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Reportaje:

En casa del mulá Omar

Karzai y sus hombres se instalan en la residencia del líder talibán

Francisco Peregil

Las montañas que rodean la casa del mulá Omar son probablemente las más bellas de una ciudad flanqueada por colinas espectaculares. Y la casa, a pesar de todas las bombas, no tiene parangón en ninguna otra parte de Kandahar. La mezquita personal del mulá dispone de cuatro lámparas de araña y ocho minaretes blancos y azules. Es una de las pocas partes que han permanecido intactas tras los bombardeos. Ésa y la escultura de hierro entreverada con el tronco de un árbol muerto y unos eucaliptos de plástico.

Los motivos forestales deben ser del agrado del mulá porque en otras de sus dependencias se aprecian seis columnas de cemento pintadas como si fueran troncos de árboles.

Su gusto por las flores queda patente en los dos hogares donde ha vivido los últimos años. Pero poco más que las flores guardan en común la vivienda primera y la que se construyó hace dos años. Hasta entonces vivía en una casa poco más grande que un chalé adosado. Toda la calle estaba ocupada por casas de familiares. Casas buenas, con terraza y ventiladores, pero sencillas. Sin embargo, un atentado con coche bomba hace dos años sirvió de excusa para trasladarse. La diferencia entre una y otra casa sería la misma que entre un patinete y el imponente todo terreno granate, con más de diez plazas, modelo Lexus, que lucía antes de huir.

La cama de cuatro por cuatro metros y las habitaciones de sus cuatro mujeres han quedado intactas

Ahora, el coche -realmente distinto a los medios con que los refugiados afganos salieron en direción a Pakistán- acaba de ser traído a la casa del gobernador de Kandahar.

El vehículo no tiene ni un rasguño. Pero en la casa del mulá Omar es difícil encontrar una pared o una puerta que no haya sido tocada por la metralla de los aviones americanos. Y la casa del mulá Yelill, anexa a la de su íntimo amigo el mulá Omar, ha quedado como una réplica en miniatura de las ruinas de las Torres Gemelas. Sólo el establo donde dormían las vacas de Omar recibió más metralla que la casa de Yelill.

Ayer, en todas esas dependencias había hombres de Karzai, el nuevo hombre fuerte de Afganistán tras la caída de los talibanes. También estaban presentes soldados estadounidenses de las Fuerzas Especiales que tapaban la cámara de fotos con sus manos a quienes pretendían sacar una instántanea.

'Lo que ha quedado intacto es el dormitorio del mulá Omar', comentaba el guardaespaldas personal de Hamid Karzai, Saeed Mohamed Wadat, 'con su cama de cuatro por cuatro metros, sus tres armarios, sus tres ventiladores preciosos, su cuarto de baño, su teléfono y sus tres lámparas. Las habitaciones de sus cuatro mujeres también han quedado intactas'.

Debe de haber más partes habitables en la casa. Pero su nuevo inquilino, Hamid Karzai, ha aprendido muy pronto lo que debe ser el comportamiento de todo un primer ministro de Afganistán. Y a diferencia del nuevo gobernador de Kandahar, Gul Aghá, que ha invitado ya a más de veinte periodistas en su casa, Karzai prefiere no compartir con la prensa los aposentos privados de Omar.

Mantener la intimidad en un sitio así no debía de ser difícil. Para acercarse al lugar poblado más cercano hay que recorrer en coche unos tres kilómetros. Y con los cristales ahumados del todoterreno era imposible distinguir su figura. Si a eso se la añade que cada vez que quería hablar por la radio el mulá enviaba una cinta grabada, el aura de misterio aún se agrandaba más.

Pero bastó que los talibanes se fueran hace cinco días para que el respeto, el temor y el misterio se evaporasen de su casa. En lo que hace tres meses era un lugar casi sagrado, como es el patio del mulá, ahora un soldado de Karzai ha sacado una cama de algún dormitorio y se ha tendido al sol. En la misma mezquita donde el mulá rezaría el 11 de septiembre ahora rezan ya los soldados que mataron a decenas de talibanes, con los zapatos y los rifles en la puerta.

Interior de la casa del mulá Omar.
Interior de la casa del mulá Omar.AP

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Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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