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Crítica:CRÍTICA | CLÁSICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Estrenos y despieces

El estreno en Valencia de las Cuatro piezas sacras de Verdi es una iniciativa que sólo cabe aplaudir, ya que, además de tratarse de sus últimas obras (con excepción del Laudi, escrito diez años antes), arroja nuevas luces sobre el compositor. Es cierto que estas partituras no pueden parangonarse con su Requiem, donde la ausencia del sentimiento religioso fue perfectamente sustituida por el estremecimiento ante la muerte de Manzoni, ni con páginas homónimas de otros autores (Stabat Mater de Pergolesi o de Vivaldi, por ejemplo), más eficaces en cuanto a la expresión sentimental de la religiosidad. Pero revelan, al igual que sus cuartetos, el oficio indiscutible de un autor sólo conocido, generalmente, por los logros operísticos.

Monográfico de Verdi

Quatro pezzi sacri y La forza del destino (segundo cuadro del Acto II). Coro de la Generalitat Valenciana. Orquesta de Valencia. Director: Pier Giorgio Morandi. Solistas: Inés Salazar, Paata Burchuladze y Boni Carrillo. Palau de la Música. Valencia, 1 de Diciembre.

Verdi aplica aquí, más que el instinto dramático, la perspicacia compositiva para manejar unos textos que, como agnóstico, no debieron resultarle muy sugerentes. Pese a ello, el Ave Maria nos conduce por una senda de pequeñas y sutiles gradaciones en el sonido que, mucho más allá, podría desembocar en Ligeti. El Stabat Mater y el Te Deum nos traen ecos lejanos del Requiem, y los Laudi alla Vergine Maria aparecen como un delicadísimo encaje de voces femeninas. El Coro mostró una fragilidad manifiesta en los agudos de las sopranos, y una impostación discutible de todas las cuerdas en el forte. Los pasajes en piano, por el contrario, resultaron bastante más conseguidos.

Respecto al cuadro ofrecido de La forza del destino, cabría subrayar la intencionalidad expresiva de Inés Salazar en el personaje de Leonora, mucho más matizado que el estático Padre Guardiano de Paata Burchuladze. Es indudable que el bajo georgiano posee un instrumento rotundo e importante, pero canta con demasiada frialdad, y su afinación resulta, muchas veces, cuestionable. El Melitone de Boni Carrillo estuvo suelto y seguro, y sólo algún agudo apareció descontrolado. En la orquesta hay que destacar el sonido de los violines (transparente y ajustado) cuando acaba el cuadro, en bonita conjunción con el arpa y la soprano.

En otro orden, no acaba de entenderse a qué criterios obedece esta fragmentación de las óperas. A las limitaciones de las versiones en concierto se añaden las de escuchar un solo cuadro de una ópera que tiene cuatro actos. Que haya cierta costumbre no hace este hecho menos demencial. Tanto como leerse sólo el segundo capítulo de una novela, o el de interpretar sólo el primer movimiento de una sonata. En un disquito de clásicos populares todos los desmembramientos son posibles, pero lo cierto es que el fragmento de La forza del destino no puede valorarse sin todo lo de antes y después. A no ser que se pretendiera ligar la atmósfera conventual de ese fragmento con el carácter religioso de las Cuatro piezas sacras. Vano intento tratándose de Verdi, porque lo religioso sólo es en él una excusa para desplegar su interés hacia lo humano.

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