Pinto,Pinto
Mire por donde, hoy no tengo ánimo de hablar de nada trascendente. Estoy un poco harto, la verdad, de jueguecitos de guerra, de airbuses que pierden el equilibrio como palomas torpes, de Alianzas del Norte y talibanes jugando al escondite, de noticias a las tres con soldados de fondo. Ya está bien. Hoy me he propuesto acabar el día en paz y marcharme a la cama con una vaso de leche bien caliente, la columna de los jueves resuelta y un libro efervescente y reparador. El vaso lo acabo de sacar del microondas; la columna avanza ya por la línea dieciséis, y el libro en cuestión, recién llegado a las librerías, pienso leérmelo de un trago. No bromeo si les digo que se trata de una auténtica apología de la imaginación y un encendido tratado sobre la inocencia. Se titula La casa de los días, su autora se llama Sagrario Pinto y es un delicioso volumen ilustrado por Teresa Novoa y plagado de poemas infantiles.
De Gloria Fuerte hacia acá, la poesía para niños ha pecado, en la mayoría de los casos, de un falso paternalismo de autor, de una voz impostada que sonaba a falsete, a mentira de azúcar. Pero Sagrario Pinto es mucho más inteligente que todo eso y más niña que ninguna cuando se trata de ponerse a la altura que el género requiere. Ni se agacha porque sí ni escribe para impulsivos ingenuos que requieren, según algunos, un lenguaje simple y melindroso. Ella escribe como respira, con ritmo; respira como juega, con gracia; juega de la forma que mejor sabe, con talento. Y todo eso sin concesiones. Poniendo a cada niño a la altura de sus ojos. Elevándolo al nivel que se merece: el de los sueños; pero también al de vida con sus sabores múltiples: dulce como una lámina de caramelo; amargo como una muerte pequeña: 'La señora Muerte / es muy despistada. / Ayer vino a verme / mientras me bañaba, / se torció un tobillo / y cayó en el agua'. Toda una lección de sensibilidad verdadera que recomiendo a los pedagogos que se toman muy en serio esa etapa tan elemental y vulnerable que llamamos infancia, niñez o como quieran. En La casa de los días, las cosas suceden con solo nombrarlas. Pinto, Pinto. 'En el patio del colegio / pierde quien pisa la raya'.
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