Manuel Villar Arregui, ex senador y abogado
En el día de ayer falleció Manuel Villar Arregui. Muchos le recordarán por su protagonismo en aquellos difíciles años de la transición política, cuando desde la tribuna del Senado tanto y tan eficazmente contribuyó a diseñar el actual marco constitucional. Quienes aún no teníamos veinte años en junio de 1977 todavía conservamos en la retina de nuestra memoria aquella refrescante imagen de un entonces joven Manolo Villar, quien encabezó, junto a Joaquín Satrústegui y Mariano Aguilar Navarro, la primera candidatura democrática al Senado.
Después se sucedieron años de duro trabajo en el desempeño de responsabilidades políticas, vividos intensa y apasionadamente. Porque para Manolo la política, como la vida en general, era sinónimo de entrega y generosidad.
Conocimos a Manolo Villar después de su pasión política, cuando retomó su actividad profesional como abogado en ejercicio. A lo largo de muchas, muchísimas horas pasadas en su compañía llegamos a intimar profundamente. Manolo Villar era mucho más que el brillantísimo abogado de afinadísima dialéctica y filosófica argumentación con que nos deleitaba en sus escritos. En su conversación irradiaba un aura no de fama, sino de grandeza. En ese porte intelectual, sólido y sin fisuras, anidaba uno de esos espíritus que confieren dignidad a la condición humana. Quizá fuera el motor de esa fe que le acompañó hasta el último momento, un particular sentido de la trascendencia que se ensamblaba armónicamente con ese uso kantiano de la razón, tan distintivo de Manolo Villar. Siempre nos admiró la intensidad de su experiencia religiosa, que él identificaba con un cristianismo escatológico o, como le gustaba decir al propio Manolo, una fe reinterpretada, a la luz del grito de desesperación de Jesús en la cruz.
Evocamos ahora, en la nostalgia del adiós, que para Manolo siempre será un hasta luego, tantos momentos y tantas ocasiones en las que, con un amor y una generosidad verdaderamente entrañables, Manuel Villar nos dio muestras de esa inquebrantable lealtad que prodigaba con los amigos. Tampoco es hora de panegírico alguno. El propio Manolo no lo hubiera admitido. Estas líneas ni lo son ni lo pretenden. Representan el sincero testimonio de gratitud de quienes se honraron con tu amistad. En nombre de tantos y tan queridos amigos, gracias y hasta siempre Manolo.-
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