Con el euro en el bolsillo
Como cada 1 de enero, Ángel, de 46 años, se levanta tarde. Es el primer día del año 2002. Pasan de las once y tiene la desagradable sensación de que comió y bebió más de la cuenta en Nochevieja. La cifra que ve en la báscula del baño le asusta: 80 kilos. 'O sea', se burla de sí mismo, '80 pesetas de grasa o 48 céntimos de euro. Desde la cena de Nochebuena he engordado tres kilos. ¡Y eso que todavía quedan seis días de fiestas!'.
Ángel y el resto de su familia (esposa, dos hijos y suegro) son personajes ficticios, pero cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia. Al contrario, millones de españoles van a vivir, a partir de la Nochevieja -en cuanto el euro se convierta en moneda de uso cotidiano y no contable, como en los últimos tres años-, situaciones muy parecidas a las suyas.
Se calcula que el 70% de los billetes en euros se distribuirá a través de los cajeros automáticos. En España hay unos 45.000, casi la cuarta parte del total europeo
Como él, son legión quienes se han propuesto pensar más en euros que en pesetas desde el día 1, cuando culmina la mayor revolución monetaria de la historia: desaparecen las monedas de 12 Estados de la Unión Europea, entre ellos España, y se rompen fronteras que parecían infranqueables.
Claro que no todo el mundo lleva más de un mes entrenándose a conciencia como este personaje ficticio. Antes de acostarse, al filo de las cuatro de la madrugada, Ángel depositó en la mesita del dormitorio dos euromonederos con 12,02 euros cada uno, equivalentes a 2.000 pesetas, distribuidos en 43 monedas diferentes. Desde el 15 de diciembre se podían adquirir en bancos y cajas de ahorros. De hecho, la familia lleva dos semanas estudiando el manejo de las nuevas monedas, aunque no fuesen aún de curso legal. Además, Ángel se espabiló para ser de los primeros en conseguir los billetes de euros. Por eso había en la cómoda dos montoncitos con 100 euros en billetes pequeños de 50, 20 y 10.
El 70% de los euros se distribuirá por la red de cajeros automáticos. En España existen 45.000, casi la cuarta parte de los que hay en Europa. El primero con el que probó Ángel sólo daba pesetas. Y el segundo. Y el tercero. Pero no se dio por vencido y en el cuarto tuvo más suerte: la máquina le entregó 200 euros y un recibo con la cifra también en pesetas.
Está previsto que el 10% de los cajeros funcione con euros justo después de las 12 campanadas que marcan el nuevo año y el comienzo de la nueva era, la de la moneda única de 12 países de la Unión Europea. Los planes de la Confederación Europea de Cajas de Ahorros (CECA) son que, a lo largo del día 1, se adapten más del 80% y que el resto lo haga antes del 14 de enero. A pesar de esas medidas, la mayoría de los que quieran sacar dinero en las primeras horas de 2002 se tendrán que conformar con pesetas.
La esposa de Ángel, Belén, de 44 años, siguió el juego a su marido, de forma que se crearon en la vivienda varias zonas euro en las que todos los productos y utensilios estaban etiquetados por partida doble, tanto en pesetas como en la nueva moneda. Todo el mundo colaboró: el abuelo paterno, Julián, de 73 años, y los dos hijos del matrimonio, Enrique, de 19 años, y Elvira, de 17. El chico fue quien se encargó de marcarlo todo en euros y pesetas.
A las once de la mañana del día 1, Enrique duerme como un lirón. Llegó de madrugada de una megafiesta en la que corrió el alcohol, atronó la música y, a partir de la medianoche, circuló el euro, aunque había barra libre y las 7.000 de vellón (unos 42 euros) se abonaron en pesetas, pues todavía era el 2001. Los discotequeros se tomaron a pecho lo de devolver el cambio en euros. Desde comienzos de diciembre se surtieron de billetes y monedas para aguantar una temporada. Eso hizo que Enrique volviera de la fiesta hecho unos zorros, pero con algunos euros en el bolsillo.
Entrenamiento casero
En cuanto a su hermana Elvira, pasó la Nochevieja en una fiesta privada. Cada asistente pagó 3.000 pesetas (18,03 euros). Para volver a casa, llamó a un taxi por teléfono. La broma, con el suplemento de fin de año, le salió por un pico: 2.300 pesetas (13,82 euros). Pagó con un billete de 5.000, preguntándose si recibiría la vuelta en euros. No fue así. El taxista le dijo que, en una noche loca como esa, no quería llevar encima más dinero del imprescindible. Eso sí, le mostró dos compartimentos separados para manejarse con ambas monedas durante el periodo de coexistencia, es decir, hasta el 28 de febrero, día en el que la peseta pasará a la historia.
Antes de limpiarse los dientes, Ángel mira la etiqueta visible de las dos que había pegadas en el tubo: 320 pesetas. Le da la vuelta y lo lee en euros: 1,92. Utiliza un gel de baño de 3,56 euros (592 pesetas), se afeita con una maquinilla desechable de 2,02 (336), se aplica un desodorante de 1,80 (299), estrena unos calcetines de 3,24 (539) y unos zapatos de 51,09 (8.500), se pone unos calzoncillos de 10,82 (1.800), unos pantalones de 49,28 (8.200), una camisa de 24,01 (3.995), una corbata de 19,23 (3.200), una chaqueta de 144,21 (23.995) y un abrigo de 210,35 (35.000).
