Historia de un desencuentro
El paso de Maradona por el fútbol español dejó un rastro más sentimental que de resultados
Por joven o por viejo, Maradona pasó en mala hora por el fútbol español, si se atiende a su cuenta de resultados, pero la memoria futbolística barcelonista activa episodios únicos cada vez que aparece la figura del pelusa. Armó el primer gol en la final de la Copa ganada al Madrid (1983) con un segundo tanto del pichón Marcos que Schuster celebró con una butifarra, y fue el abanderado de la Copa de la Liga (1983) conquistada en el Camp Nou tras marcar un gol en el Bernabéu que le costó la entrepierna a Juan José. Y qué decir del tanto que metió en el pequeño Maracaná de Belgrado en una actuación solemne.
El rastro que dejó Maradona fue tan sensible que todavía hoy la hinchada añora sus calentamientos, cuando con sus anchos pies, liberados de los cordones de las botas, igual le daba a la pelota que a un limón. Más que jugar, Maradona calentó en el Barça. Estuvo un tiempo enfermo, aquejado por una hepatitis, y las lesiones le torturaron, sobre todo la que sufrió en la Mercè, en la fiesta mayor de Barcelona de 1983, cuando Andoni Goikoetxea le rompió un tobillo.
La suya fue sobre todo una pelea continua con el Athletic de Clemente, el mismo que escribió su sentencia en el Barça después de la final de la Copa de 1984 ganada por los vascos con un gol de Endika y que acabó como el rosario de la aurora, con fubolistas de uno y otro equipo dándose de lo lindo, y Maradona entre ellos, pues mantuvo una actitud tribal, tanto fuera como dentro de la cancha.
Maradona levantó a su alrededor una pared humana que le incomunicó con la ciudad y resaltó sus cuitas con la directiva, con los periodistas y con matones de discoteca. No intimó demasiado con la plantilla, pese a que tuvo amigos incondicionales -como Carrasco, Migueli, Marcos o Julio Alberto-, y lideró todas las reivindicaciones. Más que nada provocó la ira de la misma junta que le contrató por una cifra récord de 7,3 millones de dólares del año 1982. 'Acá no soy feliz', proclamó antes de irse, para un tiempo después confesar que había probado la droga por primera vez en Barcelona porque necesitaba sentirse vivo.
El desencuentro con el club azulgrana resultó tan notorio que la partida del jugador al Nápoles fue aceptada como una fatalidad más del fútbol. Maradona necesitaba aire, dinero y calor humano, y el Barça se quedó con la plata, aun sabiendo que traspasaba al que iba a ser el mejor jugador del mundo. Tanto Dieguito, 21 años por entonces, como su manager Jorge Czysterpiller, habían llegado demasiado temprano al Camp Nou.
A Sevilla, por contra, Maradona aterrizó ya muy fatigado (1992-93), de vuelta de muchas cosas y acabó igualmente de mala manera, pese a que al igual que en Barcelona contaba con la protección técnica (Menotti en el Camp Nou y Bilardo en el Sánchez Pizjuán), informa Daniel Gil. Dieguito fue más protagonista en la calle que en la cancha, se enfrentó con todo el mundo y acabó por irse al cabo de unos meses, dejando al Sevilla tirado y abocado a una crisis económica que estalló tiempos después de forma estruendosa.
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