'Si sobrevive, lo compro'
Se cumplen 35 años de la llegada del gorila 'Copito de Nieve' a Barcelona | Lo envió desde África Jordi Sabater
Estaba abrazado a su madre, muerta víctima de una batida encabezada por el granjero Benito Mandiyé contra los gorilas que diezmaban sus cultivos. Era pequeño, apenas había cumplido los dos años, y tenía otra peculiaridad que asombró a la comitiva: era completamente blanco. Jordi Sabater Pi (Barcelona, 1922) era entonces investigador del centro de Adaptación y Experimentación Zoológica de Ikunde, en plena selva guineana. Regateó, como obligaba la tradición, echó mano de sus propios ahorros y se hizo con el pequeño gorila albino. Ayer hizo 35 años que Copito de Nieve llegó a Barcelona gracias a la determinación del investigador, que supo intuir el gran potencial simbólico que tenía el pequeño gorila.
De vez en cuando se acerca al zoo para verlo envejecer y lo dibuja de nuevo. A los 78 años, Jordi Sabater mantiene intacta la curiosidad. Para él la ciencia no es más que curiosidad y método. Los 30 años que residió en África le permitieron penetrar en el misterioso universo de los gorilas y chimpancés. El encargo de estudiar los primates que le hizo en los años cincuenta el Museo de Ciencias Naturales de Nueva York le abrió las puertas de la comunidad científica internacional. De su fructífera trayectoria se queda con el descubrimiento de que los chimpancés son capaces de fabricar herramientas elementales que utilizan para la obtención de insectos. Su hallazgo revolucionó la etología al demostrar por primera vez que estos simios aprenden a fabricar utensilios sencillos en determinados contextos culturales y que, por tanto, las conductas culturales no son exclusivas de los humanos.
El dibujo constituye otra de sus aficiones y lo practica desde niño con maestría. 'No hay duda de que, si dibujas, observas; si observas, conoces; si conoces, quieres, y si quieres, acabas protegiendo aquello que dibujas'. Es básico, según Sabater, para una persona que estudia y preserva la naturaleza saber dibujar. 'Los grandes biólogos dibujan bien', recuerda.
Desde el ático que comparte con su su esposa en el barrio barcelonés de la Sagrera se divisan los tejados de toda Barcelona. Nada que ver con la naturaleza en estado salvaje de África. Sin embargo, el recuerdo de la dilatada estancia en aquel continente palpita en cada dibujo enmarcado, en cada máscara y en las lanzas cuidadosamente esparcidas por las paredes de la casa.
Partió a los 16 años de Barcelona rumbo a la Guinea española (Fernando Poo), sin mas estudios que el bachillerato, a trabajar en una finca de cacao y café propiedad de un pariente. Desde el principio se aficionó a la naturaleza y estudió las lenguas indígenas. Pero el destino le tenía reservadas muchas emociones en aquellas tierras vírgenes, donde encontró tribus primitivas que trabajaban el barro.
Recuerda vivamente su primer encuentro con los gorilas. 'Me impactó mucho', dice. Fue en la región de Mokula, situada en la Guinea fronteriza con Gabón. 'Era al atardecer y el sol teñía con tonos verdes, amarillos y ocres una vegetación envolvente. Me escondí detrás de unos matorrales junto a un compañero dispuesto a consumar uno de mis primeros intentos de observar los gorilas en su entorno natural'. Sobre la supuesta ferocidad de estos simios pesaban entonces muchas leyendas. 'De pronto se abrió paso entre la maleza un gorila macho adulto de espalda plateada, con andares majestuosos, de una estatura como la de un hombre y unos 180 kilos de peso. Le siguieron dos ejemplares más jóvenes, de ademanes nerviosos, que llegaron y se sentaron un rato'. Cuenta que la emoción que le embargaba duró apenas unos minutos. Al descubrirlos, uno de los gorilas jóvenes empezó a chillar con estridencia alertando a sus compañeros y se marcharon. 'Es un recuerdo de esos que no se desvanecen jamás'. Después, a lo largo de su vida, pudo verlos de cerca centenares de veces.
Otra de las experiencias más fructíferas de aquel tiempo se la proporcionó Dian Fossey, la mujer en la que se inspiró la película Gorilas en la niebla. Conocía el trabajo de Sabater y le invitó a visitarla. Colaboró con ella tres meses intensos en su cabaña, situada a más de 3.000 metros de altura. Allí contempló extasiado los ejemplares de mayor tamaño que nunca había visto. Los gorilas de montaña son más grandes que los de la costa occidental africana que él estudiaba. 'Los veíamos cada día. No vivía ninguna persona en los alrededores y habían de pasar muchos años antes de que los turistas curiosearan por aquellos parajes'. Fossey era fisioterapeuta infantil en San Francisco antes de entregarse a la pasión de observar los primates y convertirse en una conservacionista de fama mundial.
La estancia africana de Jordi Sabater estuvo jalonada de episodios que colmaban con creces sus apetencias científicas. Cuando menos lo esperaba surgían ocasiones irrepetibles. Como el encuentro con Copito de Nieve. Cierto día fueron en su busca un grupo de indígenas dispuestos a venderle un gorila blanco. Le dijeron que aquel ejemplar rarísimo lo habían encontrado pegado al lomo de su madre. El pequeño gorila presentaba un aspecto lamentable. Le pedían por él 20.000 pesetas, todo un capital en aquel tiempo. Sabater hizo su contraoferta: 'Me lo quedo, lo curo, lo cuido y, si sobrevive, lo compro. Si muere, les entrego la piel'. Hubo suerte. El primate sobrevivió y Sabater desembolsó 15.000 pesetas de sus ahorros por el gorila blanco. Recuerda que Canadá le hizo una oferta tentadora para exhibir al gorila blanco en Montreal, donde estaba a punto de celebrarse la Exposición Universal. Nada menos que un millón de dólares le ofrecieron los canadienses por el animal; pero, aunque confiesa que dudó, finalmente se inclinó por llevar a su ciudad natal, Barcelona, aquel ejemplar único.