Belén se encargó de que cada miembro de la familia encontrara al levantarse un paquetito envuelto como un regalo con el lote euro al completo: calculadora, monedero y billetera adaptada a los nuevos billetes, algunos de ellos de mayor tamaño (como el de 500 euros, de 160 por 82 milímetros) que los de 10.000 pesetas. Los fabricantes de piel de Ubrique no han dado abasto en las últimas semanas para cubrir la demanda.
El abuelo Julián lo tiene claro: hasta que no pase un tiempo y se disipen las dudas, él piensa repartir el dinero que lleve encima de una forma sencilla: los euros, a la derecha; las pesetas, a la izquierda. La calculadora irá en este último bolsillo porque confía en que no tardará en vaciarse.
Si a los chicos les preocupa algo no es el tamaño de la billetera, sino la imposibilidad de llenarla. '¿Para qué me sirve?', se pregunta Julián, '¿para que me quepan billetes de 500 euros si no voy a ver uno ni en pintura?'. Su abuelo le da la razón. Su pensión de 93.000 pesetas le parece ridícula cuando la ve escrita en euros: 558,94. Los megabilletes le parecen casi un insulto, una invitación para mafiosos: 'Si un millón de pesetas llegó a pesar alguna vez un kilo, ahora no pasará de los 100 gramos'. Por eso aplaude que Portugal no los ponga en circulación, aunque sus bancos tendrán que aceptarlos. Ni siquiera se fabricarán los de 200 (33.277 pesetas y dimensiones de 153 por 82 milímetros).
'Peor aún', machaca el abuelo. 'Hasta ahora podía considerarme millonario, pero el otro día pedí un extracto de mis cuentas y cartillas en el banco y ¿con qué me encontré? Que mis ocho millones largos de pesetas, fruto del ahorro de muchos años, se habían reducido a menos de 50.000 euros'. Eso sí, aventura que no tendrá problema con los céntimos: 'Soy el único de esta familia que se manejó alguna vez con ellos'.
Viajes más fáciles
Trauma del abuelo aparte, todos saben bien a qué atenerse, y pertenecen a esa mayoría de la población que ve con esperanza la llegada de la nueva moneda. Las nóminas de Ángel y Belén, la pensión del abuelo, el recibo de la hipoteca, las facturas del teléfono, el gas, el agua y la electricidad hace tiempo que llegan en euros y en pesetas. El banco entregó los nuevos talonarios y les advirtió de que, desde el 1 de enero, no se podrían girar cheques en pesetas.
A medida que se acercaba el fin de año se fueron desprendiendo de sus billetes en pesetas, aunque todavía les queda algo del viejo dinero para ir tirando los primeros días. Por consenso, decidieron que guardarían las monedas que les sobrasen para engrosar las huchas de la solidaridad con África abiertas por tres ONG: Cruz Roja, Intermón-Oxfam y Médicos Sin Fronteras. Esperan recaudar así 4.000 millones. Guardan los cheques de viajes en dólares, pero ya se han deshecho de los que les quedaban en marcos. Tienen, además, marcos en billetes, francos franceses, liras, escudos portugueses y florines holandeses, y piensan cambiarlos enseguida por euros, aunque tengan de plazo hasta el 31 de marzo.
Viajeros impenitentes, sueñan con un euro tan universal como es ahora el dólar; en cruzar fronteras sin cambiar divisas, sin preocuparse de gastar el dinero sobrante y ahorrando en comisiones de cambio. Toda la familia piensa que es mejor cortar por lo sano con la peseta. Nada de funerales de lujo: el muerto al hoyo y el vivo al bollo
Antes de salir a la calle, los cinco miembros de la familia examinan los nuevos billetes. Tienen al lado un folleto en el que se explica cómo aprender a distinguir las falsificaciones. Por el tacto (están fabricados con un papel de fibra de algodón de textura especial). Por la vista (atención a la marca de agua y el hilo de seguridad). Y por el movimiento (dispone de elementos holográficos, una banda iridiscente y tinta que cambia de color). El Banco Central Europeo los considera casi infalsificables, pero, sobre todo en los primeros meses, habrá que andarse con ojo, incluso con las monedas.
Los vendedores de la ONCE han recibido un entrenamiento especial, al igual que colectivos considerados más vulnerables, como el de la tercera edad. Nadie quiere sorpresas.
Les gustaría tener más euros de los que Ángel sacó del cajero, pero no será fácil obtenerlos. Están los bancos, pero hoy, 1 de enero, es festivo, y se encuentran cerrados. Aunque no todos. Para facilitar la transición a la nueva moneda, abren durante unas horas (aproximadamente entre las 11.00 y las 14.00) unas 800 sucursales, el 2% del total. El primogénito de la familia se ofrece a probar suerte. Ya se ha desperezado y no tiene nada mejor que hacer. Así aprovechará para comprar el periódico y el pan. Su padre le entrega un cheque por 300 euros, con el que inaugura el talonario. Al mismo tiempo, como en un acto ritual, rompe en pedazos los tres de distintas entidades que había en la casa. Ya no sirven para nada.
