'La Universidad debe apostar por una formación más general'
Defiende con contundencia la libertad individual para conducir, elegir y aprovechar sus oportunidades educativas y también la de las instituciones académicas para organizarse y elegir su profesorado, a cambio de rendir cuentas. Víctor Pérez Díaz (Madrid, 1938) es catedrático de Sociología, se ha formado, y ha formado después, en instituciones de Europa y EE UU. Actualmente trabaja en la elaboración del segundo informe educativo de una terna sobre la situación y el futuro de la educación superior, la FP y la secundaria, encargada a este sociólogo por el Grupo Santillana. El primer informe, Educación superior y futuro en España, fue presentado hace unas semanas en Madrid.
Pregunta. En su libro critica la función de los órganos de gobierno de las universidades españolas. ¿Cree que el modelo órganos de gobierno que ha incluído el Gobierno en su ley universitaria agilizará el funcionamiento de estos órganos?
Se debería reducir la importancia del título universitario como título profesional
Respuesta. El modo de funcionamiento de una universidad debería basarse en una difusión enorme de poderes y una transparencia en las comunicaciones. Una universidad bien organizada funciona desordenadamente, es decir, por múltiples instancias locales. En ella, cada estudiante, no organizado corporativamente, hace casi lo que quiere; los profesores, lo mismo; los pequeños departamentos, igual. Las pretensiones de convertir el centro de la atención de lo que hay que hacer en quién consigue el control de los órganos de gobierno me parece desenfocado. Mi modelo es algo parecido a lo que sería una gran universidad norteamericana con una difusión de poder enorme.
P. ¿También se inclina este modelo a favorecer la autonomía universitaria?
R. Sí, la filosofía que aplico a cómo deben funcionar por dentro las universidades más o menos la aplicaría a cómo deben funcionar por fuera. El entorno universitario debería ser de entidades autónomas, libres y responsables. Si hacen las cosas bien, pueden tener más recursos del entorno y mejores estudiantes y profesores. Y si las hacen mal, en el ejercicio de su libertad, pagan un precio.
P. Usted hace también referencia a la complejidad de las actividades que lleva a cabo la Universidad actual y a las alteraciones continuas que sufren. Y es previsible que vayan en aumento con el proceso de globalización, que ya está provocando un replanteamiento del aprendizaje en todos los niveles educativos. ¿Qué debe hacer la Universidad para adaptarse a esta nueva situación?
R. Mi propuesta, un poco utópica o quijotesca, es que la mejor forma de adaptar las universidades a las complejidades crecientes es comenzar haciendo muy bien lo que podríamos llamar lo básico, apostar por una educación más general. Hay que atender a lo que yo llamo la educación liberal, que es la educación para la libertad, la capacidad para entrenarse en el manejo de varios lenguajes básicos, de las ciencias, de las humanidades, del arte o de la historia. Pasar por esa experiencia le puede dar a la gente una capacidad para anclar sus experiencias sin necesidad de adoptar una posición acrítica respecto a ellas. Son capacidades que la Universidad en general no da ni vienen con ellas de la secundaria.
P. Un problema para llevar eso a cabo es la creciente demanda social, el aumento del número de alumnos. ¿Cómo puede el sistema educativo afrontar esta situación?
R. Hay una forma de hacerlo. Existe un margen de flexibilidad en el sistema actual, que son los primeros ciclos, que en bastantes carreras son generalistas. En Europa se puede incorporar la experiencia norteamericana, de tipo genérico, lo que permitiría que una gran parte de los estudiantes salieran con un título superior y una parte de ellos entraran luego en escuelas profesionales muy variadas y otra parte fueran directamente al mundo laboral, donde se especializarían. Nos evitaríamos dolores de cabeza si redujeramos la importancia del título universitario como título profesional.
P. ¿Pero es trasladable realmente un modelo como el norteamericano al sistema educativo español?
R. Yo no estoy predicando la imitación del modelo norteamericano, sino la inspiración.
P. ¿Cuál es el mejor sistema de selección del profesorado?
R. Desde el punto de vista ideal, la selección del profesorado habría que dejarla a un mercado de profesores, de manera que cada universidad, facultad o departamento decida con qué criterio se hace, a la americana. Y si se equivoca, tenga que convivir con ese individuo y sufrir su ineficacia y la pérdida de prestigio. Si no es este sistema, las fórmulas se basan en analizar cómo funciona lo que hay y ver cómo se puede mejorar.
P. ¿Qué opina de que la evaluación de las universidades la haga una agencia nacional?
R. La fórmula razonable de evaluación es que haya muchas agencias de evaluación , unas públicas y otras privadas, que ninguna tenga autoridad como para imponerse por sí misma, sino que hagan propuestas al público. Confiar todo a la agencia de evaluación central es una fórmula administrativa napoleónica clásica que no conduce muy lejos. Y, si se hace, no debe tomarse como un dogma.
P. ¿Está a favor de la separación de los alumnos en itinerarios según sus resultados para todas las materias como proyecta hacer el Gobierno en la futura Ley de Calidad?
R. Hay un debate que hay que expresarlo sin juicios de estigmatización del contrario. Se trata de ver cómo se combinan cosas comunes y cosas diversas. Y ahí el demonio está en el detalle, depende de cómo se plantee. No se puede discutir de forma genérica. Cómo manejar la desigualdad en una sociedad de gentes libres y solidarias no tiene una solución fácil. Hay que plantearlo como un tema a mirar con cuidado. Sé que hay un problema en la secundaria, hay bastantes educadores que ponen en cuestión la educación comprensiva, la de todos juntos. Pero también me parece chocante que se jerarquice sin más un material humano muy complicado, porque hay gente que puede no tener inclinación por unas cosas, pero la tiene sobresaliente en otras, que son complementarias. Es más interesante que haya ahí una diversidad que no una homogenización prematura que puede provocar desarrollos patológicos. ¿Por qué no dejar que haya experimentos educativos diferentes? ¿Por qué obsesionarse con que haya siempre las mismas reglas para todos?
P. Dice usted que es difícil educar a todo el mundo para la libertad. ¿A qué se refiere?
R. Todo el mundo es educable para cosas distintas. Es cierto que hay gentes que no tienen inclinación para ejercer su libertad ni para respetar la libertad de los demás, esas gentes son casi ineducables para la libertad. Creo que la educación para la libertad es fundamental. Es decir, enseñar a la gente a ser libre para tomar sus decisiones y a ejercitar en esa libertad. Esto no está garantizado en las sociedades occidentales porque las corrientes de colectivismo autoritario están por todas partes y la tendencia a la manipulación del prójimo es permanente y la obediencia respecto a lo establecido es enorme. Hay que ver cuáles son los límites de la educación que la gente quiere y necesita, que puede marcar una edad o un proceso de maduración. No hay que prolongar indefinidamente las edades de la educación obligatoria, pero no sé cuál es el límite.
P. Pero esa escolarización obligatoria está necesariamente marcada por la edad mínima legal para incorporarse al mundo laboral: los 16 años. ¿Qué harían los adolescentes antes de esa edad si no estuvieran escolarizados ni pueden trabajar?
R. Es un debate que tenemos que plantearnos todos, con flexibilidad y apertura de espíritu, para buscar en la delicada edad de la adolescencia el equilibrio del principio de igualdad de oportunidades con la capacidad de tomar decisiones de la gente sobre sus vidas. Debemos analizar todas las posibilidades.
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