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Columna
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Estado de hipnosis

Me acuerdo de que todos queríamos ser hipnotizadores. Queríamos ser otra cosa: atracadores, gente de éxito, manipuladores, aunque tuviéramos que recurrir a la hipnosis para adivinar la pregunta del examen o salir de un banco con 80 millones después de hipnotizar al cajero y al director de la institución. Ser hipnotizador significaba conquistar mujeres con una sola palabra (sólo oirían y verían y adorarían a su hipnotizador), Madagascar, por ejemplo, la palabra que pronuncia Woody Allen, detective convertido en ladrón de joyas, entre rubias y policías e hipnotizadores de club nocturno. Lo vi en unos multicines de Málaga y, a la salida, habían pasado tres meses: entré en el cine en un verano otoñal y salí en un invierno de tormentas. En el viaje de vuelta al pueblo, el inspector de los autobuses le dijo al conductor:

-En noches así, ni en su casa está uno tranquilo.

Estaba lloviendo, hacía un frío criminal. En Cuba entrará el invierno pronto, oí en una cafetería, frente a la iglesia. En Cuba no hay invierno, contestó una señora cubana. No, claro, respondió su interlocutor español, no habrá un invierno como el de aquí, pero invierno tiene que haber, como es natural. No, volvió a responder la cubana, en Cuba no hay invierno. Y el español y la cubana repitieron lo mismo seis veces (las conté: no es retórica) en una especie de bucle hipnótico. El español se resistía a creer que no fuera mundial el clima de aquí: un sucederse de frío y calor, como en otros lugares alternan los vientos y las lluvias. Los prejuicios son un potente estado de hipnosis, ese método para el control mental de los individuos.

Los no creyentes en la inexistencia del invierno y el verano en muchas regiones del mundo, sin salir de aquel café oirían hablar, como yo, de asuntos económicos: una conversación entre camareros. Donde vivo es frecuente el trabajo sin Seguridad Social, de modo que a los 30 años un camarero puede llevar menos de un año de cotización después de haber trabajado diez o doce horas diarias en temporada de verano desde niño y haber conocido dos sectores: hostelería y construcción. Existen variantes: trabajo cobrando el paro, trabajo a tiempo parcial en un sitio mientras se echan horas a tiempo completo en otro. Se trata de una economía hipnótica, invisible, de la que nadie se acuerda cuando despierta, y de la que, por supuesto, nadie habla en el Parlamento en la discusión de los presupuestos de la Comunidad.

Es una economía en estado de hipnosis, fundamental y fuera de la ley, donde se unen clandestinidad y subvenciones europeas. En los casos más prósperos y felices coinciden clandestinidad y subvenciones. Una persona que me merece confianza me contó no hace mucho que para determinadas obras pidió subvención europea y el funcionario andaluz que tramitaba su solicitud le exigió amigablemente unos cuantos cheques por 499.999 pesetas. Los cheques fueron entregados. Nadie lo vio, nadie lo oyó, todo se olvidó. Un individuo en estado hipnótico tiende a esperar pasivamente las instrucciones del hipnotizador y sufre amnesia de lo que hizo u oyó bajo la hipnosis. Aquí la hipnosis es tan honda que hasta los hipnotizadores sufren amnesia.

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