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Crítica:TVE-1 | '¡AY, MI MADRE!'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Teruel también existe

Viendo la primera entrega del programa ¡Ay, mi madre!, que rellena la noche de los viernes de La Primera, recordé la frase según la cual cada país tiene los políticos que se merece. ¿Ocurre lo mismo con la televisión? La cosa consiste en que las madres acudan voluntariamente a TVE a quejarse de sus hijos.

Sus motivos tendrán, pero el resultado es una mezcla de ajuste de cuentas y puñalada trapera que casi siempre cae en banalidades proclives a ser vampirizadas por los colmillos del monstruo catódico. Hijas abúlicas que hablan en exceso por teléfono con novios que las engañan, aprovechados que no contribuyen a la economía familiar, melenudos que, para darle una alegría a mamá, son sometidos a un corte de pelo digno de La chaqueta metálica... Hasta ahí, todo previsible dentro de la gravedad. Pero en el caso de Juan, criador de conejos de Calaceite, provincia de Teruel, la broma fue de muy mal gusto. Su madre, decidida a encontrarle novia, recorrió las calles del pueblo reclutando candidatas a esposa sacrificada. 'Te tratará como a una reina', les decía a las candidatas de un casting digno de Berlanga. Estaba jugando con fuego, por supuesto, entre otras cosas porque puede que Juan sea gay o que, como a la mayoría de los mortales, le apetezca elegir él solito a su novia o mantenerse célibe. 'Para una vez que sale uno de Teruel por la tele...', se lamentaba Juan. Estaba enfadado, pero su enfado fue rápidamente domado y la madre acabó eligiendo a Nuria, una rubia ful que salió del plató acariciando un conejo más asustado que la pobre víctima.

Se trata, como ven, de un peldaño más en la escalada que explota la humillación pública de aquellos que, por los motivos que sean, están dispuestos a todo con tal de salir por televisión. Ya sé que no hay que dramatizar y que, como suelen decir los que se justifican a sí mismos, sólo se trata de una broma y de pasarlo bien.

Inés Ballester, anfitriona de este desmadrado desfile de madres, es la primera en quitarle hierro al asunto y procura que ni la sangre ni la vergüenza llegue al río. En el caso de la sangre, lo consiguió. En el caso de la vergüenza, no. A uno de los hijos sometidos a público escarnio le preguntó: ¿Llevas mujeres a casa o te drogas? Durante un momento tuve la esperanza de que el hijo respondiera que sí y me acordé de las madres que, teniendo problemas muy graves con sus hijos, no acuden a televisión a hacer el paripé.

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