Fotógrafos de Durango
La complejidad de la fotografía permite hacer las reflexiones más variadas. Quedan lejos las catalogaciones simplistas en función de su uso (medicina, arquitectura, publicidad,...) Detrás de ella siempre existe un elemento de creatividad. Sus recursos son variopintos. La luz se modula con una técnica donde influye la estética o el contenido, todo ello inseparable de las circunstancias sociales, políticas y económicas donde se desarrolla. Elemento clave es el autor, por ser quien decide la combinación entre los diferentes factores puestos a su alcance. A él corresponde enlazarlos de manera aislada o mezclarlos como crea menester.
De esta libre elección surge la riqueza expresiva articulada por una sintaxis de imagen a veces compleja y otras más sencilla, pero siempre dispuesta a sorprender al espectador. Una aportación con sorpresa es la que ofrece el Museo de Arte e Historia de Durango hasta el mes de noviembre. Se trata de Erretratuek 1949-1977, una colección de unas 50 instantáneas que recupera distintos aspectos de la vida local durante un periodo histórico repleto de lagunas culturales. Se trata de una selección de los fondos de la galería Foto Sol regentada por tres hermanos Angoitia: José Luis (1930), Jon (1931) y Sabino (1934). El segundo de la saga fue el primero en aprender el oficio mientras cumplía el servicio militar. De vuelta a casa, enseñó el oficio a sus hermanos y se pusieron a trabajar en el local fundado por Alfonso Soldevilla (Foto Sol).
Los hermanos Angoitia forman parte de esos fotógrafos populares a los que hace referencia Publio López Mondejar en su Historia de la fotografía en España. Aquellos que, lejos de la pretenciosidad reivindicada por un tardopictorialismo animado por agentes artísticos afines al régimen franquista, supieron reflejar con esmero, naturalidad y buen tino escenas de sus vivencias más próximas. Su actividad se volcó sobre un espectro lo suficientemente amplio que les permitió sacar adelante su negocio. Hoy su archivo en blanco y negro (formato 24x36) está repleto de gentes del pueblo, bodas, bautizos, reportajes industriales, sociales o deportivos. Lo que ahora enseñan no sólo descubre comportamientos y actitudes de las gentes de la época, incluidas las autoridades y las visitas de algunos notables, sino que reconstruye escenarios donde mandan los afectos y el recuerdo de los seres queridos, la mayor parte de ellos protegidos en los álbumes familiares. Las composiciones añaden al documento una interpretación naïf que engancha con los primeros fotógrafos ambulantes y sus extraordinarias cámaras de madera. Fotos para el recuerdo, pero también para la historia de la disciplina.
El visionado es variado, pero no disperso, ya que esta centrado en Durango y sus alrededores. La Iglesia esta representada por curas, monjas y feligreses que rezan arrodillados en un banco mientras dos niños saludan a la cámara; no falta el obispo rollizo ante el que se inclina un fiel para besar su anillo. Paradójicamente, el Ejército desfila con fusil y bayoneta calada ante el Café-Estanco La Paz. El deporte presenta pelotaris de cesta punta, partido de gordos y delgados, lucha libre y a Cosme Barrutia pedaleando presumiblemente en la subida a Urquiola. En lo rural está el probadero y sus apuestas papeleta en mano.
Son frecuentes los grupos de bodas, bautizos y banquetes de homenaje. El guardia civil posa junto a su esposa e hijos; tres generaciones de caseros lo hacen junto a las tres crías que acaba de parir su cabra como algo excepcional. Entre las fiestas encontramos el campeonato del mundo de tiragomas, la de la catequesis, el circo con los payasos o el torero sacado a hombros. Un recorrido muy aleccionador donde lo mismo vemos cómo se inaugura la alhóndiga catando sendos vasos de vino que a unas niñas haciendo gimnasia en el patio del colegio. Bellas fotografías en cuyo catálogo sólo falta una correcta identificación de los personajes presentes.
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