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Columna
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Talibanes

De invisibles a presuntos derrotados, los talibanes están pagando el pato del terror del 11 de septiembre, y a los racionalistas no les importa demasiado porque habían hecho méritos suficientes para representar lo más ciego e infame del fundamentalismo, en este caso islámico. Les están venciendo invisiblemente y puede quedarnos la duda de si realmente los matan o los disuelven gaseosamente, no en líquido, dada la pertinaz sequía afgana. A los aborígenes no talibanes, ni partidarios de la Alianza del Norte, ni comprometidos con el retorno del rey desembalsamado, es decir, a los afganos peatones de la historia, les hemos visto buscar fronteras para escapar de las bombas liberadoras y poder así esperar al rey mago o algo tan versátil como el consenso. En asunto de reyes, de no salir bien el previsto, ¿por qué no trasplantarles a don Simeón sometido en Bulgaria a una vergonzosa extirpación de corona?

Sobre lo ocurrido en Afganistán desde el comienzo de la intervención norteamericana sólo podemos opinar a partir de lo ya sabido y de la lógica de la situación. La opulencia comunicacional una vez más se ha trocado en miseria informativa programada para que la sangre no salpique nuestros ojos telespectadores o bien en teleinformación de corresponsables vagantes por laberintos construidos con esos biombos logísticos que los aliados ya ensayaron con tanto éxito en la guerra del Golfo. Un día u otro llegará la derrota de los talibanes y veremos el desfile triunfal del ejército vencedor, supongo que por Nueva York y muy especial la parada ante las mellas de las torres abatidas. ¿Caerá Bin Laden? ¿No caerá? Tanto si cae como si no, la industria audiovisual ya tiene punching para la próxima década y si Fu-Manchú tuvo a su alrededor a los dakois, ciegos servidores de mutilado cerebro, Bin Laden aparecerá rodeado de talibanes barbados y nutridos con medio euro de Corán, por no decir ya con 20 duros de Corán, frente a los creyentes buenos y plurales que seguirán usando las religiones como verdades terapéuticas a la vez aterradoras, imprescindibles y fumables.

Porque aunque caído el muro de Berlín, ex camaradas, ¡cuánta razón tuvo Marx al decir que la religión es el opio del pueblo!

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