Notas sobre 'Madre Coraje'
- Querido señor Brecht: me gusta mucho su teatro, pero me temo que no entiendo demasiado Madre Coraje. El montaje del señor Gas, en el Teatre Nacional, tampoco ha contribuido a aclararme la obra. ¿Ha de ser realmente tan lenta y mortecina? He encontrado unas notas que usted les pasó a los actores del Berliner poco antes del estreno de la Coraje en Londres que dicen lo siguiente: 'Nuestra interpretación ha de ser rápida, ligera y vigorosa. No hay que apresurarse, pero sí mantener la velocidad; hay que pensar rápidamente más que actuar rápidamente. El público ha de recibir la obra como si estuviéramos haciendo un pase corrido, percibiendo nuestra fuerza tranquila y nuestra diversión'. Por otro lado, parece que le dijo usted a Alan Schneider, con motivo de la reposición en Estados Unidos, que la actriz ideal para la Coraje sería 'Mae West o Ethel Merman', o sea que no sé a qué carta quedarme porque, decididamente, Helene Weigel se parece muy poco a Mae West, y ya no digamos a Ethel Merman.
'La Coraje es una mula de carga, medianamente astuta, una reina de la componenda que trata de sobrevivir'
El montaje del señor Gas no es ni muy bueno ni muy malo, pero no logra conmover ni interesar demasiado, y me estoy preguntando si en parte -disculpe- no será un problema de su texto. Tuve un poco la sensación de que no sabían muy bien qué tipo de función estaban haciendo o, para decirlo de otra manera, qué pretendía usted cuando escribió la obra. Usted, señor Brecht, siempre ha sido, si me permite decírselo, un caballero bastante enigmático acerca de sus intenciones. Un Gran Contradictorio, como sus mejores personajes. Los críticos más sesudos han dicho que su Madre Coraje es una obra 'de madurez', pero, con todos mis respetos, yo creo que estructuralmente no está muy lejos de sus primeras obras; de, por ejemplo, Tambores en la noche: una sucesión de viñetas un tanto deshilvanadas cuya única intención podría ser mostrar una situación de caos (la revolución espartaquista, la guerra de los Treinta Años) a través del caos. ¿Intentó usted escribir una obra sobre la guerra y sus desastres? Si es así, me temo que su Coraje no nos dice nada que ya no sepamos, o que no nos hubiera dicho ya en, por ejemplo, Un hombre es un hombre. Por otro lado, no hay ni un solo dato (político, económico) que clarifique los mecanismos de la guerra de los Treinta Años: para usted parece ser un conflicto abstracto, un caos de católicos contra protestantes sin causas analizables.
- En ese 'contexto', como diría usted, se mueve Madre Coraje con su carro, tirado por sus hijos. Imagino que ese apelativo es puramente irónico: la Grushka de El círculo de tiza sí era una verdadera Madre Coraje. Tengo la impresión de que a usted no le acababa de gustar su protagonista. Usted adoraba, y se nota, a sus Grandes Contradictorios: a Galileo, al juez Azdak, a Puntila. La Coraje es tan acomodaticia como el soldado Schweik, pero sin embargo usted la condena. Sí, sí, la condena. Usted dice: 'Los espectadores del año 1949, y de los años siguientes, no vieron los crímenes de la Coraje ni su ansia de sacar provecho del negocio de la guerra'. Muy duro es eso, ¿no? ¿Qué crímenes, qué provecho? ¿El de una mujer que vende pollos, hebillas, botas, un saquito de balas? Venga, señor Brecht, afine mejor su disparo: eso es un chiste, comparado con todos los Krupp, con todos los alemanes que desviaron la nariz ante el hedor de los hornos. Usted no puede creerse que 'las guerras existen por culpa de gente como la Coraje'. La viuda Begwick de Un hombre es un hombre sí era un bicho; Arturo Ui era otro. La Coraje es una mula de carga, medianamente astuta, una reina de la componenda que hace lo que puede para sobrevivir. ¿Intentó usted, quizá, escribir una obra sobre la tragedia de una mujer que se acerca demasiado a la guerra y por eso pierde a sus hijos? No me parece a mí tampoco que la Coraje sea la 'responsable de su destrucción y la de sus hijos', como se ha escrito: no es más responsable, en todo caso, que la madre cuya hija muere de un bombazo mientras intenta vender un jamón en el mercado negro. Eilif, el hijo mayor, se hace soldado porque le va la milicia. Gruyére, el pequeño, no muere porque su madre se demore en un regateo con los soldados, como usted parece indicarnos: muere como la Cordelia de Lear, víctima de un azar ciego, del sinsentido de la guerra misma. Y la muerte de Katrin, al final, no afecta demasiado a su madre, aunque quizá ésa fuera su intención como dramaturgo: hacernos ver a una mujer absolutamente resignada, aceptante, insensible al horror desde muy joven. Quizá lo que más me moleste, lo que menos comprendo, es esa inmutabilidad, porque tengo la boba ilusión de que la gente cambia: usted, como buen materialista, me tacharía de idealista. Pero estará de acuerdo conmigo en que, dramáticamente hablando, sus mejores personajes son los que cambian a través de las contradicciones, y que los mejores personajes de Madre Coraje son el Capellán y la muda Karin. La gran pregunta acerca de Madre Coraje sería: ¿cómo dibujar a un personaje tan inmutable como su protagonista desde el distanciamiento, desde la falta de emoción, y al mismo tiempo hacer que nos sintamos interesados por su peripecia? ¿Me aceptaría usted que en la dificultad de ese doble movimiento de atracción y repulsa se le fue un poco la mano, o que no dibujó a la Coraje con la exacta alquimia de cal y arena que ha convertido a sus Grandes Contradictorios en estatuas vivas y perdurables? ¿O que, simplemente, no centró usted su blanco? ¿No explicaría eso la real falta de aceptación de Madre Coraje desde su montaje, y su escasa presencia en los repertorios teatrales, frente a las constantes reposiciones de otras obras suyas?
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