_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La paz sólo se puede ganar en el Mediterráneo

Es posible que la guerra contra el terrorismo, o su primera batalla, se gane en las montañas de Afganistán, pero la paz sólo se puede ganar en las riberas del Mediterráneo. No es porque lo haya dicho Bin Laden, en su burda manipulación de la causa palestina, en un intento de instrumentalizar el sufrimiento ajeno para justificar lo injustificable. El conflicto del Próximo Oriente y la situación en el Mediterráneo no están al orden del día por la barbaridad que se cometió el 11 de septiembre. Desde mucho antes de los atentados de Nueva York y Washington, sabíamos que el conflicto entre árabes e israelíes es uno de los temas más intrincados y de más urgente solución que la agenda internacional del siglo XXI ha heredado del siglo anterior. Lo sabíamos, aunque no siempre se actuara de acuerdo con esta convicción. Había incluso quien parecía comportarse, en Estados Unidos y también en Europa, con la intención de darle tiempo al tiempo, pensando que palestinos e israelíes son los únicos en pagar las consecuencias del colapso del proceso de paz. En ese terreno, el de las prioridades, ha habido ciertamente un cambio tras el 11 de septiembre. Sabemos ahora que desentendernos de la paz entre Israel y Palestina, o de la cooperación y el diálogo con los países arabo-musulmanes, es aplazar un problema que acabará estallándonos en las manos con una virulencia proporcional al tiempo que hayamos tardado en darle una solución.

Hay síntomas de que esta convicción se abre paso, tanto en Estados Unidos como en los países que llevan el timón de la Unión Europea. La frenética actividad del enviado especial de la UE en Oriente Próximo, Miguel Ángel Moratinos, no sólo confirma su empeño personal en la causa de la paz: también revela una renovada conciencia por parte de Europa, que se ha traducido en diversas iniciativas diplomáticas, las que ha llevado a cabo Javier Solana, pero también las que han protagonizado Tony Blair y otros líderes europeos. Puede que las explícitas declaraciones de Bush en favor de un estado palestino lleguen tarde, pero más vale tarde que nunca: han abierto una dinámica nueva, que puede conducir a rebajar los actuales niveles de tensión, y abrir la puerta a un nuevo proceso. Puede que Oslo haya perdido su capacidad de orientar el proceso, pero la conferencia de Madrid de 1991 sigue en pie, al menos en su esencia, la idea de paz por territorios. La seguridad vital para Israel. La necesidad de un estado para los palestinos. Algunas ideas y propuestas se mueven en esta dirección aunque, por el momento, sean más las acciones violentas que van en sentido contrario, impulsadas por extremistas de diversa procedencia.

Desde que Roosevelt pactó los términos del suministro del petróleo arábico, en 1945, Europa ha dejado de tener la llave del Próximo Oriente. Puede y debe actuar de un modo más decidido, pero sabe que debe hacerlo a rebufo de Estados Unidos. Buscando una acción concertada con la Administración Bush, y aprovechando la nueva disposición a una mayor implicación que parece existir al otro lado del Atlántico. Suele interpretarse esta situación de hecho como una invitación a la pasividad que pervierte toda la política mediterránea. Pero no tener la llave no quiere decir que no se pueda contribuir a abrir la puerta, ejerciendo la necesaria presión sobre los actores locales del conflicto. Europa debe aportar confianza, perspectiva de futuro, el compromiso de hacer posible el día después. Lo puede hacer implicándose más en el proceso, pero sobre todo trabajando en pro de una mejora del entorno, de las relaciones entre la Unión Europea y los 12 países que suscribieron la Declaración de Barcelona de 1995.

El Proceso de Barcelona va a cumplir seis años y el balance que presenta es desigual, insuficiente desde algunos puntos devista, esperanzador en otros. Con todos sus límites, constituye un foro abierto al diálogo y la cooperación, opera como un instrumento de cambio y modernización. Para los países del sur y el este del Mediterráneo supone la oportunidad de no quedar fuera de esto que llamamos globalización. Para los del norte, es una respuesta inteligente, que se inscribe en la mejor tradición europea, la predicción apocalíptica según la cual el mundo -y singularmente el Mediterráneo- caminarían hacia una creciente confrontación entre culturas y civilizaciones. De ahí que dar un nuevo impulso al Proceso de Barcelona sea la mejor manera de crear las condiciones para que se pueda abrir la puerta de la paz. En todo caso, es la mayor contribución que Europa tiene al alcance de su mano para dar una respuesta de largo alcance a los retos planteados por el 11 de septiembre.

Andreu Claret es director del Instituto Catalán del Mediterráneo.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_