El gran reformador de Sevilla
Una biografía da a conocer la vida y la obra de Pablo de Olavide
Era un hombre de letras, pero fue la suya una vida de aventuras, plagada de reconocimientos y también de sinsabores. Acusado de fraude, se vio obligado a huir de su país, Perú. Sufrió prisión en España, fue perseguido por la Inquisición, encarcelado de nuevo en Francia durante la Revolución Francesa y finalmente redimido por Carlos IV. Pablo Antonio Joseph de Olavide (Lima, 1725-Baeza, 1803), asistente de Sevilla e intendente de Andalucía, fue un ilustrado, un reformador que quiso modernizar la ciudad y engancharla en el tren del nuevo espíritu de la razón, el Siglo de las Luces, que intentó deshacer con la fuerza de las ideas las tinieblas de un mundo rancio y dominado por el miedo.
Con el propósito de dar a conocer la figura del político de origen peruano, Juan Marchena Fernández, profesor de Historia de América de la universidad que lleva su nombre, ha escrito El tiempo ilustrado de Pablo de Olavide. Vida, obra y sueños de un americano en la España del siglo XVIII, una biografía editada por Alfar.
'Para muchos, Olavide es todavía un desconocido. Fue un personaje barrido y olvidado por el tiempo. Tenía sus contradicciones, era la antítesis del héroe. Mi intención era mostrar quién fue y qué hizo este ilustrado. A él se deben las grandes reformas urbanísticas de Sevilla', señala Marchena. Además de fundar poblaciones como La Luisiana, La Carlota y La Carolina con colonos llegados de Flandes y Alemania, como asistente ('una especie de superalcalde que representaba al Gobierno en el ayuntamiento', aclara el autor) hizo levantar el primer plano de Sevilla; remodeló calles y plazas, desde el Arenal a la Alameda de Hércules, entonces una laguna; estableció un servicio de recogida de basura; instauró el alumbrado público, y creó baños públicos en el Guadalquivir con equipos de socorristas.
'Cuando Olavide llegó a Sevilla, en 1767, el cabildo municipal, como en la mayoría de las grandes ciudades españolas, estaba en manos de la nobleza, que lo consideró un advenedizo, un extranjero sin pedigrí, ignorante de las esencias de la ciudad; alguien a quien se le ofrecería en todo caso la homologación con el sevillanismo de toda la vida para, en el fondo, impedirle realizar transformaciones de peso que modificaran el estado de las cosas en una ciudad de tanta historia y tantos años', relata el profesor.
'A Olavide hay que verlo como al primero que empieza a pensar en la ciudad moderna', continúa Marchena. Él fue el primero que repartió las dehesas de Tablada entre los jornaleros. El asistente se instaló en el Alcázar y allí decidió llevar adelante la vida 'de ilustrado' organizando tertulias y veladas literarias. También protegió y fomentó el teatro en la ciudad, considerado 'pecado mortal' por la Iglesia.
Las fuerzas vivas de la ciudad dirigieron contra el ilustrado a la Inquisición, que lo condenó. 'Fue un juicio en toda regla: le declararon hereje'. Jovellanos, Campomanes y otros ilustrados que asistían a sus tertulias declararon en la vista sin mojarse a su favor. 'Todos fueron testigos y ninguno testificó a su favor', agrega el profesor. El único que se atreve a hacer una defensa del alcaide fue el Conde del Águila, 'noble e intocable'. Marchena deja para otra ocasión la edición del proceso completo contra Olavide. 'Por allí desfiló la Ilustración española del momento'.
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