Más de cincuenta años...
Me levanto de buena mañana para ir a trabajar. Mi jornada comienza a las 6.15 y acaba a la 1.30 (a veces, las 2.30) de la madrugada. Como pueden ver, vivo para trabajar, pero eso no es lo que me preocupa.
Lo que ocurre es que hace años (más de cincuenta) que deberían haberme jubilado, pero debe de ser que les soy indispensable... Cada mañana arrastro mis huesos oxidados por los túneles, soporto estoicamente la presencia de cientos de personas en el metro, sus gritos, sus insultos, sus desmanes y sus empujones.
Claro, a veces no puedo soportar el dolor (ya les digo que soy viejo) y mis gritos desgarrados resuenan por las estaciones, granjeándome una vez más los reproches de los viajeros. Pero yo no me quejo.
Aunque las cuencas de mis ojos estén vacías y negras como la noche (hace ya tiempo que perdí la visión), aunque la mayor parte de mi estructura sangre y se descomponga como fruta podrida (hace más de cincuenta años...).
Sólo pido un poco de compasión y que me den de una vez mi merecido descanso. Más de cincuenta años de servicio público...
Quiero morir dignamente y no sólo por mí, sino por los cientos de madrileños a los que cada día sirvo.
He hablado con todas las personas con competencia en la materia, pero nadie me hace caso.
Incluso algunos ciudadanos han apoyado mi petición. Sin éxito. Por favor, no puedo más. ¡Jubílenme!
Firmado: un tren cualquiera de la línea 5 del metro de Madrid.-
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