Alemania en otoño
Pues bien, Madrid ya es, en la cultura europea, una plaza mayor del lied. Al ciclo del teatro de La Zarzuela y la Fundación Caja de Madrid vienen todos los grandes del género con programas arriesgados, rigurosos y sin concesiones, algo que a veces no se atreven a presentar en Múnich o en Milán. Sin salirnos de la cuerda de barítono, Goerne ha cantado los tres grandes ciclos de Schubert; Hampson, la integral de los de Mahler, y ahora Olaf Baer se ha enfrentado a un monográfico Schumann, que ni siquiera se apoya en el famoso Amor de poeta, ya expuesto, por otra parte, en su anterior visita de abril de 1998.
Baer no es un cantante de esos que etiquetamos como excepcionales, pero su seriedad, su profesionalidad, su saber decir, su dicción, su encendido lirismo o su esencia alemana son admirables.
VIII Ciclo de Lied
Olaf Baer (barítono), Helmut Deutsch (piano). Canciones de Robert Schumann. Fundación Caja de Madrid. Teatro de La Zarzuela, 22 de octubre.
Baer y Deutsch, su pianista, por supuesto. El lied es, ya se sabe, esa sabia conjunción de palabra y música, de texto poético y melodía, de logos y melos, de canto y piano. En el mundo del lied es imprescindible la confidencia. Baer y Deutsch susurraron esa especial atmósfera de la comunicación más interiorizada a través de 30 canciones de Schumann, todas ellas de 1840, sobre textos de Geibel, Kerner, Eichendorff, Heine e incluso Andersen en traducciones de Chamisso.
El público, qué público maravilloso el de este ciclo, estaba embelesado ante la pureza del estilo y la forma en que barítono y pianista esculpían musicalmente cada texto. Quizá el exceso de puntillismo llevó en la primera parte a un punto de monotonía. Con El buscador de tesoros se disiparon todas las dudas. El barítono de Dresde y el pianista vienés empezaron a salpimentar cada canción con una expresividad tan contenida como envolvente. En Viaje de primavera, en Atardecer en la playa, en una insuperable versión de Baltasar, en una irresistible de Los dos granaderos, los estímulos se sucedían sin pausa. La sensación de verdad saltaba por todos los costados. Qué hermosura de recital: en su sencillez, en su cotidianeidad, en su poesía, en su matiz alemán.
Alemán, sí. Porque alemán, bueno, o centroeuropeo, es este mundo de fascinaciones minuciosas, de versos elevados por la música, de secretos al oído que representa el lied. Al piano, Deutsch versatilizaba los acentos; al canto, Baer desvelaba los enigmas. El recital transcurría como en un suspiro. E iba de aquí para allá, desde la marcialidad sugerente de las marchas al secreto de un amor no correspondido o al abandono ante un paisaje de otoño.
Babelia
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