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Columna
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El futuro

Contaba Borges que cuando era niño, mientras paseaba por Buenos Aires con su padre, éste solía decirle que se fijara bien en muchos oficios, cosas y lances porque pronto iban a desaparecer. Repara en los curas, le decía, y en las monjas, y en esos militares que pasan, y en la bandera, y no olvides el himno de la patria, que tiene los días contados. Fíjate, también, en esa ceremonia. ¿Qué es, padre? Un mitin político. Escucha esos discursos, observa a aquellos hombres que aplauden; a los otros que gritan, que todo conviene que lo veas y lo recuerdes cuando seas mayor. Cuando tampoco exista el tango, ni el fútbol, ni la policía; igual que ahora tampoco existen los torneos medievales, ni los autos de fe, aunque algunas veces parezca que existan, hijo mío. Don Jorge Borges, el padre del escritor, era un abogado muy ingenuo y culto, y también era anarquista moderado: tal vez una de las cosas más dignas que se pueden ser en este mundo que vivimos, el de ahora y el de entonces. Mundo tan cuajado de explotación y fanatismo; de injusticia y barbarie; de temor a la libertad; del placer de matar. Mundo tan desigual desde la raíz porque no es lo mismo nacer en el seno de una familia patricia del río de la Plata que en un barracón de Kandahar. Mas, con todo, hay que ser optimistas. Reconocer lo mucho que se ha conseguido, después de la noche más violenta y larga: la ONU, la Declaración de los Derechos Humanos, el Tribunal Penal Internacional en ciernes, las beneméritas ONG; el avance médico o el progreso tecnológico que hace muy difícil que atrocidades antaño sepultadas en el olvido, hoy queden impunes. Y es en medio de esa ruidosa dinámica de logros y tormentos, de guerras y paces, donde sigue vivo el anhelo de don Jorge Borges: la difícil senda de la fraternidad. Porque probablemente el futuro será más cosmopolita y apátrida, más irónico y democrático. Un futuro donde la igualdad efectiva de hombres y mujeres precederá a cualquier sentimiento nacionalista o religioso. Y dicho esto me voy con Borges. Camino detrás del escritor y de su padre, por el barrio de Palermo de Buenos Aires, hacia 1912. ¿Y habrá esperanza en el futuro, padre? Habrá esperanza, pero también dolor.

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