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Reportaje:

Oviedo revive la atmósfera de 'La Regenta'

En el centenario de Clarín, Vetusta lidera un modelo urbano para los paseantes

Quedamos en la muyerona'. Grupos de jóvenes conciertan sus citas junto a la escultura de Fernando Botero que representa a una oronda, alegre y gigantesca mujer desnuda, titulada por el escultor colombiano con un simple Maternidad. Porque los ovetenses la han rebautizado así, a lo grande, con ese poderoso dominio para los superlativos y diminutivos que les caracteriza, y con ese dominio también para la ironía crítica y el humor que convierte a esta ciudad, la Vetusta de Clarín, en un complejo microcosmos donde todo es susceptible de polémica apasionada.

La muyerona es el lugar perfecto para empezar el recorrido, pues se encuentra en la plaza de la Escandalera, y en la embocadura hacia los comercios de la concurrida calle de Uría, en la que, andando unos metros, aparece sobre la acera una marca que recuerda que allí creció en otros tiempos el carbayón, roble histórico que lamentablemente fue talado y que sirve de gentilicio para los habitantes. En las proximidades, en el Rialto, una cafetería y pastelería con solera, se puede rendir homenaje a ese árbol ilustre pidiendo un carbayón, postre típico de la capital asturiana, inventado por un pastelero de origen leonés.

La ciudad ofrece al visitante tres elementos imbatibles: Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo; la catedral, con la cámara santa, y el Museo de Bellas Artes, con la colección Masaveu
La polémica sobre las farolas, las esculturas realistas o El Fontán se hubieran merecido de Clarín un palique, la forma literaria eminentemente crítica que cultivó el escritor
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TRES VISITAS QUE NO HAY QUE PERDERSE

Muyerona, escandalera, carbayón... En Oviedo, las palabras resuenan, y también los pasos, porque es una de las ciudades españolas más peatonales. Ochenta calles (más de 200.000 metros cuadrados), entre ellas la mayor parte del círculo histórico que rodea a la catedral, están cortadas al tráfico, y los visitantes se alegran de pasear por una ciudad tan cuidada, así como de su limpieza. Muchas aceras han sido ensanchadas y se han plantado magnolios en el recorrido, y los revoques de las fachadas del centro están enlucidos con colores propios de Asturias: azulones, verdes y ocres que recuerdan el mar, los prados y maizales y la paja del trigo.

De las casonas y de la torre de la catedral se ha desterrado la humedad y vuelve a brillar la piedra de los sillares, hasta hace poco ennegrecidos. 'Las fachadas de Oviedo estaban negras, tétricas, y hemos contribuido a redescubrir algunas que los ovetenses desconocían', dice Jaime Reinares, alcalde en funciones durante unas semanas por indisposición del titular, Gabino de Lorenzo. Reinares explica que el plan que el Ayuntamiento del Partido Popular emprendió hace diez años no sólo ha peatonalizado calles y limpiado y pintado fachadas, sino que también se han renovado las aceras y el mobiliario urbano, así como las redes de los servicios públicos en el casco urbano y en la dispersa zona rural que rodea al municipio. Las inversiones, de 270.000 millones de pesetas, incluyen, aparte de la zona peatonal, 113 calles urbanizadas, 4.500 árboles plantados, 3.626 bancos y 3.000 papeleras instaladas, 52 centros sociales inaugurados, 11 bibliotecas y otras muchas actuaciones que han convertido a Oviedo en uno de los referentes de dinamismo urbano en España.

Estos días, cuando el centenario de Clarín (1852-1901) se despide tras congresos, debates y exposiciones -una de ellas todavía abierta hasta el 8 de enero-, la visión de Vetusta que el magistral Fermín de Pas obtendría asomándose desde la torre de la catedral ya no sería la de las viviendas 'viejas y negruzcas, aplastadas', de los vetustenses, a las que 'los vanidosos ciudadanos' creían palacios, 'y eran madrigueras, cuevas, montones de tierra, labor de topo'. Ahora la ciudad ofrece una imagen lustrosa que tiene su correlato en la elegancia de los habitantes, una percepción en la que suelen coincidir quienes la visitan.

La escoba de oro

En la pared lateral de un edificio del centro, un enorme cartel muestra el rostro del autor de la que es considerada la mejor novela española del siglo XIX. Clarín, que fue periodista, mira a través de sus inquisitivos quevedos las cosas que pasan en 'la muy noble y leal ciudad, corte en lejano siglo'. Por ejemplo, que sus calles han recibido la escoba de plata y hasta la de oro, un premio europeo. 'Aquí no se limpian las calles, aquí se friegan, ya que la ausencia de coches lo permite', explica Jaime Reinares. Y añade: 'La idea del alcalde ha sido transformar Oviedo en una ciudad donde se convive, con plazas que es normal que estén llenas de gente hablando y saludándose. Ahora, los barrios alejados del centro nos están pidiendo zonas peatonales también'.

La gran creación de Clarín, la exaltada y fantasiosa Ana Ozores, está representada no muy lejos, en una escultura a tamaño natural en plena plaza de la Catedral, uno de los espacios que mejor definen la conciencia de la ciudad. Y los turistas no se paran en mientes sobre el acabado kitsch de la obra, ávidos como están, y con razón, por fotografiarse en ese lugar extraordinario, con el fondo de la torre gótica. Desde ella espiaba con un catalejo el magistral Fermín de Pas a La Regenta, que se paseaba, leyendo un libro, por su huerta. La descripción de ese pináculo gótico del siglo XVI, 'de dulces líneas de belleza muda y perenne', muestra el virtuosismo del escritor: 'No era una de esas torres cuya aguja se quiebra de sutil, más flacas que esbeltas; (...) era maciza sin perder nada de su espiritual grandeza, y hasta sus segundos corredores, elegante balaustrada, subía como fuerte castillo, lanzándose desde allí en pirámide de ángulo gracioso, inimitable en sus medidas y proporciones'.