Primer chasco: los quioscos están cerrados. Es uno de los tres únicos días del año en los que eso ocurre. No obstante, ya sabe que el precio del periódico es de 90 céntimos. Exactamente, 150 pesetas. La panadería es de los pocos establecimientos que no se han tomado el día libre. Enrique compra dos barras. Precio: 1,26 euros, o sea, 210 pesetas. El mismo que días antes. Aparentemente no ha hecho de las suyas el temible redondeo, la mayor amenaza para la estabilidad de precios. Sin embargo, la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) detectó que, entre los meses de septiembre y noviembre, el aumento de precios en el sector superó el 15%.
Redondeo
Enrique paga con 300 pesetas. La dependienta de la panadería, sin inmutarse ni echar mano de la calculadora, le dice: 'Noventa pesetas de vuelta, equivalentes a 0,54 euros'. Y le entrega una moneda de 50 céntimos, otra de 2 y 2 de 1. Evidentemente, la chica ha hecho sus deberes. Y el dueño se ocupó a su debido tiempo (a comienzos de diciembre) de proveerse en el banco de la cantidad suficiente de euros como para no tener problemas con los cambios.
Tiene suerte. El banco está abierto. Hay cola, pero en 10 minutos Enrique ha cobrado su cheque: le entregan un billete de 100 (equivalente a 16.639 pesetas), 1 de 50 (8.319), 3 de 20 (3.328 cada uno), 5 de 10 (1.664) y 8 de 5 (832). Este último, de color gris, está llamado a sustituir al popular de 1.000 pesetas.
Las monedas tienen una cara común y un reverso distinto en cada uno de los 12 países de la eurozona: España, Portugal, Grecia, Francia, Italia, Alemania, Irlanda, Finlandia, Austria, Bélgica, Holanda y Luxemburgo. Sólo el Reino Unido, Dinamarca y Suecia se han quedado fuera. Por supuesto, todas las monedas nacionales pueden utilizarse en los 12 de la eurozona, incluso en países que han adoptado el euro como moneda oficial (San Marino, Andorra, el Vaticano y Mónaco) y en varios de la ex Yugoslavia donde el euro heredará los privilegios del marco.
En el reverso de las monedas españolas de 1 y 2 euros (166,386 y 332,77 pesetas, respectivamente) figura el rey Juan Carlos. En las de 50, 20 y 10 céntimos (83,19, 33,28 y 16,64 pesetas) se recoge la efigie de Miguel de Cervantes. Y en las de 5, 2 y 1 céntimo (8,32, 3,33 y 1,66 pesetas) aparece la catedral de Santiago de Compostela. La moneda de 50 céntimos está destinada a tomar el relevo de la de 100 pesetas. Será la que se necesite, por ejemplo, para coger los carritos de los supermercados.
Los billetes son comunes, exactamente iguales en los 12 países del euro, con colores diferentes para cada uno de ellos y dibujos de puentes y pórticos imaginarios pintados por el artista austriaco Robert Kalina. Demasiada variedad, dicen los amantes de los uniformes billetes verdes en dólares. No más que la de los marcos alemanes, replican los convencidos de que el euro se impondrá en el mundo y plantará cara a la divisa estadounidense. Y eso a pesar de que, desde la entrada en circulación efectiva (aunque sin presencia física) de la moneda única, hace tres años, ha perdido más de un 20% de su valor respecto al dólar.
Ángel entrega las asignaciones semanales. Su hijo cobraba 5.000 pesetas, que se convierten en 30 euros (renuncia a 5 céntimos residuales), y su hija, 4.000, equivalentes a 24,04 euros. Como gesto de buena voluntad, se le redondea a 25. Además reciben un complemento del abuelo: 6 euros (1.000 pesetas).
Hay que ponerse en marcha. El plan es tomar un aperitivo en un bar, comer en un italiano y ver una película. Luego, cada cual tirará por su lado. Enrique se va antes ('nos reuniremos en el restaurante') porque ha quedado con unos amigos, y coge el autobús casi a la puerta de casa. Utiliza su metrobús, que compró días antes en pesetas: 760 (4,57 euros). En el vehículo, varios carteles advierten de que, durante el periodo de transición entre las dos monedas, hay que llevar preparado el importe exacto del billete.
En Madrid, el precio ha pegado un buen salto precisamente con la entrada del nuevo año: de 145 pesetas (0,87 euros) pasa a 158 (0,95%). Un redondeo casi salvaje del 9%. Aunque para redondeo el del metrobús, que costará 5 euros justos (832 pesetas), con un incremento del 9,4%.
