

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