En esa plaza de la catedral, un domingo por la mañana, con los ovetenses de paseo, no se oye un ruido de motor. El centro histórico se convierte en un refugio de sonidos que le son propios, con calles encerradas en sí mismas: el momento dulce de una ciudad para los paseantes, que habrán dejado sus coches en los estratégicos aparcamientos situados en el perímetro acotado. De ahí, por las calles de la Rúa, Cimadevilla y Magdalena, y la plaza de la Constitución, se llega al Fontán, donde se celebra un rastrillo. Es tiempo de detenerse a tomar en un bar un vaso de sidra: los ovetenses reconocerán al forastero no avisado si éste bebe el líquido a tragos (ha de beberse de golpe) o si se lo bebe todo (hay que dejar un culín y arrojarlo al suelo por el lado del que se ha bebido).

La ciudad, además del callejeo, ofrece al visitante otros elementos imbatibles: las construcciones prerrománicas de Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo, a tres kilómetros de la ciudad, en el monte del Naranco; la catedral, con su Cámara Santa de tesoros y reliquias de los reyes astures, y el Museo de Bellas Artes, que alberga la colección Masaveu de pintura y escultura, un ejemplo espléndido de coleccionismo privado que da cuenta asimismo de la fina tradición humanista e intelectual de la ciudad.

El Termómetro

Un recorrido en el que se imponen, además, los palacios (Camposagrado, Valdecarzana, Condes de Toreno, Quirós...) y las iglesias y conventos (San Julián de los Prados, San Isidoro, San Tirso...). Y el Oviedo moderno, con El Termómetro como muestra, edificio racionalista de 1936 en la plaza de la Escandalera, proyectado por Vidal Saiz Heres y que sigue sorprendiendo por su verticalidad y al mismo tiempo la suavidad con que sus cristaleras redondean y aligeran la esquina.

Los ovetenses ven satisfechos que una o dos veces a la semana alcaldes y concejales de otras ciudades acuden a Oviedo interesados en su desarrollo urbano. Y desde el Ayuntamiento se subraya que estas visitas no sólo tienen el signo del PP, sino también el de los demás partidos políticos. La labor de Gabino de Lorenzo ha sido puesta por el propio presidente del Gobierno, José María Aznar, como ejemplo de renacimiento urbano, pero su trabajo también ha cosechado rechazos. En primer lugar, por la uniformización de los diferentes barrios con una estética decimonónica que no viene a cuento, según los críticos (las farolas de fundición de estilo fernandino ocupan el centro, el ensanche y las afueras en un intento, argumenta Jaime Reinares, de igualar la calidad del mobiliario entre todos los ciudadanos). Y por iniciativas como excluir a Rafael Moneo y elegir y construir a continuación el proyecto de otro arquitecto, Rafael Beca, para el Auditorio de Música, 'el más feo del mundo', afirma Antón Capitel, asturiano y catedrático de Proyectos de la Escuela de Arquitectura de Madrid.

El portavoz socialista en el Ayuntamiento, Leopoldo Tolivar Alas, bisnieto de Clarín, ironiza con que Rafael Beca 'fue becado por el PP', y encuentra en ese 'horrible' auditorio 'la huella de un Gil y Gil', en referencia al alcalde, a quien acusa, 'no siendo un experto en arte', de imponer su capricho en las 45 esculturas, la mayoría realistas, instaladas en la ciudad. La delicadeza de artistas como Julio López Hernández y Manolo Hugué se mide con la simpatía de la muyerona de Botero y el ya famoso culo de Eduardo Úrculo, el Culis monumentalibus, instalado hace dos meses junto al teatro Campoamor. Pero muchas de las restantes obras estarían mejor 'en el museo de los horrores', dice Leopoldo Tolivar Alas.

Como se ve, para cada tema hay un vivo debate en Oviedo, y Tolivar Alas aprovecha para clamar contra 'el despilfarro, el clientelismo y la audacia para las ilegalidades y la especulación' que a su parecer definen al alcalde y su equipo municipal.

Asuntos todos que se hubieran merecido de Clarín un palique, la forma literaria eminentemente crítica que cultivó el escritor. Y la discusión continúa. Desde el contestado derribo y posterior reconstrucción a modo de decorado de las 'casas corcovadas' de El Fontán, así llamadas por Ramón Pérez de Ayala en su novela Tigre Juan, hasta la polémica urbanística y estética por el soterramiento de las vías del tren.

Porque así es el espíritu de Oviedo, dice Emilio Sagi, ovetense y actual director artístico del Teatro Real de Madrid, un espíritu de 'gente que mira al futuro, con una corriente liberal muy grande'. Y, por supuesto, también él entra en el debate, ya que considera peligroso 'ese demasiado regusto por la cosa decimonónica' en cuanto pueda dar pie a una actitud de vuelta atrás. 'Pero la ciudad está preciosa', añade, 'y su talante abierto se mantiene gracias a una sorprendente actividad cultural y a un carácter muy clariniano de autocrítica, de reírnos de nosotros mismos'.

Rastrillo que se celebra los domingos por la mañana en El Fontán, una de las zonas típicas del centro de Oviedo.
Rastrillo que se celebra los domingos por la mañana en El Fontán, una de las zonas típicas del centro de Oviedo.JAVIER LARREA

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