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Tribuna:LOS DERECHOS DE LAS MUJERES
Tribuna
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Cultura y violencia de género

En la última semana hemos visto con agradable sorpresa como una mujer abría desde Kabul los noticiarios de todas las cadenas de televisión para ofrecernos una imagen de libertad envuelta en su chador.

Entre nosotros, corría 1868, cuando los primeros vientos de la lucha por la emancipación de la mujer encontraron abrigo en la sociedad española. Hubo que esperar, sin embargo, hasta 1931 para que una Constitución española reconociese por primera vez la igualdad entre hombres y mujeres en ámbitos tan asumidos en la actualidad como la ley, la política o el trabajo.

Entre ambas fechas las excepciones marcaron la tónica general de cara al futuro. Entre ellas cabe destacar la labor de la Institución Libre de Enseñanza, la fuerza de mujeres como Emilia Pardo Bazán, Concepción Arenal o más cercana a nosotros Guillermina Medrano -último premio Isabel Ferrer de la Generalitat Valenciana- y la creación en 1918 de la primera Asociación Nacional de Mujeres Españolas, de claro pensamiento conservador que exigía para la mujer el acceso a la educación, a un salario igualitario y al ejercicio de profesiones liberales. Son datos todos ellos aportados por la profesora de la Universidad de Granada Rosa Capel en su estudio sobre El sufragio femenino en la Segunda República española.

'Las culturas no pueden continuar siendo el abrigo con el que tapar una actitud de violencia'
'No caben las medias tintas. La mayoría somos responsables de la violencia de las minorías'

La igualdad alcanzó el máximo reconocimiento en la Constitución de 1978. Ha sido un periodo dilatado por su lentitud, pero fructífero en cuanto a resultados. Más aún en las últimas décadas con la masiva incorporación de la mujer a ámbitos hasta hace pocos vetados para ella por el simple hecho de ser de un género diferente al predominante.

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Son todo ello anécdotas que marcan hitos en un camino costoso y difícil en el que estamos empeñados para que la igualdad sea una realidad y deje de ser una utopía para quienes el ser humano es un conjunto diverso y como tal pretende desarrollarse. Pese a todos los avances acontecidos durante los últimos cien años, existe un problema que aún se encuentra hoy en una fase preliminar. Se trata del problema de la violencia ejercida contra la mujer y que con frecuencia se extiende a los hijos. Estamos ante un problema de violencia doméstica, de violencia en el ámbito familiar donde el ejercicio del poder se ha parapetado en lo que, al parecer, se entiende como el último reducto del ejercicio de un dominio que se asienta sobre bases culturales ancestrales. Y es previo porque la fase actual se encuentra en la concienciación social para que hombres y mujeres denuncien cualquier acto de violencia ejercida sobre ellas. El primer paso se está consiguiendo. Cada día son más las denuncias que afloran y se presentan ante la justicia.

Antes que ante una justificación, estamos ante un diagnóstico para el que cabe aportar medidas adecuadas. La primera medida es denunciar. Y ello nos corresponde tanto a los hombres como a las mujeres. La cultura, sea ancestral o contemporánea, no puede continuar siendo el abrigo con el que tapar una actitud de violencia inhumana para con el cincuenta por ciento de las personas. Los datos de este diagnóstico son concluyentes: el 80% de los refugiados actuales son mujeres; más del 70% de los pobres del mundo son mujeres, y Afganistán, Bosnia o los Grandes Lagos nos han mostrado el peso del desastre cuando de mujeres se trata.

Pero para denunciar antes es preciso ir desmontando el edificio sobre el que se ha aposentado la preponderancia de la masculinidad. Un edificio formado por una estructura legislativa que es preciso desmenuzar y por el que ya, durante la Ilustración, clamó M.J. Condorcet, al pedir que 'los legisladores no olvidasen los derechos de la mitad del género humano'. En este camino nos encontramos todavía hoy, cuando la mayoría de constituciones del mundo desarrollado han establecido la igualdad de derechos como uno de los principios inalienables, pero que deben reforzarse con nuevas medidas que favorezcan el acceso real a la igualdad desde la diferencia.

La legislación ha asumido unas demandas reiteradas por el ser humano. La legislación también ha conseguido que la concienciación social deje de ser poco a poco un punto de llegada para convertirse en una realidad. Sin embargo, esta misma realidad se muestra tozuda al enfrentarnos con la violencia como modus vivendi de individuos que no merecen otro calificativo que el de delincuentes. Y como tales debemos tratarlos. Es decir, aplicarles la justicia y ofrecerles la posibilidad de reinsertarse desde el más escrupuloso cumplimiento de los principios democráticos.

Nuestras sociedades se encuentran por tanto ante una encrucijada. Hombres y mujeres debemos escoger ante la senda de marcar claramente las diferencias entre los géneros o compartir una lucha contra la discriminación. En este caso la discriminación basada en el ejercicio de la fuerza. La primera opción nos lleva irremediablemente a la exclusión. Un grupo se refuerza frente a su oponente. Tal decisión ha sido históricamente la que han elegido erróneamente muchos grupos de presión que han intentado posicionarse socialmente. Los resultados han llevado irremisiblemente al enfrentamiento.

Por su parte la lucha contra la discriminación, el enfrentamiento directo contra la violencia, atrae hacia sí, a grupos diferentes que consideran los derechos como bienes inalienables del ser humano, de los cuales nadie puede privar a nadie de unos derechos por el simple hecho de que el ser humano con su nacimiento se abriga con unos derechos individuales. El derecho de la mujer a vivir y a desarrollarse como persona está por encima de cualquier ropaje cultural que las sociedades hayan tejido.

No caben las medias tintas ideológicas, ni personales ante unas realidades que por afectar a pocas personas, nos exime por ser mayoría. En este caso la mayoría somos responsables de la violencia de las minorías.

Sólo cuando la ONU pueda hacer desaparecer de su calendario de días internacionales como el de hoy, el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, podremos decir que la cultura empieza a tener sentido. Ese será el momento preciso en que el género humano merecerá tal denominación sin excepciones de ninguna clase. Y, para ello, es preciso que la concienciación se extienda a ámbitos como la educación, la familia y la sociedad, y la denuncia de los actos de violencia quede totalmente erradicada, no por el silencio que aún hoy la acompaña, sino por que de su existencia se encarguen las estadísticas del pasado.

Rafael Blasco es consejero de Bienestar Social

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