Fin del amor
En 1637, María de Zayas publicó sus Novelas Amorosas y Ejemplares, una colección de 10 narraciones breves que completó en 1647 con los Desengaños Amorosos, otras 10 piezas de asunto semejante. En una de ellas, el enamorado don Fadrique descubre que la hermosa, recatada y joven viuda a la que corteja por el día fornica por la noche con un criado negro que morirá consumido por la voracidad de la dama. Más allá de su comicidad, el pasaje ilustra lo más interesante de esta autora: su rechazo del predominio social del hombre sobre la mujer mediante la subversión de las convenciones literarias que lo enmascaran, tal y como señala la prologuista de esta nueva edición de su obra narrativa. Las novelas de De Zayas eran ya accesibles gracias a dos solventes ediciones críticas: la de las Novelas Amorosas y Ejemplares, elaborada por Julián Olivares (2000), y la de los Desengaños Amorosos, a cargo de Alicia Yllera (1983). A ellas se une ahora la de la Biblioteca Castro, deudora en algunos puntos de la segunda, y cuya principal aportación consiste en presentar todas las piezas en un solo volumen, sin notas, como es norma de la colección, con algún descuido en la transcripción, pero con un prólogo interesante.
OBRA NARRATIVA COMPLETA
María de Zayas y Sotomayor Edición y prólogo de Estrella Ruiz-Gálvez Priego Biblioteca Castro. Madrid, 2001 802 páginas. 8.000 pesetas
Si un género literario es la manifestación estética de una ideología, la resistencia de De Zayas a respetar las normas del relato amoroso es su manera de denunciar la injusta situación social que sufren las mujeres del siglo XVII. Los abusos de los que eran víctimas se ocultaban tras la imagen de hombres y mujeres que proyectaba la literatura más idealista. Se trataba generalmente de libros de amor y aventuras, protagonizados por jóvenes bellos y ricos, pero psicológicamente simples, en cuyo mundo armonioso se producía el desorden social o afectivo que originaba la trama. Tras admirables sucesos y formidables casualidades, el orden y la armonía universal, cifrados en el matrimonio de los protagonistas, quedaba restablecido al final del relato. Esta literatura, concebida exclusivamente como entretenimiento, se oponía a otra, más realista, diríamos hoy, que daba entrada a personajes de amistad poco recomendable, y que mostraba los aspectos más sórdidos de la vida con el propósito de desengañar al lector, de advertirle que el mundo no estaba bien hecho.
A juzgar por los títulos originales que De Zayas puso al frente de sus dos colecciones (Parte primera y parte segunda del sarao y entretenimiento honesto) podría pensarse que sus novelas cortas pertenecen a la literatura del primer tipo, que están más cerca de los libros de caballerías o de la novela pastoril que de la picaresca. Además el marco formal que unifica las piezas (un grupo de caballeros y damas que se reúnen para contar estas 20 novelitas en las que el amor y sus derivados constituyen el único motor de la acción) parece emparentarlas con los infinitos imitadores del Decameron. Sin embargo, De Zayas no fue una cultivadora más de este género tan popular, inaugurado por Boccaccio. En sus novelas hay mujeres que se vengan de los hombres con sus propias manos, doncellas que aborrecen el matrimonio porque les resta libertad, y damas que requieren amor usurpando al caballero el papel activo que la literatura les había reservado siempre. Sus novelas, cargadas de erotismo, violencia y humor, rompen el horizonte de expectativas de los aficionados al género en una actitud que se parece a la que mantuvo Cervantes en sus Novelas ejemplares (1613), sintetizando el naturalismo celestinesco con el idealismo pastoril.
Si la literatura amorosa de entretenimiento solía culminar con el feliz matrimonio de los protagonistas, muchas de las novelas de De Zayas comienzan precisamente en este punto, en este matrimonio estilizado por la literatura, con el fin de que el lector lo vea descomponerse ante sus ojos. Su propósito es denunciar la inconsistencia del amor masculino, advertir de sus engaños y mostrar sin melindres cómo el cortejo se convierte siempre en desamor y éste frecuentemente en malos tratos.
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