Entretanto, sus padres, su hermana y su abuelo se dirigen en coche a un centro comercial. Antes paran en una gasolinera. Los precios están marcados ya exclusivamente en euros, y han subido considerablemente respecto a los del año anterior, aunque no por el efecto euro, sino por el incremento del impuesto de los carburantes: 4 pesetas estatales y hasta 1,56 autonómicas.
No será la última sorpresa desagradable que se lleven. En el mismo bar en el que, apenas dos semanas antes, una caña de cerveza costaba 150 pesetas (90 céntimos de euro), ahora ha subido hasta 1 euro justo. Ángel protesta débilmente. El camarero le recita una lección aprendida: 'Es que ha subido el impuesto sobre los alcoholes'. Cierto, pero apenas una peseta de repercusión en una caña, nada que justifique tamaño salto.
Como el que unos días antes apreció Ángel en la cafetería de la que es cliente habitual. Ahora le piden 183 pesetas por un café que costaba 170 (1,02 euros). Lo tenían a tiro para redondear a 1 euro, pero no. El precio subió a mediados de diciembre a la extraña cifra de 183 pesetas. Menos extraña cuando se ve su equivalencia en euros: 1,10. Ahí está el temible redondeo. Presente en la carta del restaurante e incluso en las localidades para el cine. Desde el 1 de diciembre, en un cierto número de salas se empezó a cobrar 915 pesetas. O sea, 5,5 euros.
Menos mal que parece que las máquinas automáticas no se han subido al carro. Algunas ya funcionan con euros: 75 céntimos de euro la lata de Coca-cola. Las que aún no se han adaptado siguen marcando 125 pesetas. El proceso de cambio está costando a las empresas del ramo unos 150.000 millones de pesetas (algo más de 900.000 euros).
El redondeo tiene sus normas, fijadas para evitar el alza de precios: se redondeará por exceso o por defecto al céntimo más próximo. Así, 3,576 euros se convertirán en 3,58. Y 3,574 pasan a ser 3,57. Excepto en las facturas telefónicas, en las que se utilizarán cuatro decimales. Pero no es una norma de obligado cumplimiento. En un régimen de libertad de precios, los comerciantes pueden hacer de su capa un sayo. El gobernador del Banco de España, Jaime Caruana, ha estimado entre el 0,2% y el 0,4% el impacto del redondeo sobre la inflación. La OCU lo eleva a más del 1%.
Sólo las reglas de la competencia, y la actuación de los consumidores, obligados más que nunca a estar vigilantes, evitarán que los precios no suban por la llegada del euro. Prácticamente la totalidad de los hipermercados y de los grandes almacenes aseguran que han hecho cuestión de honor no aplicar alzas. Muchos comercios se han adherido al código de buenas prácticas (que incluye un redondeo correcto) y exhiben el símbolo del euro y una cara sonriente.
Otro problema que se presenta con la llegada del euro es el de las tarjetas de crédito. En el restaurante se han sumado a la campaña de boicoteo al dinero de plástico por el alto porcentaje que se cobra por comisiones, y ofrecen un 3% de descuento si se paga en efectivo, ya sea en euros o en pesetas. El jefe de la familia echa mano de sus últimas pesetas (unas 13.000) y de sus primeros euros para pagar una cuenta de 188,30 euros (31.330 pesetas). Sólo el 9% de los pagos se hace con tarjetas en España, pero se calcula que la llegada del euro elevará la cifra hasta cerca del 30%.
Tras la película, los chicos se van con sus amigos, y el abuelo Julián se acerca al club de la tercera edad de su barrio a demostrar su dominio de la tabla del seis (la clave de la conversión entre la vieja y la nueva moneda) y a despotricar de los que dicen que su generación será la que tenga más problemas para adaptarse.
La suerte en euros
Ángel y Belén, agotados de la juerga de la noche anterior, deseosos de un poco de tranquilidad, se vuelven a casa. Y allí repasan cuántos euros tendrán que pagar por la hora de trabajo de la asistenta y el plazo del coche o si se harán un lío cuando tengan que rellenar en euros (con decimales y todo) la próxima declaración de la renta. También fantasean con que les toque el gordo de la Lotería del Niño. Los décimos se pueden comprar en pesetas (3.000) o en euros (18), pero el primer premio se cantará en euros: 1.440.000 euros (cerca de 240 millones de pesetas) por serie. El precio de los décimos semanales será habitualmente de 3 euros en la lotería del jueves y 6 en la de los sábados. La apuesta mínima de la quiniela será de 30 céntimos, 45 la del Bonoloto, 90 la de la Primitiva y 1,50 la del Gordo de la Primitiva. El cupón de ciegos costará un euro (ahora es 200 pesetas, o sea, 1,20). El supercupón de fin de semana no cambia: 1,5 euros (250 pesetas); pero sí el cuponazo, ahora del mismo precio pero que pasa a costar 2 euros (333 pesetas), aunque también asciende el premio: de 3 millones de euros (500 millones de pesetas) a 5 millones.
