Calabazas
De pronto, calabazas. De repente compruebas que te rodea un ejército de calabazas que te persigue dondequiera que vayas. Allí están, aquí están. Hay calabazas por todas partes, en las tiendas de todo a cien y en las enormes plantas de los grandes almacenes. En el supermercado te sonríen de manera macabra y en tu bar preferido (lo vas a comprobar horrorizado) han tomado la barra. Son de un anaranjado restallante, insufrible, capaz de provocar conjuntivitis. Anuncian una fiesta llamada Halloween.
Las calabazas eran, en nuestra infancia autárquica, además de suspensos escolares (pencos, cates) y desaires amorosos, el emblema de un famoso concurso de televisión presentado por un dicharachero peruano cargado de relojes. Ahora hasta el más desinformado sabe que las calabazas lo que anuncian es Halloween. Es posible olvidarse del Día de Difuntos y la fiesta de Todos los Santos, sobre todo si uno no tiene cerca una floristería que exhiba crisantemos. Olvidarse de Halloween, en cambio, es tarea imposible. Ahí están las malditas calabazas para recordárnoslo. A los niños les gustan, y quizás eso es lo único importante, quién sabe. Quizás con las jodidas calabazas nos está sucediendo lo mismo que con Papá Noel y Santa Claus y el reno y el abeto. Y quizás oponerse a estas nuevas costumbres importadas, además de una pérdida de tiempo, sea un error. Uno puede acabar afiliándose a una rancia asociación local de belenistas o cosa parecida. Lo del mantenimiento a ultranza de eso que llaman señas de identidad es un asunto cuando menos dudoso. Uno renunciaría con gusto al Don Juan de Zorrilla con el que nos castigarán en algunos teatros el Día de Difuntos a cambio de una pieza de Wilde o Bernard Shaw.
Lo que las calabazas nos están diciendo con sus dientes mellados es el barrio del mundo al que, nos guste o no, pertenecemos. Es posible firmar un manifiesto contra el ataque aliado a Afganistán y esa noche acudir a una bonita fiesta de Halloween. Una fiesta que puede celebrarse en el mismo café en el que, cuando toca, se celebran la Feria de Abril y el Día de la Cerveza. 'Viva la Coca-Cola', gritaban a finales de los años setenta los componentes del grupo donostiarra de arte y desarte Cloc, el mismo que ha historiado ejemplarmente Juan Manuel Díaz de Guereñu. Aquellos surrealistas guipuzcoanos tenían, desde luego, una enorme visión de presente, es decir, una enorme visión de futuro.
Llega la temporada de las calabazas y los vivos se preparan para celebrar el día de los muertos. Queda muy poco tiempo. Noviembre está al caer. Algunos cementerios se convertirán en destinos turísticos (tarde o temprano, todos acaban siéndolo). Los norteamericanos quieren terminar esta guerra, que es también nuestra guerra, la del imperio de la Coca Cola, antes de Navidad. Van a celebrar Halloween en Afganistán, rodeados de muertos y de calabazas.
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