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Columna
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Atrapado

Es notorio que al presidente de la Genealitat, Eduardo Zaplana, no le hace ninguna gracia el debate sobre su sucesión. Lo repetía por enésima vez el miércoles ante los micrófonos de la cadena SER, con enorme incomodidad. Fue muy fácil desde la oposición, cuando eran otros los que mandaban, darse dos golpes en el pecho y asumir el compromiso de no permanecer más de ocho años al frente del Gobierno. Y más aún si se trataba de un acto reflejo seguidista -José María Aznar había lanzado la primera piedra-, sin embargo ya nadie se preocupó de hacer lo que procede con los compromisos adquiridos, que es mantenerlos, e implementar a renglón seguido un modelo en el que, quizá como en el caso norteamericano, todo el mundo identificase en la figura del vicepresidente al futuro candidato. Ahora, a año y medio del final de la legislatura, Zaplana se siente 'atrapado' en su promesa porque el tiempo vuela cuando uno pilota el bólido del poder, pero también porque al no haber previsto el sistema sucesorio, en el último tramo de la legislatura la incógnita proyecta inevitablemente un debate mediático que hurta, y a menudo eclipsa, el protagonismo de la acción de gobierno en el día a día. A ello se añade que el sistema caudillista del PP no ha propiciado alternativas claras desde dentro, ni tan sólo el habitual delfinato, acaso porque cualquier inclinación en ese sentido suscitaría el recelo del resto de clanes, que se encuentra en estado latente desde el nuevo orden orgánico que supuso la llegada del ex alcalde de Benidorm a la presidencia del partido. O peor aún, porque en última distancia corresponde a Madrid determinar quién ha de ser el próximo candidato, tal y como aconteciera con el mismísimo Zaplana. Ahora el presidente del Consell es víctima de su propia estrategia. No puede decir que se queda porque, por mucho las circunstancias hayan cambiado y se haga aclamar en ese sentido, abriría un nuevo frente al faltar a su palabra, a la vez que arrojaría una sombra de duda sobre su soberanía. Y no puede decir que se va porque eso obligaría a quitar la sábana al tapado y ni tan sólo Arturo Virosque querría ya hablar con Zaplana, porque quedaría investido de convidado de piedra.

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