Full House!
- De Yorkshire a Buffalo. Daba gusto ver The Full Monty en el Novedades la noche del viernes, en este principio de temporada marcada (con la casi única excepción del Daalí de Joglars, diría yo) por una baja asistencia al teatro: teatro lleno (platea y los dos anfiteatros) y esa maravillosa sensación de formar parte de un público que, como tú, se lo está pasando muy bien. The Full Monty, el musical de Terrence McNally y David Yazbek, basado en la película de Peter Cattaneo, se estrenó el año pasado en Broadway, en el Eugene O'Neill Theatre, y a Mario Gas le faltó tiempo para plantarse con su equipo en el despacho de Lindsay Law (alma pater del proyecto) y, armado de sus credenciales y su entusiasmo, hacerse con los derechos del estreno europeo del espectáculo, que llegará a Londres en abril de 2002, y a París y Berlín en otoño del 2003: todo un golazo.
McNally & Yazbek han suavizado las desesperadas aristas del original, han trasladado la acción de Yorkshire a Buffalo, han aumentado en una hora más la duración del relato, han creado nuevos personajes y nuevos diálogos y, en fin, han repartido 13 canciones a lo largo de la acción.
The Full Monty no es, digámoslo de entrada, un musical memorable: no creo que ninguna de sus canciones pase a las antologías. Es muy indicativo del descenso de la inspiración en Broadway: hace 40 años, éste modelo de musical (menor, simpático, de contagiosa humanidad) daba, por poner un ejemplo, joyas como Bye Bye Birdie, de cuyos temas todavía se hacen versiones. Aquí, las canciones de David Yazbek resultan más funcionales que pegadizas, moviéndose en esa línea llamada 'pop-rock-jazz-beat' (cuyo referente más cercano sería el Bloodbrothers de Willy Russell); modelo que, sin entusiasmarme, prefiero mil veces, dicho sea de paso, a la pretenciosa línea de las dark poperas de Lloyd Webber y sus incontables epígonos. Por su parte, el libro de Terrence McNally está, digamos, en las antípodas de su trabajo en Ragtime, que se le iba un tanto de las manos: el de Full Monty es un texto sencillo, ligero, humorístico, de estructura sólida y ceñida, y con unos previsibles toques de militancia gay para contrarrestar el exceso de testosterona de la película.
Sus mejores hallazgos están en la creación de nuevos personajes: el adorable Malcolm MacGregor, un Norman Bates angélico que sale del armario por la vía stripper (papel bombón que borda Àngel Llàcer) y, sobre todo, el papel de la sarcástica Jeanette Burmeister, la pianista de rock octogenaria que interpreta la veteranísima Carme Contreras en el más puro estilo Carol Channing, como bien me señalaba Àlex Gorina, y que se mete al público en el bolsillo desde su primera aparición hasta su enérgico Jeanette's showbiz number, uno de los showstoppers del espectáculo.
El Full Monty del Novedades es, una vez más, por encima de sus cualidades específicas, un triunfo de equipo, el equipo de Mario Gas, uno de los pocos directores de este país capaces de lograr que, desde el primer actor hasta el último técnico, todos se conviertan en cómplices entusiastas. Como siempre, la orquesta dirigida por su hermano suena a la perfección, con una espléndida sección de vientos; como siempre, las letras de Roser Batalla y Roger Peña son de una admirable fluidez; como siempre, la escenografía (Jon Berrondo) y la iluminación (Quico Gutiérrez) son de primerísima categoría: una producción cuidada hasta el más mínimo detalle, sin grandilocuencias ni excesos innecesarios. Y, por encima de todo, un reparto impecable.
- La fuerza del equipo. El año pasado, Marc Martínez fue Stanley Kowalski en el Tranvía, y ahora interpreta a otro polaco con alma de crío, Jerry Lukowski, dispuesto a convertirse en stripper para escapar del paro y recuperar la custodia de su hijo. Marc Martínez es un todoterreno, de naturalidad a flor de piel, que actúa, canta y baila como otros respiran o caminan. Sus mejores números son, para mi gusto, la balada Breeze off the river, que le canta a su hijo dormido, y Big ass rock, que comparte con Daniel Claramunt y Àngel Llàcer. Daniel Claramunt (el gordo Dave Bukatinski) recuerda (por soltura, por humanidad) a un Jesús Castejón adolescente. En el Assassins de Reguant era una promesa, y aquí, a las órdenes de Gas, modulado y encauzado, una realidad que dará que hablar, como actor y como cantante.
Ya he mencionado a Àngel Llàcer, con mucho la mejor voz del reparto, interpretando a Malcolm, el personaje más divertido de la pieza, con un número precioso, mano a mano con Ethan (Xavier Mestres, otro veterano de la escudería Gas), en la escena del funeral: You walk with me.
Xavi Mateu, también revelado en Assassins, es Harold, el maestro de baile: Mateu es un actor irónico y sutil con una voz infrecuente, cálida y de una gran elegancia. Su canción es You rule my world, que comparte con Daniel Claramunt, y que en la segunda parte repiten Vicky (Mone) y Georgie (Mercè Martínez). Mone sigue cantando de perlas, pero aquí está un tanto estereotipada como actriz, teresineando demasiado. Mercè Martínez, a la que vi por primera vez como la Bianca del Kiss me Kate del Institut, es la chispa de ignición del espectáculo, y no abandona esa cualidad a lo largo del mismo. El personaje de Horse requiere una mayor intensidad funky de la que insufla Miquel Àngel Ripeu, un buen actor y cantante, que estuvo en Rent y que todavía no ha logrado que su Big black man se convierta en otro de los números estelares de la función: tiempo al tiempo.
Del extenso reparto me gustaría destacar a, por supuesto, Roser Batalla, que interpreta a Pam, la esposa de Jerry, con un toque a lo Helen Hunt, y que, lástima (problema del libreto), no tiene una canción en solitario con la que lucirse. Y destacar también el debut del miembro más joven -nueve años- de la familia Peña, Aleix, en el papel de Nathan: un chaval que actúa con un sorprendente aplomo de adulto, para no hablar de su voz.
Resumiendo: The Full Monty proporciona dos horas y media de entretenimiento: un espectáculo cosido a mano, rebosante de buen rollo, y que comunica a la perfección con su público. Se merece un gran éxito.
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