Madrid, interiores
Madrid es el principal escenario de la segunda entrega de las memorias noveladas de José Manuel Caballero Bonald, aunque el poder descriptivo del autor se recree más en Mallorca o en los fascinantes escenarios colombianos en los que asoma, indisimulada, cierta felicidad. En La costumbre de vivir (Alfaguara) hay otros paisajes: París, México, Cuba o Rumania, por ejemplo. O Barcelona: cuando habla de Barcelona se entrega a una lúcida reflexión sobre la ciudad de la gauche divine. Pero Madrid, donde las cosas sucedían de otro modo -'la gente de izquierda podía ser cualquier cosa menos divina', dice- es el lugar al que siempre retorna con desgana: un paisaje dominado 'por la grisura y la mediocridad agazapada en las torvas garitas de la dictadura, la miseria solapándose bajo las incipientes alharacas del desarrollismo, la sumisión indigna de los más'. Pasa el Madrid del franquismo por este deslumbrante ejercicio de memoria, con los debates y las controversias de ese tiempo, recordado por quien no trata de proclamarse otra cosa que un hombre que pasaba por allí, siempre alerta, y que exagera su timidez y sus torpezas. Un Madrid turbio, pero con 'algunos episodios amables de la vida cotidiana, esos hábitos de menor cuantía, esas minucias rutinarias que a veces colaboran en estabilizar cierto equilibrio sensible'. El Madrid de este libro de Caballero es un Madrid de interiores, de casas de amigos, de tugurios, cenáculos, calabozos, conspiraciones y tertulias, que se describe a través de lo que pasa, con sus almas en pena o con sus diletantes, extravagantes criaturas o ejemplos morales e inmundicias. Porque estas memorias también son un retablo de figuras descritas con acerada pluma, una pluma que cierta socarronería ilumina muchas veces, que en otras alegra la ironía y en la que el humor, lejos de aliviar la crítica, es siempre el dardo que con elegancia ahonda y hiere al referirse a una persona, a una obra o a sí mismo.
Pero a través de personajes que han configurado una parte de la vida de Madrid y de sus circunstancias se describe y se entiende mejor Madrid que en la crónica castiza, que por lo general la desnaturaliza. De Madrid es Juan García Hortelano, su más admirado amigo, del que hace una espléndida semblanza, pero Madrid es, sobre todo, el punto de encuentro de todos los amigos, vengan de donde vengan. Un Madrid que se va configurando en su acontecer por medio de la efectiva, atractiva y suntuosa prosa de Caballero y en el que él apenas se asoma a la ventana. Si acaso a la de la casa de Ángel González desde donde se observa impertérrita la estatua ecuestre de Franco que sobrevive a todas las calamidades frente a los Nuevos Ministerios. El Madrid que soportaba y luchaba contra el franquismo rara vez estaba en la calle, aunque también aparezca en estas memorias la manifestación fugaz y pronto reprimida; estaba más en los bares 'frecuentados por clientes equívocos, hombres y mujeres de rango suburbial, castigados por la vida y predispuestos aun sin saberlo a toda clase de fracasos'. Así, además de los bares pequeños y desconocidos o los figones de Ventas que 'representaban en cierto modo el anti-Madrid de los poetas profesores del 27' nos recuerda El Avión, de Hermosilla, el desaparecido Teide, el Gijón, Oliver, quizá Bocaccio, y tantos otros 'arrabales inmundos de la noche'. Es aquí donde Pepe Caballero afronta con cierta dureza la costumbre de vivir y donde malvive con naturalidad hasta hacerse propietario de su refugio del barrio de La Concepción -primera referencia hogareña- y, mucho más tarde, de la casa que hoy habita en las cercanías de la Dehesa de la Villa, con el paisaje de la sierra madrileña ante sus ventanas. Es en ese Madrid donde se despierta su conciencia política sin compulsiones y donde se hacen compatibles sus radicalidades con las sospechas y recelos con que vigila y rechaza él todo beaterío ideológico o literario. Es también el espacio del aprendizaje: 'En Madrid siempre menudeaban los aprendizajes que, como los libros, podían ser raros y curiosos'. Una torre de operaciones que apenas se describe premeditadamente, pero que aparece retratada en espacios privados, íntimos, secretos, periféricos o medianamente públicos. Quizá Madrid sea lo de menos, pero a través de la memoria personal de un hijo del siglo XX, narrada, como diría él, con los mejores aparejos, también percibimos el pulso interior del interesante laberinto humano, literario y político de la ciudad de los ministerios.
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