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Columna
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Jadeos de gloria

El pellejo de la política autonómica se deteriora, en paralelo a la que se despacha en el Gobierno central. Es un proceso irreversible. Se podrá parchear y resistir, por algún tiempo, con la sentina encharcada, pero el partido en el poder se va a pique. Y no será por el hostigamiento eficaz al que lo ha sometido una oposición demediada y enriscada en irresponsables banderías, sino por su propio agotamiento. El PP ha consumido sus reservas programáticas y apenas si tiene respuestas que ofrecer, a una clientela versátil, pero no tan indiferente como se ha pretendido con alevosía y un desprecio clamoroso. El espectáculo que se representa, no se compadece, en modo alguno, con el afán democrático de quienes han aupado, a cuantos ocupan parcelas de poder, no ya a la poltrona, sino al banco de trocear y desguazar y chalanear, amparándose ocasionalmente en una inmunidad, de muy dudoso empleo. Aquí nadie quiere dar explicaciones de nada; aquí un tipo con labia y pocos escrúpulos, se las ha bandeado a sus anchas, ha cortado por donde le interesaba cortar, y cuando se le ha visto la oreja se ha atrincherado, en la mayoría absoluta, como si la mayoría absoluta fuera, más que una legítima opción de confianza hacia una supuestamente incorruptible oferta política, respetuosa con la minoría, un tótum revolútum de turbias complicidades. Actuaciones así que resultan improcedentes e intolerables, ya están escociendo levemente aún la percepción social. Y esa escocedura cuando alcance su grado más sensible, puede dar un vuelco muy considerable al panorama actual, tan enrevesado como escandaloso.

Porque sorprende y provoca dudas razonables la obstinación del Grupo Popular en las Cortes Valencianas, con su negativa a constituir una comisión de investigación que esclarezca las vinculaciones de Morey con la Generalitat. El asunto Gescartera ya ha salpicado, con mayor o menor virulencia, al entorno inmediato del Gobierno y hasta el propio Gobierno, en las carnes del vicepresidente económico y a uno de sus ministros, ambos en la cuerda floja. Si como es presumible, nada tiene que ver Zaplana, en este laberíntico y contaminante asunto, nada pierde y sí gana mucho, si sale paladinamente a la palestra y da a los valencianos y a sus representantes políticos, las explicaciones que se le requieren. Pero en lugar de eso, y en consonancia con la habitual estrategia escapista del PP, para acceder a la exigencia, en una pirueta rocambolesca, meten en el mismo saco, sin que guarde relación alguna, la presunta financiación irregular del PSPV. Y Joan Ignasi Pla que está soltando, aunque con excesiva cautela, el lastre de la resignación que arrastra su partido, desde la época de la caverna, saca pecho y se presta a ser investigado, olfateado y registrado, siempre y cuando el president cante por lo melódico qué es lo que hubo, si hubo. Naturalmente, estas reticencias, estas cortinas de humo, no hacen si no engordar recelos y sospechas. Ahora, sólo falta que el fiscal anticorrupción, Jiménez Villarejo, decida su competencia en la denuncia presentada contra el contrato firmado por el Consell con Julio Iglesias. A Zaplana lo van a matar a disgustos los vocalistas y la fatiga de un proyecto agotado. Pongan atención y escuchen: jadeos de la gloria.

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