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Columna
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Milagro en Vitoria

Con su motor de explosión y su cuerpo de excavadora, el Alavés pasa por la Liga como un cataclismo. Después de algunas comprensibles vacilaciones ha sobrevivido a la final de la Copa de la UEFA más esforzada, intensa y emocionante que se recuerda; sólo los dioses que se encargan de velar por los historiales y mantener las jerarquías del deporte pudieron impedir que el Pink Team, aquella pantera con piel de pantera, volviese a casa con el trofeo de metal. En realidad no consiguieron su propósito, pero los chicos de Mané se lo trajeron bordado en la pechera. Algún tiempo después, con los datos de rendimiento en la mano, podemos decir que el club ha cumplido el más apreciado de los principios de la alta competición: al mérito de llegar ha sumado el mérito de permanecer.

Durante estos meses el Alavés ha mantenido el preciso compás de las piezas de relojería. Sus jugadores siguen transmitiéndonos una inequívoca sensación de engranaje. Saltan al campo, ocupan su lugar en el dibujo y, acto seguido, con el balón en juego, maniobran sin perder la simetría.

Nunca sabremos cuál es el secreto de tanto equilibrio. Algunos lo identifican con Mané, ese jovial comandante que se esconde detrás de una sonrisa cuartelera y un bigote militar. Por si la interpretación fuese acertada conviene señalar la primera de sus cualidades, su capacidad para inspirarnos el sentimiento de que allí nunca pasa nada; es decir, para meter los problemas en el congelador. Se diría que hasta hoy mismo ha aplicado un modelo de convivencia con sus jefes y subordinados muy parecido a un pacto de caballeros. Rodeado por una junta directiva idéntica a una peña de amigos, trabaja sin la angustia habitual en un gremio que vive sentado en el banquillo.

A la vista del comportamiento de sus jugadores, también ha eliminado de su plantilla la tradicional división en dos grupos: el de los contrariados y el de los satisfechos. Su gente, la que juega y la que quiere jugar, forma parte de un cuerpo solidario. No importa el estado de ánimo con el que sus pupilos pasan la semana; se igualan en cuanto comparten el color del uniforme. Las ausencias tampoco son determinantes: se fue Javi Moreno, la revelación del año, y sus colegas mantuvieron su reconocida capacidad de armarse, resistir y contraatacar en una secuencia tan propia y tan natural como la de respirar el aire del estadio.

Parecen un juego de pistones conectados a una única biela de acero, y su eficacia se ha convertido en un secreto a voces: sencillamente son un equipo que juega en equipo.

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