La vida en euros no será diferente que en pesetas. Más cómoda y segura a medio plazo, al integrarse aún más en un espacio económico y monetario de estabilidad; quizás un poco más complicada a corto plazo, sobre todo en el periodo de convivencia de las dos monedas. Pero lo que sea, sonará. Por eso, a Belén y Ángel el euro no les quita el sueño.Como cada 1 de enero, Ángel, de 46 años, se levanta tarde. Es el primer día del año 2002. Pasan de las once y tiene la desagradable sensación de que comió y bebió más de la cuenta en Nochevieja. La cifra que ve en la báscula del baño le asusta: 80 kilos. 'O sea', se burla de sí mismo, '80 pesetas de grasa o 48 céntimos de euro. Desde la cena de Nochebuena he engordado tres kilos. ¡Y eso que todavía quedan seis días de fiestas!'.
Ángel y el resto de su familia (esposa, dos hijos y suegro) son personajes ficticios, pero cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia. Al contrario, millones de españoles van a vivir, a partir de la Nochevieja -en cuanto el euro se convierta en moneda de uso cotidiano y no contable, como en los últimos tres años-, situaciones muy parecidas a las suyas.
Como él, son legión quienes se han propuesto pensar más en euros que en pesetas desde el día 1, cuando culmina la mayor revolución monetaria de la historia: desaparecen las monedas de 12 Estados de la Unión Europea, entre ellos España, y se rompen fronteras que parecían infranqueables.
Claro que no todo el mundo lleva más de un mes entrenándose a conciencia como este personaje ficticio. Antes de acostarse, al filo de las cuatro de la madrugada, Ángel depositó en la mesita del dormitorio dos euromonederos con 12,02 euros cada uno, equivalentes a 2.000 pesetas, distribuidos en 43 monedas diferentes. Desde el 15 de diciembre se podían adquirir en bancos y cajas de ahorros. De hecho, la familia lleva dos semanas estudiando el manejo de las nuevas monedas, aunque no fuesen aún de curso legal. Además, Ángel se espabiló para ser de los primeros en conseguir los billetes de euros. Por eso había en la cómoda dos montoncitos con 100 euros en billetes pequeños de 50, 20 y 10.
El 70% de los euros se distribuirá por la red de cajeros automáticos. En España existen 45.000, casi la cuarta parte de los que hay en Europa. El primero con el que probó Ángel sólo daba pesetas. Y el segundo. Y el tercero. Pero no se dio por vencido y en el cuarto tuvo más suerte: la máquina le entregó 200 euros y un recibo con la cifra también en pesetas.
Está previsto que el 10% de los cajeros funcione con euros justo después de las 12 campanadas que marcan el nuevo año y el comienzo de la nueva era, la de la moneda única de 12 países de la Unión Europea. Los planes de la Confederación Europea de Cajas de Ahorros (CECA) son que, a lo largo del día 1, se adapten más del 80% y que el resto lo haga antes del 14 de enero. A pesar de esas medidas, la mayoría de los que quieran sacar dinero en las primeras horas de 2002 se tendrán que conformar con pesetas.
La esposa de Ángel, Belén, de 44 años, siguió el juego a su marido, de forma que se crearon en la vivienda varias zonas euro en las que todos los productos y utensilios estaban etiquetados por partida doble, tanto en pesetas como en la nueva moneda. Todo el mundo colaboró: el abuelo paterno, Julián, de 73 años, y los dos hijos del matrimonio, Enrique, de 19 años, y Elvira, de 17. El chico fue quien se encargó de marcarlo todo en euros y pesetas.
A las once de la mañana del día 1, Enrique duerme como un lirón. Llegó de madrugada de una megafiesta en la que corrió el alcohol, atronó la música y, a partir de la medianoche, circuló el euro, aunque había barra libre y las 7.000 de vellón (unos 42 euros) se abonaron en pesetas, pues todavía era el 2001. Los discotequeros se tomaron a pecho lo de devolver el cambio en euros. Desde comienzos de diciembre se surtieron de billetes y monedas para aguantar una temporada. Eso hizo que Enrique volviera de la fiesta hecho unos zorros, pero con algunos euros en el bolsillo.
Entrenamiento casero
En cuanto a su hermana Elvira, pasó la Nochevieja en una fiesta privada. Cada asistente pagó 3.000 pesetas (18,03 euros). Para volver a casa, llamó a un taxi por teléfono. La broma, con el suplemento de fin de año, le salió por un pico: 2.300 pesetas (13,82 euros). Pagó con un billete de 5.000, preguntándose si recibiría la vuelta en euros. No fue así. El taxista le dijo que, en una noche loca como esa, no quería llevar encima más dinero del imprescindible. Eso sí, le mostró dos compartimentos separados para manejarse con ambas monedas durante el periodo de coexistencia, es decir, hasta el 28 de febrero, día en el que la peseta pasará a la historia.
Antes de limpiarse los dientes, Ángel mira la etiqueta visible de las dos que había pegadas en el tubo: 320 pesetas. Le da la vuelta y lo lee en euros: 1,92. Utiliza un gel de baño de 3,56 euros (592 pesetas), se afeita con una maquinilla desechable de 2,02 (336), se aplica un desodorante de 1,80 (299), estrena unos calcetines de 3,24 (539) y unos zapatos de 51,09 (8.500), se pone unos calzoncillos de 10,82 (1.800), unos pantalones de 49,28 (8.200), una camisa de 24,01 (3.995), una corbata de 19,23 (3.200), una chaqueta de 144,21 (23.995) y un abrigo de 210,35 (35.000).
