Falla la ley de la gravedad
Es el euro un punto de partida o un punto de llegada para la Europa comunitaria? ¿Principio o final de etapa? ¿Cimiento sobre el que asentar el edificio o altura máxima alcanzable?
Cuando se bautizó la moneda única, en la cumbre de Madrid de 1995, el entonces primer ministro portugués, Antonio Guterres, acuñó una frase de resonancias evangélicas: 'Tú eres euro, y sobre este euro edificaremos nuestra Europa', declamó. Vaticinó que la nueva moneda sería la 'piedra angular' del futuro comunitario, 'un avance fundamental para la integración política'.
Ese optimismo, compartido por tantos, venía a decorar la teoría del encadenamiento formulada por el refundador de Europa, Jacques Delors. Según ésta, la unión aduanera se completaba con el mercado interior, éste se coronaba con la unión monetaria y económica, y ambas abocaban a la unión política.
El presupuesto de la UE no alcanza el 1,27% de su PIB; el de EE UU llega al 25%. Este desnivel plantea inquietudes sobre el margen de maniobra europeo
Pero en su versión vulgata se solía obviar que para pasar de una fase a otra se requería, y se requiere, una decisión política, una voluntad común de avance. Así, muchos redujeron el encadenamiento posible y necesario a una suerte de concatenación automática. Era la teoría de la ley de la gravedad, según la cual, por su propio peso, cada avance no sólo prefiguraba el siguiente, sino que también lo dejaba expedito.
Esa concepción mecánica generó un exceso de expectativas que ha acarreado alguna frustración, al chocar éstas con realidades menos amables. Nació el euro contable el 1 de enero de 1999, ¡y no pasaba nada! ¡El edificio europeo continuaba a medio construir!
Es cierto que la política de austeridad presupuestaria acordada con ocasión del euro -y para posibilitar su creación- ha reducido los tipos de interés: España, sin ir más lejos, se ha ahorrado cuatro billones de pesetas por esta vía. Y es presumible que el efecto transparencia transfronteriza coadyuve en el control de precios.
Pero el impacto del euro como moneda internacional resulta todavía ambivalente: cincuenta países lo utilizan como referencia, aunque menos intensamente como moneda de reserva alternativa o complementaria al dólar, y los precios de los grandes mercados -como el del petróleo- siguen denominados en la divisa verde.
Mayor problema supone la lentitud de los avances en la unión económica. Persiste el desacuerdo sobre la fiscalidad del ahorro, y el mercado financiero único aún está en fase de proyecto. Y, sobre todo, el tamaño de la economía pública europea comunitarizada es ridículo, al tener el presupuesto común un techo máximo del 1,27% del PIB de los Quince, frente a un 25% que supone el presupuesto federal norteamericano sobre el conjunto de la economía de EE UU.
Esta desproporción de fondo no sólo plantea interrogantes sobre qué se puede labrar con tan escasos recursos relativos: ¿qué queremos hacer juntos?, como se dijo en la cumbre de Laeken, y más aún con la perspectiva de la ampliación al Este.
La comparación entre EE UU y la UE también suscita inquietud sobre cuál es el margen de maniobra real para fabricar una auténtica política económica común, especialmente en fases de crisis. El presupuesto europeo es neutral; el norteamericano, no. Los europeos han renunciado a los márgenes de maniobra nacionales. Los monetarios, al descartar las devaluaciones y solemnizar el purismo antiinflacionista del Banco Central Europeo. Los presupuestarios, al pactar niveles máximos de déficit. Y han hecho bien. Pero no los han reemplazado aún por mecanismos concertados o unificados en el nivel de la Unión.
¿Por qué? No porque sabios de toda laya hayan dejado de predicar su conveniencia, sino por falta de voluntad política. Debida al recambio generacional y al vértigo de los Gobiernos de unos Estados-nación crecientemente vaciados de sus competencias tradicionales (aduanas-fronteras, moneda, diplomacia, milicia), por arriba... y desde abajo.
Fantasmas de sí mismos e ignorantes de serlo, los Gobiernos, acuciados por opiniones públicas a cada paso más nacionalistas, se empantanan en minuciosos debates de minucias. La ley de la gravedad se ha demostrado inexistente. ¿Queda espacio para la teoría del encadenamiento, de los avances concatenados?
Queda, desde luego, porque la política no ha muerto. Pero probablemente se despliegue desde la urgencia, haciendo de la necesidad virtud. Así, la unión económica avanzaría en la medida exacta en que sea imprescindible para dotar al euro de la masa crítica económica necesaria a toda gran moneda. Y si los líderes asumen que una Europa más amplia no debe desembocar en una Europa más débil y dispersa, sino más flexible y más compacta.
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