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UN MUNDO FELIZ
Columna
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La parada de los monstruos

Guerra, terrorismo, ántrax, viruela. Conspiraciones planetarias. Destrucción masiva. Destrucción selectiva. Daños colaterales. Economía criminal. Política pornográfica. Crimen. Crimen. Crimen. Dolor. Sufrimiento. Hambre. Desesperación. Horror. Espanto. Miedo. Mucho miedo. Más miedo. Amenazas infinitas. Muerte. Tortura. Terror global. Terror público y privado. Terror continuo. Fatalidad. Maldad extrema. Accidentes. Sabotajes. Espías. Delatores. Alerta, alerta. Catástrofes. Genocidios. Holocaustos. Fanatismo. Alarma perpetua.

Algo así me decía hace poco un periodista extranjero al describirme lo que aquel día había leído en los periódicos, oído por la radio y visto por la televisión. Bregado en emociones fuertes, mi colega -francés- repetía la letanía con el distanciamiento propio del experto coleccionista de malas noticias que suele ser un periodista y añadía tan tranquilo: 'Pon los nombres que quieras, desde Bush a Berlusconi, pasando por aviones de American Airlines, el autobús de Huelva, Aznar, ETA, la Ley Orgánica de Universidades, Catherine Millet o Bin Laden, lo de menos son los nombres, lo que importa es lo que nos transmiten'.

Y por supuesto, en su colección de acontecimientos disecados figuraba el clima. '¿Qué hay más amenazador en este momento', decía, 'que el clima? Una buena tormenta de nieve, ¡qué miedo da! Un viento huracanado ¡qué pesadilla universal! Una espantosa sequía a 50 grados ¡qué monstruosidad!'. '¡El tiempo', subrayó, 'es lo más incontrolable! No hay quien pueda con él'. Casualmente -teníamos una televisión cerca- el habitual hombre del tiempo vomitaba las peores predicciones: frío implacable, vientos incontenibles, nieves inclementes. Y en ese contexto, hasta la normalidad más normal de cualquier invierno nos ofreció su cara más monstruosa. Cierto: hoy es un drama que se corte una carretera, que no se pueda tomar un avión o que en invierno llueva y en verano haga calor. 'Quizá', aventuró, 'la naturaleza, con premeditación y alevosía, se venga de nuestra indiferencia y nuestros malos tratos convirtiendo el frío y el calor en símbolos del bien y del mal, pero siempre al revés de lo que desearíamos'. 'La naturaleza', dijo mi amigo, 'es lo peor de todo, porque es real'. Sólo faltaba, pues, que dijera que el peor de los monstruos es el que podemos tocar; a fin de cuentas, aunque Bin Laden hace mucho que nos ha puesto la mosca tras la oreja, aún podemos mirarlo como quien, en su día, se atemorizó de Frankenstein o de Jack el Destripador.

La parada de los monstruos que nos rodean es, efectivamente, como diría Samaranch, 'lo mejor de la historia'. Insuperable. Porque, luego, están los monstruos cotidianos: el Alzheimer, el cáncer, la incomunicación, la competencia y la incompetencia, el acoso moral, la calumnia, el papeleo, la burocracia, la corrupción, el abuso, el engaño, las encuestas, las componendas, la prepotencia, el vacío, la soledad y la compañía indeseable. Y para seguir con el razonamiento de mi amigo: la incomodidad constante de lo real, lo tangible, lo inmediato; en fin, todo aquello que sucede cuando, encerrados con siete llaves en el apartamento, los monstruos particulares y privados se ponen en marcha dentro de uno mismo sin que haya otro motivo aparente que el funcionamiento natural del mundo y de todas las cosas.

Habrá un día, eso es lo que deseo, en que podremos mirar hacia este momento histórico como quien asiste a una película de terror en un cine cualquiera. Ese día la parada de los monstruos que hoy nos rodean será vista, espero, como un chiste muy malo. Con lo cual, entre otras maravillas, volveremos a agradecer el frío en invierno y el calor en verano. ¡Qué placer correr el riesgo!

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