Belén se encargó de que cada miembro de la familia encontrara al levantarse un paquetito envuelto como un regalo con el lote euro al completo: calculadora, monedero y billetera adaptada a los nuevos billetes, algunos de ellos de mayor tamaño (como el de 500 euros, de 160 por 82 milímetros) que los de 10.000 pesetas. Los fabricantes de piel de Ubrique no han dado abasto en las últimas semanas para cubrir la demanda.
El abuelo Julián lo tiene claro: hasta que no pase un tiempo y se disipen las dudas, él piensa repartir el dinero que lleve encima de una forma sencilla: los euros, a la derecha; las pesetas, a la izquierda. La calculadora irá en este último bolsillo porque confía en que no tardará en vaciarse.
Si a los chicos les preocupa algo no es el tamaño de la billetera, sino la imposibilidad de llenarla. '¿Para qué me sirve?', se pregunta Julián, '¿para que me quepan billetes de 500 euros si no voy a ver uno ni en pintura?'. Su abuelo le da la razón. Su pensión de 93.000 pesetas le parece ridícula cuando la ve escrita en euros: 558,94. Los megabilletes le parecen casi un insulto, una invitación para mafiosos: 'Si un millón de pesetas llegó a pesar alguna vez un kilo, ahora no pasará de los 100 gramos'. Por eso aplaude que Portugal no los ponga en circulación, aunque sus bancos tendrán que aceptarlos. Ni siquiera se fabricarán los de 200 (33.277 pesetas y dimensiones de 153 por 82 milímetros).
'Peor aún', machaca el abuelo. 'Hasta ahora podía considerarme millonario, pero el otro día pedí un extracto de mis cuentas y cartillas en el banco y ¿con qué me encontré? Que mis ocho millones largos de pesetas, fruto del ahorro de muchos años, se habían reducido a menos de 50.000 euros'. Eso sí, aventura que no tendrá problema con los céntimos: 'Soy el único de esta familia que se manejó alguna vez con ellos'.
Viajes más fáciles
Trauma del abuelo aparte, todos saben bien a qué atenerse, y pertenecen a esa mayoría de la población que ve con esperanza la llegada de la nueva moneda. Las nóminas de Ángel y Belén, la pensión del abuelo, el recibo de la hipoteca, las facturas del teléfono, el gas, el agua y la electricidad hace tiempo que llegan en euros y en pesetas. El banco entregó los nuevos talonarios y les advirtió de que, desde el 1 de enero, no se podrían girar cheques en pesetas.
A medida que se acercaba el fin de año se fueron desprendiendo de sus billetes en pesetas, aunque todavía les queda algo del viejo dinero para ir tirando los primeros días. Por consenso, decidieron que guardarían las monedas que les sobrasen para engrosar las huchas de la solidaridad con África abiertas por tres ONG: Cruz Roja, Intermón-Oxfam y Médicos Sin Fronteras. Esperan recaudar así 4.000 millones. Guardan los cheques de viajes en dólares, pero ya se han deshecho de los que les quedaban en marcos. Tienen, además, marcos en billetes, francos franceses, liras, escudos portugueses y florines holandeses, y piensan cambiarlos enseguida por euros, aunque tengan de plazo hasta el 31 de marzo.
Viajeros impenitentes, sueñan con un euro tan universal como es ahora el dólar; en cruzar fronteras sin cambiar divisas, sin preocuparse de gastar el dinero sobrante y ahorrando en comisiones de cambio. Toda la familia piensa que es mejor cortar por lo sano con la peseta. Nada de funerales de lujo: el muerto al hoyo y el vivo al bollo
Antes de salir a la calle, los cinco miembros de la familia examinan los nuevos billetes. Tienen al lado un folleto en el que se explica cómo aprender a distinguir las falsificaciones. Por el tacto (están fabricados con un papel de fibra de algodón de textura especial). Por la vista (atención a la marca de agua y el hilo de seguridad). Y por el movimiento (dispone de elementos holográficos, una banda iridiscente y tinta que cambia de color). El Banco Central Europeo los considera casi infalsificables, pero, sobre todo en los primeros meses, habrá que andarse con ojo, incluso con las monedas.
Los vendedores de la ONCE han recibido un entrenamiento especial, al igual que colectivos considerados más vulnerables, como el de la tercera edad. Nadie quiere sorpresas.
Les gustaría tener más euros de los que Ángel sacó del cajero, pero no será fácil obtenerlos. Están los bancos, pero hoy, 1 de enero, es festivo, y se encuentran cerrados. Aunque no todos. Para facilitar la transición a la nueva moneda, abren durante unas horas (aproximadamente entre las 11.00 y las 14.00) unas 800 sucursales, el 2% del total. El primogénito de la familia se ofrece a probar suerte. Ya se ha desperezado y no tiene nada mejor que hacer. Así aprovechará para comprar el periódico y el pan. Su padre le entrega un cheque por 300 euros, con el que inaugura el talonario. Al mismo tiempo, como en un acto ritual, rompe en pedazos los tres de distintas entidades que había en la casa. Ya no sirven para nada.
