Sugerencias para el hogar
Los domingos grises se desvanecen dentro de nosotros: la luz de la lámpara enferma, una lluvia enferma, sonidos de puntillas en una ceremonia de velatorio. El alma mojada y cabizbaja como un perro. Ganas de revistas viejas, libros antiguos, periódicos de la semana pasada. Los olores más presentes: el de la alfombra, el de la ropa en los cajones, el del almuerzo de los vecinos en el rellano. Las naranjas del frutero intentan en vano inaugurar la mañana. Ganas de mantas en las rodillas, un solitario de naipes, Chopin en discos de setenta y ocho revoluciones, con los saltos de la aguja que acaban formando parte de la música: por cada giro un sollozo rechinante que acentúa la melancolía del piano. Recuerdo de teteras chinas, de viejas azucareras de plata en el armario con portezuelas de cristal. Las fotos tan derechas, tan rígidas, una niña con lazo, un tío antiguo, con babi, que sostiene el manillar de la bicicleta. En cada arruga de la cortina una frente asombrada. Cojines de satén con claves de sol bordadas. Recetas de cocina que se pegaron en cuadernos. Tisanas con vago sabor de nombres de primas remotas: camomila, melisa. Daba igual morir porque nos convertimos en sonetos de almanaque, hojas secas metidas en álbumes. El agua del florero descompuesta. Daba igual morir. ¿Daba igual?
Daba igual morir porque nos convertimos en sonetos de almanaque, hojas secas metidas en álbumes
El agua del florero que la flor descompone, una bolsa de viaje olvidada bajo la cama: pegatinas de hoteles franceses, un juego de cepillos sujetos con elásticos. Problemas de crucigramas resueltos a lápiz, el siete horizontal
Afluente del Amazonas
en blanco. Añoranzas de bizcocho, tostadas, galletas desmigajadas en los dedos. Cerillas quemadas en el cenicero. Papeles de plata de chocolate en el manual de historia, violetas, plateados, azules. La tabla de planchar abierta en el tendedero cubierto, con un cesto de ropa encima. Pinzas de plástico en la cuerda. Las sillas austriacas alrededor de la mesa, a la espera. ¿Heredadas de la niña con lazo, del tío de la bicicleta?
Sellos en sobres de plástico, restos de un pasado filatélico. Congo, Uruguay, Sudán, animales extraños, reinas de perfil. Frascos de los que no se llega a distinguir qué contuvieron y es mejor no tocar. Las mermeladas alineadas en la despensa. Afluente del Amazonas, cinco letras. Nadie lo sabe. De vez en cuando una interrupción en la lluvia, personas que sacuden los paraguas. El chico de las pizzas se baja de la moto, avanza con una caja de cartón, vemos su casco, el brazo extendido hacia el timbre del edificio. El hijo de la portera se acerca con una admiración envidiosa. Suele saltar a la pata coja en el umbral. La portera le riñe por mear en las plantas del vestíbulo. De vez en cuando cambia de pie y sigue saltando. Las plantas apestan a amoníaco. Uno de los ojos del apreciador de motos se desvía hacia dentro, a pesar de esa especie de visera en la lente izquierda de las gafas. Cuando la madre se enfada se mastica el pulgar, el ojo desviado se vuelve pensativo y adulto. Debe de haber nacido antes y haberse quedado a la espera de que el resto de la cara apareciese. Anduvo buscando, entre la ceja y la nariz, hasta conseguir un lugar. El hijo de la portera se llama Artur, un nombre más antiguo que él, contemporáneo del ojo. Artur, no sé por qué, me recuerda a las cavacas, esas galletas típicas de Caldas da Rainha. En el edificio de enfrente a la Clínica Dental, la silla en la penumbra, aislada y majestuosa como una silla eléctrica. El tamaño del jeep del dentista aumenta todos los años: debe bendecir las caries. Tiene un perro que comparte el gusto clandestino de Artur por los tiestos con flores, alzando la pata con una delicadeza de meñique mientras el dentista escarba, enmascarado para no ser reconocido por las víctimas:
-Usted me agujereó la muela
y la manita en el pecho, inocentísima
-¿Yo?
Creo que voy al umbral a saltar a la pata coja. Afluente del Amazonas, cinco letras. Intento no leer las soluciones; por el contrario, en el ángulo de la página, las tapo con la manga, pienso, las destapo: es difícil descifrar el tamaño de los caracteres. Pasos de niño en el piso de arriba, un hombre que grita
-Cállate
un banco desmedido que se estrella en el silencio. El horóscopo me recomienda: atención al hígado. Presto atención al hígado, intento escucharlo. ¿Debería darle el brazo e interesarme por su vida? De mal humor y obstinado, el hígado se calla. Tal vez se ha marchado, tal vez está con el hijo de la portera envidiando la moto. O alrededor de las plantas a la espera. No vale la pena que me inquiete: suele reunirse conmigo a la hora de comer. Me he convertido en un soneto de almanaque, una hoja seca en un álbum, el agua del florero descompuesta. Daba igual morir. No daba igual. ¿No daba igual?
Traducción de Mario Merlino.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.