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Crítica:CRÍTICA | CLÁSICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Piano a la antigua

Acostumbrados como estamos, en las últimas décadas, a estilos pianísticos de sonoridad nítida, articulación elaboradísima y muy escasos roces, las maneras de György Sändor (Budapest, 1912) sacudieron nuestros hábitos de oyentes. Poderoso en el impulso y limitado en el detalle, con un vigor que no cabría esperar a los ochenta y nueve años, una articulación desigual y un sonido no demasiado límpido -a pesar del uso moderado del pedal-, el que fuera discípulo directo de Bartók consiguió seducir al público con la autoridad y la amplitud de miras que le otorgan su escuela, sus años y -en el caso de Bartók- el contacto directo con el creador. Si el Bach del Concierto italiano convenció poco (especialmente en los movimientos extremos), y en el Beethoven de la Sonata 32 gustó más el aliento general que los pormenores de la elaboración, Bartók sonó en sus manos con todo el ritmo, las aristas y la melancolía soterrada que requiere, esparciéndose por la sala el auténtico perfume de su música. La transcripción para piano del cuarto movimiento del Concierto para orquesta, realizada por el propio Bartók y estrenada por Sándor en 1990 (al poco de descubrirse), emocionó tanto por su novedad como por el hecho de encontrarnos ante un intérprete vinculado en grado sumo a uno de los compositores más geniales del XX. El estilo percusivo del pianista resultaba ideal para interpretar las obras de su maestro, al tiempo que encontraba en ellas los ecos sombríos y la quietud tensa que encierran. También con Beethoven y Brahms había iluminado recovecos ocultos, pero el Opus 111 planteó cierta resistencia a una agilidad necesariamente mermada. En la Arietta se evidenciaron dificultades en los arpegios de la séptima variación, y la serie de trinos que empieza en el compás 119 resultó ácida en exceso. Brahms gustó menos en la Rapsodia que en el Intermezzo, partitura ésta a la que siguió un Capriccio perfectamente planificado como transición hacia la complejidad rítmica de Béla Bartók. Terminado el programa, brindó cuatro bises, de los que cabría destacar el segundo: un Adagio de Bach donde encontró toda la flexibilidad que había faltado en el Concierto Italiano, unida a una desnudez introvertida que quizás sólo pueda alcanzarse a unas edades en las que se toca, sobre todo, para uno mismo. Incluso tratándose de una actuación en público.

Ciclo de cámara y solistas

György Sandor, piano. Obras de Bach, Beethoven, Brahms, Bartók y Kódaly. Palau de la Música. Valencia, 6 de noviembre

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