Primer chasco: los quioscos están cerrados. Es uno de los tres únicos días del año en los que eso ocurre. No obstante, ya sabe que el precio del periódico es de 90 céntimos. Exactamente, 150 pesetas. La panadería es de los pocos establecimientos que no se han tomado el día libre. Enrique compra dos barras. Precio: 1,26 euros, o sea, 210 pesetas. El mismo que días antes. Aparentemente no ha hecho de las suyas el temible redondeo, la mayor amenaza para la estabilidad de precios. Sin embargo, la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) detectó que, entre los meses de septiembre y noviembre, el aumento de precios en el sector superó el 15%.
Redondeo
Enrique paga con 300 pesetas. La dependienta de la panadería, sin inmutarse ni echar mano de la calculadora, le dice: 'Noventa pesetas de vuelta, equivalentes a 0,54 euros'. Y le entrega una moneda de 50 céntimos, otra de 2 y 2 de 1. Evidentemente, la chica ha hecho sus deberes. Y el dueño se ocupó a su debido tiempo (a comienzos de diciembre) de proveerse en el banco de la cantidad suficiente de euros como para no tener problemas con los cambios.
Tiene suerte. El banco está abierto. Hay cola, pero en 10 minutos Enrique ha cobrado su cheque: le entregan un billete de 100 (equivalente a 16.639 pesetas), 1 de 50 (8.319), 3 de 20 (3.328 cada uno), 5 de 10 (1.664) y 8 de 5 (832). Este último, de color gris, está llamado a sustituir al popular de 1.000 pesetas.
Las monedas tienen una cara común y un reverso distinto en cada uno de los 12 países de la eurozona: España, Portugal, Grecia, Francia, Italia, Alemania, Irlanda, Finlandia, Austria, Bélgica, Holanda y Luxemburgo. Sólo el Reino Unido, Dinamarca y Suecia se han quedado fuera. Por supuesto, todas las monedas nacionales pueden utilizarse en los 12 de la eurozona, incluso en países que han adoptado el euro como moneda oficial (San Marino, Andorra, el Vaticano y Mónaco) y en varios de la ex Yugoslavia donde el euro heredará los privilegios del marco.
En el reverso de las monedas españolas de 1 y 2 euros (166,386 y 332,77 pesetas, respectivamente) figura el rey Juan Carlos. En las de 50, 20 y 10 céntimos (83,19, 33,28 y 16,64 pesetas) se recoge la efigie de Miguel de Cervantes. Y en las de 5, 2 y 1 céntimo (8,32, 3,33 y 1,66 pesetas) aparece la catedral de Santiago de Compostela. La moneda de 50 céntimos está destinada a tomar el relevo de la de 100 pesetas. Será la que se necesite, por ejemplo, para coger los carritos de los supermercados.
Los billetes son comunes, exactamente iguales en los 12 países del euro, con colores diferentes para cada uno de ellos y dibujos de puentes y pórticos imaginarios pintados por el artista austriaco Robert Kalina. Demasiada variedad, dicen los amantes de los uniformes billetes verdes en dólares. No más que la de los marcos alemanes, replican los convencidos de que el euro se impondrá en el mundo y plantará cara a la divisa estadounidense. Y eso a pesar de que, desde la entrada en circulación efectiva (aunque sin presencia física) de la moneda única, hace tres años, ha perdido más de un 20% de su valor respecto al dólar.
Ángel entrega las asignaciones semanales. Su hijo cobraba 5.000 pesetas, que se convierten en 30 euros (renuncia a 5 céntimos residuales), y su hija, 4.000, equivalentes a 24,04 euros. Como gesto de buena voluntad, se le redondea a 25. Además reciben un complemento del abuelo: 6 euros (1.000 pesetas).
Hay que ponerse en marcha. El plan es tomar un aperitivo en un bar, comer en un italiano y ver una película. Luego, cada cual tirará por su lado. Enrique se va antes ('nos reuniremos en el restaurante') porque ha quedado con unos amigos, y coge el autobús casi a la puerta de casa. Utiliza su metrobús, que compró días antes en pesetas: 760 (4,57 euros). En el vehículo, varios carteles advierten de que, durante el periodo de transición entre las dos monedas, hay que llevar preparado el importe exacto del billete.
En Madrid, el precio ha pegado un buen salto precisamente con la entrada del nuevo año: de 145 pesetas (0,87 euros) pasa a 158 (0,95%). Un redondeo casi salvaje del 9%. Aunque para redondeo el del metrobús, que costará 5 euros justos (832 pesetas), con un incremento del 9,4%.
Entretanto, sus padres, su hermana y su abuelo se dirigen en coche a un centro comercial. Antes paran en una gasolinera. Los precios están marcados ya exclusivamente en euros, y han subido considerablemente respecto a los del año anterior, aunque no por el efecto euro, sino por el incremento del impuesto de los carburantes: 4 pesetas estatales y hasta 1,56 autonómicas.
