Polvos de tiniebla
No hay ira. Ni siquiera indignación. No hay discursos moralizantes ni pretensiones sociológicas. White darkness ha sido creada desde la tristeza, desde el sentimiento hondo y la pesadumbre. Se ubica Nacho Duato en un lugar oscuro para abordar el delicado material dramático de su última coreografía, creada a partir de un acontecimiento tan estremecedor como la muerte de una hermana a causa de las drogas.
Evitando todo intento narrativo, consigue estructurar una pieza de gran complejidad que, sin renunciar a su naturaleza abstracta, aparece cargada de certeros referentes que hacen cristalino su discurso. Tiene el coreógrafo valenciano una gran urgencia por transmitir sus motivaciones. El título, metáfora elocuente, habla de un contrasentido, una blanca oscuridad que adquiere su dimensión lógica cuando esas cascadas de luminoso polvo caen sobre la negra escena, donde apenas se intuye la mortuoria presencia de la eficaz escenografía diseñada por el arquitecto iraquí afincado en Viena Jaffar al Chalabi, habitual colaborador de Duato.
Compañía Nacional de Danza
Director artístico: Nacho Duato. Programa: Arcangelo (Nacho Duato / Corelli y Scarlatti. 2000); Cult Race (Jacopo Godani / Diego Dall'Osto. Estreno mundial); White Darkness (Nacho Duato / Karl Jenkins. Estreno mundial). Teatro de la Zarzuela. Madrid. 16 de noviembre de 2001.
Aunque el tono no es de duelo, la obra está revestida de un elegante y riguroso luto, al que contribuye enormemente la música de Karl Jenkins, a veces tan lírica y a ratos obstinadamente minimalista. Pero White darkness carecería de todo impacto emocional sin la aportación de los bailarines de la Compañía Nacional de Danza, no solamente capaces de resolver con éxito las grandes exigencias técnicas de la propuesta, sino de conquistar el terreno más árido, el de las emociones, esas pulsaciones internas que inundan de tristeza la platea. Una frágil Emmanuelle Broncin, comprometida física y espiritualmente, brilló la noche del estreno al acometer con sensibilidad el papel más difícil, el de la víctima de ese polvo de apariencia celestial que, aun cayendo del cielo, mata.
Arcangelo, perteneciente a una temporada anterior de la compañía, acusa una preocupación que es constante en Duato, esa tendencia a indagar en los lazos que unen la música y la danza, más allá de la aparentemente estricta relación estímulo-respuesta.
Las notas de Corelli le permiten explorar en la musicalidad de los cuerpos, no en su capacidad para bailar la música, sino en la de representarla, traducirla corporalmente, un tema ya explorado en Remansos (música de Granados, 1997) y, especialmente, en Multiplicidad (Bach, 1999), a todas luces la cima de esta búsqueda. Pero en Arcangelo, que es algo más que abstracción, interviene también la emocionada música de Scarlatti en el tramo final, quizá porque resultaba más idóneo para la ascensión celestial de los dos bailarines que cierran la pieza con golpe de efecto.
Cult race fue la carta de presentación del coreógrafo italiano Jacopo Godani en la compañía. Formado en la escuela Mudra, de Maurice Béjart, desarrolló su personalidad artística al lado de William Forshyte, director del Ballet de Francfort y uno de los creadores más relevantes e innovadores del actual paisaje de la danza internacional. Desde hace tiempo subsistiendo en solitario como coreógrafo free lance, Godani ha conseguido sumar su firma al repertorio de innumerables y prestigiosas compañías. La Compañía Nacional de Danza es su última conquista.
Pieza gélida y ambiciosa, Cult race es una búsqueda que acusa la influencia de Forshyte, coreógrafo capaz de sacudir sensibilidades a partir de un impactante tratamiento estético que choca por agresivo, tajante y decididamente experimental. Godani, por lo pronto, no consigue sacudir nada y su pieza, aunque visualmente atractiva y cuidadosamente acabada, no logra taladrar la piel y llegar al alma, a pesar de sus intentos. La dificultad que le supone conectarse por este camino con el público la convierte en un ejercicio perfeccionista, distante, racional y cerebral, ciertamente deslumbrante en su rigor escénico, pero carente de toda emotividad.
Babelia
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