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LA CRÓNICA
Columna
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Catalán para principiantes

El novelista Frédéric Beigbeder estuvo hace unos días en el Instituto Francés de Barcelona para presentar su libro 13,99 euros. Tras el acto social, se celebró una cena con autoridades civiles y culturales y otras gentes de mal vivir. Como suele ocurrir en estos casos, llegó ese delicado momento en el que el visitante pregunta qué demonios es eso del catalán. Para no traumatizarlo, le sometimos entre unos cuantos a la versión más breve y amena. Ya saben: guapísima lengua románica con historia propia busca su sitio en un mundo dominado por palurdos monolingüistas. Para ganarnos su simpatía, le hablamos de Quebec y Beigbeder pareció pillar la idea a la primera. Luego la cena se disolvió pacíficamente aunque algunos incontrolados decidieron continuar la fiesta por su cuenta. Hubo una copa, durante la cual Beigbeder fue interpelado por un risueño travestido que, con sólo mirarle a la cara, le dijo: 'Tu eres francés'. 'A los catalanes no se nos nota tanto', le dije para tranquilizarlo. Luego la copa se disolvió y yo me autoasigné la misión de acompañar al invitado a su hotel. Le enseñé las calles rotuladas en catalán y, para celebrarlo, entramos en otro antro en el que tuve la suerte de encontrarme con uno de los pocos camareros catalanohablantes que quedan en la ciudad, que, sin mediar subvención ni soborno, nos atendió en perfecto catalán.

La noche barcelonesa será castellanohablante o no será. Eso descubrió el novelista Frédéric Beigbeder en su reciente visista a la ciudad

En el local se celebraba en aquel momento una entrega de premios de una revista para pinchadiscos con un oficiante que, si no me equivoco, es uno de los tipos que aparecen en Crónicas marcianas presumiendo de haber echado 700 polvos en los últimos 10 años. Se lo comenté a Beigbeder y me dijo: 'Tampoco son tantos', lo cual confirmó mi sospecha de que este planeta vive, a mis espaldas, una tremenda opulencia sexual. Beigbeder me preguntó entonces: 'Pero no habla en catalán, ¿verdad?', para lo que no tuve más respuesta que el silencio. En la entrega de premios, en efecto, el catalán brilló por su ausencia. La guapísima lengua románica debe de haberse hecho mayor y ya no sale de noche. Basta poner la oreja para descubrir que la noche será castellanohablante o no será. A Beigbeder no pareció afectarle, quizá porque, justo entonces, el espectáculo entró en su fase más interesante. De repente, el pequeño escenario se llenó de chicas vestidas de enfermeras dirigidas por otra disfrazada de putón y dirigidas por un culturista aceitoso ataviado únicamente con unos slips rojos. Con gran elegancia, Beigbeder me preguntó: '¿Sabes si en la próxima media hora estas enfermeras tienen previsto quitarse las batas?'. Le contesté que sospechaba que no, pero que no respondía de lo que pudiera hacer el maestro de ceremonias. Me despedí de Beigbeder en la puerta del hotel con los aspavientos propios de la hora, no sin antes oírle la siguiente definición de nuestra ciudad: 'Es un lugar en el que las enfermeras no tienen previsto quitarse la bata y en el que, pese a que todo el mundo habla maravillas del catalán, se practica el castellano'.

Pasan los días, y la definición me persigue. Voy al cine con mis hijos a ver una película doblada al catalán y, de regreso a casa, veo que empiezan a teatralizar las escenas recién vistas pero que, en lugar de hacerlo en catalán, lo hacen en castellano. Sin apretarles en absoluto ni poner cara de Max Cahner, les pregunto por qué lo hacen. Respuesta: 'Mola'. Van a una escuela catalana y en casa se habla exclusivamente en catalán. Dos días más tarde, alguien me comenta que ha visto El señor de los anillos. '¿Versión catalana?', pregunto. 'Por supuesto', responde ofendido. Sin embargo, no se refiere en ningún momento a El senyor dels anells y, cuando reproduce uno de los diálogos, lo hace, como mis hijos, en castellano. Hace unos días, vi el espectáculo Bi, de Comediants. La obra es casi siempre en catalán, pero cuando los payasos tienen que dirigirse a los chinos, lo hacen, además de con chistes sobre chinos de mal gusto, en castellano. Otro día, pongo la radio y escucho a Pepe Rubianes en Ona Catalana. Procura hablar en ese catalán tan particular. Está contando un viaje a Egipto y la opinión que los nativos tienen de Bin Laden. Pepe lo cuenta con gracia, como casi todo, pero descubro que los egipcios hablan castellano, como los chinos de Comediants y como los actores de los doblajes en catalán. Hace poco, en otro programa, escuché a los componentes de Estopa negar que nunca hablaran en catalán. A continuación, se expresaban con naturalidad en catalán pero, tras unos segundos, uno de ellos dijo: 'Es que me expreso mejor en castellano'. Quizá la definición de Beigbeder pueda completarse. Barcelona es una ciudad en la que las enfermeras no se quitan la bata, en el que todo el mundo te habla maravillas del catalán pero practica el castellano y en el que, cuando gritas algo en catalán, el eco te devuelve la traducción castellana, propia de un país que, pese a tener una guapísima lengua propia, se expresa mejor en otra que, de hecho, ya ha hecho suya. Y si es suya y resulta lo suficientemente sexy para presumir de haber echado 700 polvos en los últimos días años, ¿por qué coño no iba a hablarla todo el mundo?

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