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Reportaje:Internacional

El final del imperio rojo

La humillante derrota del Manchester ante el Chelsea deja a Ferguson en una situación crítica

El sábado 1 de diciembre de 2001 se recordará como el día en el que se derrumbó el imperio que construyó Sir Alex Ferguson. El Manchester United sufrió su quinta derrota en la Liga inglesa, esta vez en Old Trafford, un 0-3 -algo parecido a una rendición incondicional- contra un Chelsea que había estado jugando tan mal que la semana pasada el gran tema de discusión había sido si su entrenador, Claudio Ranieri, sobreviviría hasta las Navidades.

Ahora se está proponiendo lo impensable. Que Ferguson debería renunciar. Y mejor que lo haga antes de que lo despidan. Porque las ventas de camisetas en Indonesia, Malaisia y Tailandia que contribuyen a que el Manchester sea el club de fútbol más rico del mundo dependen menos del sentimiento y de la tradición que del éxito en el campo de juego. Si la mala racha continúa, los accionistas de Manchester United S.L., que ya habían criticado duramente al equipo en una reunión celebrada hace tres semanas, exigirán la cabeza del escocés.

¿A qué se debe el colapso del equipo que ha ejercido una hegemonía aplastante en la Premier League, y ha sido uno de los tres o cuatro conjuntos más temibles de Europa a lo largo de la última década? A que, en primer lugar, el equipo ha perdido su identidad. Cuando visten la camiseta de los Diablos Rojos, los jugadores ya no saben quiénes son, ni lo que tienen que hacer. Cuando visten las camisetas de sus respectivas selecciones, David Beckham, Roy Keane (a quien Ferguson, confundido y desesperado, puso de central contra el Chelsea), Juan Sebastián Verón y hasta Barthez se transforman en leones.

Todo apunta al entrenador. El error que se le suele atribuir a Ferguson es el de haber reemplazado al central Jaap Stam por Laurent Blanc. (Como señalaban ayer los periodicos ingleses, las letras del nombre del frances corresponden a las primeras letras de los cinco equipos que han vencido al Manchester esta temporada: Bolton, Liverpool, Arsenal, Newcastle y Chelsea). Y, efectivamente, existían razones por las cuales Hector Cúper no tuvo ningún problema en permitir que Blanc abandonara el Inter de Milán. Ferguson se imaginó que podría exprimir una temporada más al ex jugador de la selección francesa, pero Blanc, a sus 36 años, no sólo es demasiado lento para competir al más alto nivel sino que da la impresión en el campo de estar pensando menos en los Hasselbaink, Owen y Henry de turno que en los vinos, el camembert y el foie que podrá consumir, en un lugar muy lejos de Manchester, el día que se jubile.

Pero en realidad Blanc no es más que el síntoma de un problema más profundo. Según Ferguson, en una entrevista que dio hace un año, el reto más grande al que se enfrenta el entrenador de un equipo de primera categoría es imponer su autoridad sobre los jugadores. Por eso vendió a Stam. El holandés acababa de publicar un libro en el que criticó, de manera muy leve, a Ferguson. Ferguson calculó que si no despedía a Stam los demás jugadores le perderían el respeto. O más bien el miedo, porque nadie jamás ha considerado a Ferguson un hombre simpático.

Calculó mal. Por un lado porque Stam era un gran compañero, un jugador noble, cuya brutal ejecución sigue causando malestar en el vestuario; pero más que nada porque Ferguson cometió el enorme error de anunciar, hace ya más de dos años, que la actual iba a ser su última temporada en el Manchester.

Como le podría haber advertido Sven Goran Ericsson, cuyos últimos meses en el Lazio, tras saberse que iba a entrenar a la selección inglesa, fueron un calvario, y como le podría haber advertido también el ejemplo de todos los presidentes de gobierno del mundo una vez que se sabe que les queda sólo 12 meses en el poder, cualquier líder a cualquier nivel disminuye su poder de manera fulminante en el instante en el que anuncia que se va.

El guión que Ferguson había escrito para sí mismo concluía con otro campeonato inglés y con una gloriosa victoria en la final de la Liga de Campeonesen Glasgow, su ciudad natal. Lo mejor que puede esperar Ferguson ahora es aguantar en su puesto, sin sufrir la ignominia del despido, hasta el final de la temporada.

Ferguson se lamenta tras caer ante el Chelsea.
Ferguson se lamenta tras caer ante el Chelsea.REUTERS

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