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Columna
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El diablo y Holgado

Juan José Millás

Cuando Vicente Holgado era adolescente, se le apareció un día el diablo y le dijo: '¿Qué prefieres: continuar masturbándote tan ricamente y ser un mendigo de mayor, o dejar de masturbarte y ser un astronauta famoso?'. Vicente dudó, porque no era capaz de imaginar un día sin Onán. Pero, por otra parte, siempre había soñado con viajar a Marte y ser recibido al regresar por la multitud y pasearse por todas las televisiones del mundo dando consejos a los niños y visitar al Papa.

-Prefiero dejar de masturbarme y ser de mayor un astronauta famoso -respondió al fin conteniendo la respiración.

-Sea -añadió el diablo, y desapareció por el armario empotrado del dormitorio, cuya puerta permanecía siempre entreabierta por un defecto de cerradura.

Durante la primera semana, Vicente no se masturbó, ni durante la segunda. A la tercera no pudo más y cayó en la tentación siete veces seguidas. Al acabar se fumó un cigarrillo en el cuarto de baño de su casa, arrojando el humo por un ventanuco que daba a un estrecho patio interior, y lloró al pensar en el futuro de mendigo que le esperaba.

Al ir al colegio, pasaba por delante de un portal donde dormía un pobre al que contemplaba como un anticipo de su futuro. Cayó enfermo y los médicos no acertaron a diagnosticar su mal. Sus padres lo llevaron de una clínica a otra sin ningún resultado y cuando le preguntaban qué le ocurría no decía nada o decía algo que a todo el mundo le resultaba incomprensible:

-Me da miedo ser mendigo.

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-Pues eso es lo que te pasará si no estudias -le decía su padre, pues Vicente había empezado a flaquear en los estudios y ya no era capaz de aprobar ni la gimnasia.

A veces se quedaba despierto hasta la madrugada con la esperanza de que el diablo se le apareciera de nuevo y pudieran rehacer el trato. Además de no masturbarse, se decía, podría ofrecerle no fumar y no tomar chocolate. La convicción de haber arrojado por la borda un futuro brillante de astronauta le ponía triste y cuando en la televisión hablaban de naves espaciales suspiraba con nostalgia diciendo:

-Yo podría haber viajado a Marte y a Venus y a Plutón.

Como no había forma de sacar partido de él, sus padres le permitieron que abandonara los estudios y después de una temporada durante la que no hizo otra cosa que holgazanear, se puso a trabajar en una peluquería de señoras. Al principio barría el suelo y lavaba las cabezas, pero luego le cogió afición a cortar el pelo y muy pronto se convirtió en un estilista. Todas las mujeres querían que las atendiera Vicente, que iba de una a otra recibiendo sustanciosas propinas.

Pasado el tiempo, y sin que él se lo hubiera propuesto, simplemente arrastrado por el éxito, montó un negocio propio. El éxito fue tal que enseguida tuvo una cadena de peluquerías. Se había convertido en un adulto, en fin, sin que Satán le reclamara el precio de no haber dejado de masturbarse (todavía lo hacía). Pese a sus riquezas, Vicente llevaba una vida muy modesta, para no hacerse notar, pues pensaba que si el diablo se había olvidado de él, lo mejor era pasar inadvertido. Vivía en una casa sin calefacción y sólo se compraba ropa cada dos o tres años. Sus clientas creían que era un místico y le llevaban cosas de comer que apenas probaba. A veces soñaba que todas las mujeres del mundo se quedaban calvas de un día para otro y se despertaba bañado en sudor, presa de un ataque de angustia.

Pasó el tiempo y en su 60 cumpleaños decidió darse un respiro y viajó a Venecia, en cuya catedral, agazapado tras una pila bautismal, le pareció ver a Satán observando a los turistas. Salió corriendo a la calle preguntándose si le habría reconocido y tomó el primer avión de vuelta por miedo a que el diablo decidiera cobrarse la deuda en ese instante y tuviera que quedarse de mendigo en Venecia, que es una ciudad muy húmeda. Llegó a Madrid por la noche y, para su sorpresa, las peluquerías de su cadena continuaban funcionando normalmente. Se jubiló a los 65 años y se murió a los 75, dejando una fortuna incalculable a sus sobrinos. Antes de morir le contó su historia a un sacerdote, que le aseguró que había sido víctima de su imaginación. Sin embargo, él prefirió pensar que el diablo se había olvidado de pasarle la factura. Recibió los Santos Sacramentos y la bendición de Su Santidad. Que en paz descanse.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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