El dilema de Figo
Resulta que el francés ha pedido la pelota, se ha puesto a jugar, y el Club de Reventadores, una organización panfletaria formada por pregoneros, saltimbanquis y espontáneos de diversa procedencia y pelaje, ha sufrido un cambio prodigioso. Hace un cuarto de hora propalaba toda clase de teorías sobre la inconveniencia del llamado fichaje del año, pero de pronto se ha convertido en la Peña de Camaleones Zizou. Sus socios han seguido un sorprendente itinerario: se han tragado sus propios adjetivos como si fueran bolas de anís, se han enjuagado la boca con agua oxigenada y se han puesto a mirar a otra parte con la expresión ausente del tipo a quien se sorprende con el dedo en la nariz. Luego, se han arreglado el tupé y, en una portentosa exhibición de transformismo, han proclamado, muy seguros de sí mismos, Este chico es enorme: ya lo decía yo.
A corta distancia, Figo observará el fenómeno con una mezcla de desazón y perplejidad. Después de presenciar la demostración de ingravidez que ha hecho su colega, estará comido por las dudas. Habrá empezado a preguntarse cómo es posible que todos los balones de oro tengan el mismo tamaño. Cómo es posible que le hayan dado uno a Zidane y otro, por ejemplo, a Mathias Sammer. ¿Y el suyo? Sabemos que su figura carece del aura de los jugadores de época: está revestida de ese duro pellejo de campesino que tanto se valoró en Cantona o Gerson, gente bragada que saltaba al campo con el chirlo en el entrecejo. En correspondencia con ella, tampoco es el delantero de seda: sus regates, secos y apretados, tienen la textura y el ajuste de los nudos marineros.
Ahora sufre un apagón y todos se preguntan si se trata de un problema menor o si se ha acomplejado; es decir, si estamos ante una avería o un eclipse. Para empezar, seamos comprensivos con él. ¿Qué se puede pensar cuando se tiene como compañero a un individuo enigmático como un bonzo que puede vivir sobre la pelota sin tropezar con ella ni una sola vez? ¿Cómo se puede competir con un sujeto que maneja unas botas del tamaño de una canoa como si fuesen zapatillas de ballet?
En esta encrucijada estelar hay una sola cosa que Luis no puede hacer: quedarse quieto. El extraño ZZ ya ha provocado una verdadera sublevación en algunos de sus compañeros: Roberto Carlos empieza a jugar de tacón, Helguera ha dado una vuelta de tuerca a sus quiebros y Raúl, que lleva una pantera en cada ojo, no se resigna a ser el lugarteniente del mariscal.
Quienes conocen a Figo dicen que tampoco aceptará un papel secundario. En todo caso, tiene dos únicas opciones: quedarse mirando o decir Aquí estoy yo.
Te escuchamos, Luis.
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