No será la última sorpresa desagradable que se lleven. En el mismo bar en el que, apenas dos semanas antes, una caña de cerveza costaba 150 pesetas (90 céntimos de euro), ahora ha subido hasta 1 euro justo. Ángel protesta débilmente. El camarero le recita una lección aprendida: 'Es que ha subido el impuesto sobre los alcoholes'. Cierto, pero apenas una peseta de repercusión en una caña, nada que justifique tamaño salto.
Como el que unos días antes apreció Ángel en la cafetería de la que es cliente habitual. Ahora le piden 183 pesetas por un café que costaba 170 (1,02 euros). Lo tenían a tiro para redondear a 1 euro, pero no. El precio subió a mediados de diciembre a la extraña cifra de 183 pesetas. Menos extraña cuando se ve su equivalencia en euros: 1,10. Ahí está el temible redondeo. Presente en la carta del restaurante e incluso en las localidades para el cine. Desde el 1 de diciembre, en un cierto número de salas se empezó a cobrar 915 pesetas. O sea, 5,5 euros.
Menos mal que parece que las máquinas automáticas no se han subido al carro. Algunas ya funcionan con euros: 75 céntimos de euro la lata de Coca-cola. Las que aún no se han adaptado siguen marcando 125 pesetas. El proceso de cambio está costando a las empresas del ramo unos 150.000 millones de pesetas (algo más de 900.000 euros).
El redondeo tiene sus normas, fijadas para evitar el alza de precios: se redondeará por exceso o por defecto al céntimo más próximo. Así, 3,576 euros se convertirán en 3,58. Y 3,574 pasan a ser 3,57. Excepto en las facturas telefónicas, en las que se utilizarán cuatro decimales. Pero no es una norma de obligado cumplimiento. En un régimen de libertad de precios, los comerciantes pueden hacer de su capa un sayo. El gobernador del Banco de España, Jaime Caruana, ha estimado entre el 0,2% y el 0,4% el impacto del redondeo sobre la inflación. La OCU lo eleva a más del 1%.
Sólo las reglas de la competencia, y la actuación de los consumidores, obligados más que nunca a estar vigilantes, evitarán que los precios no suban por la llegada del euro. Prácticamente la totalidad de los hipermercados y de los grandes almacenes aseguran que han hecho cuestión de honor no aplicar alzas. Muchos comercios se han adherido al código de buenas prácticas (que incluye un redondeo correcto) y exhiben el símbolo del euro y una cara sonriente.
Otro problema que se presenta con la llegada del euro es el de las tarjetas de crédito. En el restaurante se han sumado a la campaña de boicoteo al dinero de plástico por el alto porcentaje que se cobra por comisiones, y ofrecen un 3% de descuento si se paga en efectivo, ya sea en euros o en pesetas. El jefe de la familia echa mano de sus últimas pesetas (unas 13.000) y de sus primeros euros para pagar una cuenta de 188,30 euros (31.330 pesetas). Sólo el 9% de los pagos se hace con tarjetas en España, pero se calcula que la llegada del euro elevará la cifra hasta cerca del 30%.
Tras la película, los chicos se van con sus amigos, y el abuelo Julián se acerca al club de la tercera edad de su barrio a demostrar su dominio de la tabla del seis (la clave de la conversión entre la vieja y la nueva moneda) y a despotricar de los que dicen que su generación será la que tenga más problemas para adaptarse.
La suerte en euros
Ángel y Belén, agotados de la juerga de la noche anterior, deseosos de un poco de tranquilidad, se vuelven a casa. Y allí repasan cuántos euros tendrán que pagar por la hora de trabajo de la asistenta y el plazo del coche o si se harán un lío cuando tengan que rellenar en euros (con decimales y todo) la próxima declaración de la renta. También fantasean con que les toque el gordo de la Lotería del Niño. Los décimos se pueden comprar en pesetas (3.000) o en euros (18), pero el primer premio se cantará en euros: 1.440.000 euros (cerca de 240 millones de pesetas) por serie. El precio de los décimos semanales será habitualmente de 3 euros en la lotería del jueves y 6 en la de los sábados. La apuesta mínima de la quiniela será de 30 céntimos, 45 la del Bonoloto, 90 la de la Primitiva y 1,50 la del Gordo de la Primitiva. El cupón de ciegos costará un euro (ahora es 200 pesetas, o sea, 1,20). El supercupón de fin de semana no cambia: 1,5 euros (250 pesetas); pero sí el cuponazo, ahora del mismo precio pero que pasa a costar 2 euros (333 pesetas), aunque también asciende el premio: de 3 millones de euros (500 millones de pesetas) a 5 millones.
La vida en euros no será diferente que en pesetas. Más cómoda y segura a medio plazo, al integrarse aún más en un espacio económico y monetario de estabilidad; quizás un poco más complicada a corto plazo, sobre todo en el periodo de convivencia de las dos monedas. Pero lo que sea, sonará. Por eso, a Belén y Ángel el euro no les quita el sueño.
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