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Columna
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Maquillaje

Una de las actividades más subversivas que se han practicado en Afganistán en los años de sometimiento talibán son los maquillajes en tocadores clandestinos para las mujeres. Hasta estos camerinos itinerantes, improvisados en una habitación de una casa de la periferia urbana, han llegado muchas mujeres envueltas con la preceptiva funda de sofá para empolvarse la cara, pintarse los labios y mirarse en un espejo roto. A menudo, para no exponer a sus maridos, a quienes la ley del extremismo islámico señala como máximos responsables de los pecados cometidos por sus mujeres, se desmaquillaban allí mismo tan sólo unos minutos después de haber sido embellecidas por una esteticién, cuyo oficio sintetizaba uno de los actos de resistencia más vigorosos contra la barbarie talibán. Durante ese lapso de tiempo en el que se reflejaba su rostro maquillado en una luna rota la sensación de libertad era tan intensa que justificaba el puñado de rupias que costaba esa operación tan efímera. Otras, en cambio, se arriesgaban aún más y ocultaban el maquillaje debajo del burka para proyectar en casa ese fogonazo de libertad y sentirse muy bonitas con su familia. Pero si por el camino eran descubiertas por la tupida red de esbirros del mulá Omar, cuyo ayuno sexual les permite ver debajo del lienzo, ellas y sus maridos eran conducidos en un todoterreno japonés a uno de los campos de fútbol que financió la comunidad internacional tras la guerra con la Unión Soviética para pagar allí esta falta gravísima. Los maridos eran ahorcados en el larguero bajo la acusación de comunistas, mientras que las mujeres eran llevadas hasta el punto de penalti del campo contrario para descerrajarles la cabeza de un disparo sin más explicaciones, puesto que como seres inferiores ni siquiera merecían ser acusadas de nada. Sin embargo, muchas mujeres han continuado todos estos años acudiendo a esos salones de belleza prohibidos para empolvarse la cara y pintarse los labios, porque el mismo maquillaje que algunas feministas radicales de Occidente odiaban con toda su pericia, en Afganistán se había convertido en uno de los instrumentos de defensa de la mujer más subversivos y revolucionarios.

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