En su periplo africano hizo un paréntesis para viajar un mes a Estados Unidos, donde aprendió lo necesario para iniciar su primer trabajo para el Museo de Ciencias Naturales de Nueva York. Sabía inglés y francés, pero tardaría aún bastantes años en pisar la universidad. Sus conocimientos eran entonces fundamentalmente empíricos. No acabó su carrera hasta que cumplió los 50 años. Tan atípico expediente académico no fue obstáculo para que en 1956 una prestigiosa revista científica alemana le publicara un trabajo a raíz del cual la empresa editora de National Geographic le contrató. Tal vez es el único español que ha conseguido una portada de esta prestigiosa revista (1967), en la que aparece el gorila albino y un reportaje suyo en las páginas interiores por el que cobró un millón de pesetas. Su relación laboral con la revista norteamericana duró cinco años.
Los primates han centrado la labor científica de Sabater, considerado uno de los mejores naturalistas, aunque también otras especies le han colmado de satisfacciones. Durante una visita al Museo de Ciencias Naturales de París, le hablaron de unas ranas de grandes dimensiones de las que existía alguna pista que las situaba muy cerca de la región africana donde él se movía. A su vuelta se dedicó a seguirles el rastro a estos anfibios hasta que los encontró. Se trataba de ranas gigantes que pesaban cuatro o cinco kilos. Se las bautizó como ranas Goliat.
Al estallar la guerra en Guinea, muchos proyectos se vinieron abajo para la familia de Sabater. Fue en 1970 cuando emprendieron, como tantos otros compatriotas, el viaje de regreso a Barcelona. Se iniciaba una nueva etapa en su carrera profesional durante la cual fue nombrado jefe de conservación y del departamento de primates del Zoológico de Barcelona. En 1974 empezó a impartir clases en la Universidad de Barcelona, en la que obtuvo la cátedra de Psicobiología.
El entusiasmo que África despierta en Sabater es compartido por su esposa, Núria Coca. Allí transcurrió la mayor parte de su juventud, nacieron sus dos hijos y tuvieron una vida plena. La conoció en uno de sus viajes a Barcelona y después de cuatro años de relaciones epistolares decidieron casarse por poderes en 1950. Nunca olvidará aquel día de agosto en que su esposa llegó a Bata para quedarse. Era entonces una joven alegre y atractiva. Recorrieron en camión los 210 kilómetros que les separaban de la finca de café N'Kumadjap, donde él trabajaba. Cuando al fin llegaron, después de atravesar veredas fangosas y bellísimos bosques de acacias, le encantó el que sería su nuevo hogar, situado en un lugar llano surcado por dos riachuelos.
Enseguida cultivó una huerta, construyó un gallinero y reunió un rebaño de corderos. Fueron años muy felices para la pareja, idealizados ahora desde la perspectiva de una vejez menos gozosa para ambos. Las secuelas de una intervención quirúrgica la han dejado postrada en una silla de ruedas, casi sin habla y ajena a lo que pasa a su alrededor. Al acabar la entrevista, su marido le coge la mano y le pregunta: 'Nuri, ¿recuerdas África?'. Responde con un sonoro 'sí' que por un instante ilumina su mirada.
Desde su piso de la Sagrera, la pasión de Jordi Sabater por el mundo animal no decae. Ahora son los loros los que centran su atención. Los considera una especie poco estudiada que atesora una inteligencia sorprendente. Sus observaciones le han enseñado a relativizar a los humanos. Cree que hacen gala de 'una soberbia intolerable', cuando en realidad se ha demostrado que la distancia que los separa de especies como el chimpancé es muy pequeña.
Pastel de fruta y verduras
Unas 3.000 personas acudieron ayer al Zoo de Barcelona para compartir con Copito de Nieve el 35 aniversario de su llegada a Barcelona. El gorila albino recibió de manos del alcalde, Joan Clos, un pastel de frutas y verduras adornado con una figura de chocolate. 'Está viejecito, pero tiene buena salud', dijo su cuidador, Esteve Tomàs.
Los 38 años que tiene Copito lo hacen, a escala humana, casi octogenario. Los miembros de su especie no suelen vivir más de 50 años, pero el gorila más especial tiene también cuidados especiales y los responsables del Zoo aspiran a que viva aún unos cuantos años. En cambio, han desistido ya de que pueda tener hijos albinos. Emparejado con tres gorilas -Ndenge, Yuma y Bimbili- ha tenido 21 hijos, de los que sólo sobreviven seis. El albinismo, un defecto genético que impide la producción de la sustancia que da color a la piel y el cabello, tiene carácter recesivo por lo que habrá que esperar a posteriores generaciones para ver si surge un nuevo gorila albino.
Copito acaba de ser operado de una tumoración en la piel y sus articulaciones se resienten de los 180 kilos que pesa, pero, como ayer pudo observarse, disfruta de una apacible vejez.
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