Un actor cae
- Piccoli. Quizá me ha gustado tan poco Vuelvo a casa, de Manuel de Oliveira, porque detesto ver caer a un actor. El actor, además, es el inmenso, indestructible Michel Piccoli, que en la ficción interpreta a un viejo actor francés que protagoniza en teatro Le roi se meurt, de Ionesco. Durante la función, al viejo actor le comunican una tragedia: han muerto, en accidente, su esposa y los padres de su nieto. El viejo actor intenta seguir viviendo. Se compra unos zapatos nuevos, pasea por París, acude al café de siempre, ensaya el Próspero de La tempestad. Su nieto, un niño de seis o siete años, se instala en su casa, una preciosa casa con jardín, en Passy. Una noche le llaman, apresuradamente, para que sustituya a otro actor en una película; una adaptación del Ulises de Joyce que dirige un cineasta norteamericano, al que interpreta John Malkovich. El ambiente del rodaje es gélido, y el director un pisaverde puntilloso que trata a los actores como si fueran marionetas. El viejo actor, que tiene que hacer el papel de Buck Mulligan, se somete a una humillante sesión de maquillaje; cuesta reconocerle bajo la peluca y con ese ridículo bigotillo. Comienza el rodaje, y el viejo actor, que hasta entonces había sobrevivido a la adversidad con una sonrisa, cae; no recuerda sus frases. Se agota, lucha, se obsesiona, pero no lo consigue. Uno piensa: se resarcirá, saldrá adelante, se convertirá en Buck Mulligan y ofrecerá la mejor interpretación de su vida. No. Quizá porque Oliveira también es viejo y lúcido, o viejo y cruel. Al final, el viejo actor abandona el rodaje y camina por París, perdido, y entra en un bar con el inicuo disfraz de su personaje, repitiendo las frases que no logra completar, como un alucinado, y vuelve a su casa. En el último plano, su nieto le ve subir las escaleras, con una fatiga infinita, derrotado. Quizá ese final sugiere que la verdadera tragedia para un actor no es la muerte, sino el blanco, el vacío, la eterna pesadilla recurrente de los cómicos.
Ese final sugiere que la verdadera tragedia para un actor no es la muerte, sino el blanco, la eterna pesadilla de los cómicos
Creo que fue Donald Wolfit quien dijo: 'Un actor no se retira, simplemente se derrumba'.
Pienso en Ian Holm, que sufrió el blanco, la caída, en mitad de una obra, cuando ya era un actor consagrado, y su pánico fue tal que no volvió a pisar un escenario en 20 años. Pinter logró arrastrarle de nuevo al teatro para protagonizar Moonlight, en el Almeida. Y pienso en Bódalo, el gran Bódalo, que también interpretó, como el personaje de Piccoli, El Rey se muere, de Ionesco, en el María Guerrero, y de quien se cuenta que era capaz de conmover al público con los más emotivos monólogos y, entre cajas, correr a escuchar los resultados del fútbol. Si algo admiro, si algo me maravilla, es la figura del viejo actor (o la vieja actriz) luchando contra la debilidad física, contra la pérdida de memoria, y saliendo, noche tras noche, a decir su texto, como el anciano pastor de Los comulgantes de Bergman: 'Pase lo que pase, hay que decir la misa'.
- 2. Stricht. Ahora, para saltar al lado soleado de la calle, otra historia de cómicos en lucha contra la adversidad. Una historia de lucha y triunfo. En este caso, su protagonista es una actriz, Elaine Stricht. Esta historia está filmada, puede verse: es el eje del documental que rodó D. A. Pennebaker en 1970 sobre la grabación del disco -el cast album- de Company, el musical de Sondheim. En el documental se nos muestra que hay poco tiempo para grabar el disco: el equipo de Company ha de abandonar el estudio de la CBS en un par de días. Dirigen la grabación Sondheim y el productor Thomas Z. Shepard. Ya se han grabado varios números corales cuando llega Elaine Stricht, una actriz madura, para registrar su tema estrella, The ladies who lunch. La Stricht, una pequeña leyenda de Broadway, hace su entrada besando a todo el mundo, con un perrito en los brazos y vestida de actriz trabajando: pantalones amplios, camiseta, sombrerito de playa.
Comienza el take de la canción, y a los que no tenemos un oído entrenado nos parece una versión fantástica, áspera pero poderosa. A la Stricht debe de parecerle lo mismo porque sonríe al acabar, satisfecha. Pero las caras de Sondheim y Shepard son un poema de desaprobación. 'Vuelve a empezar', le dicen. La Stricht repite. 'Vuelve a empezar'. Repite otra vez. Y otra. Al cuarto take se desespera porque no sabe en qué está fallando ni lo que quieren de ella. Se revuelve como una niña enfurruñada, patalea, les pide explicaciones. Sondheim le hace escuchar su take, grabado en un pequeño casete. La Stricht, entonces, comprende. Escucha su take como si escuchara a una principiante, y al final, furiosa, grita 'Wrong! Wrong!'. La canción está ahí, pero no está completa: le sobra aspereza y le falta ironía, elegancia, flexibilidad. Vuelve a intentarlo, sin éxito. Hay una elipsis brutal; ya es madrugada y oímos a Thomas Shepard, con voz inflexible, diciendo: 'Take 19'. La Stricht está agotada, deshecha. Cercano el amanecer, Sondheim le pone una mano en el hombro y le dice: 'Mejor lo dejamos por hoy. Vete a dormir, descansa, y mañana seguiremos'. La Stricht abandona el estudio de la CBS y todos nos preguntamos qué hará durante las horas que la separan del día siguiente. ¿Caerá como un leño en su cama, paseará por la ciudad, insomne?
A la mañana siguiente vemos lo que ha hecho. A primera hora ha ido a la peluquería y se ha maquillado. Llega al estudio con el peinado y el vestido y los pendientes de Joanne, su personaje en Company. Y sin perrito. Llega con una energía nueva, flamante, luminosa, y canta como si se hamacara en una bossa nova de lujo, compuesta sólo para ella por Burt Bacharach y Jobim, mano a mano. Su voz fluye ahora sin esfuerzo aparente, como el vuelo de un pájaro, un pájaro exótico. Esa es la versión que quedó registrada en el cast album de Company, la versión canónica. El disco, claro, no registra el brillo de triunfo en sus ojos, ni las miradas maravilladas de Sondheim y Shepard, ni los abrazos finales de los tres, saltando como críos en la cabina de grabación, victoriosos. También de esas grandezas gigantescas y efímeras está hecho el teatro, el gran arte.
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