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IMPACTO EN LOS MERCADOS
Columna
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Malas, buenas y malas noticias

Miguel Ángel Fernández Ordoñez

¿Qué noticias económicas vendrán de Estados Unidos? Antes del 11 de septiembre acudíamos al periódico para ver si continuaba la desaceleración que siguió al reventón de la burbuja financiera o si la política monetaria aplicada desde enero empezaba a tener efecto. No era fácil saber cuál sería el resultado del juego enfrentado de esos dos factores. Después del derrumbamiento de las Torres Gemelas se han añadido otros dos factores contrapuestos, la incertidumbre creada por los atentados y la aplicación de todos los instrumentos disponibles de política económica para estimular la economía. El hecho de que estos dos factores tengan efectos opuestos no significa que el resultado final sea el derivado de la suma algebraica de los mismos, sino que los efectos pueden sentirse de forma distinta a lo largo del tiempo.

Lo normal es que los atentados, las operaciones de represalia, las reacciones a las represalias, la posible desestabilización de algunos gobiernos, las amenazas de nuevos atentados, los posibles nuevos atentados, etcétera, consigan que la desconfianza y la incertidumbre predominen en el corto plazo. Lo lógico es que los próximos trimestres recibamos un aluvión de malas noticias económicas de los Estados Unidos como la disminución del crecimiento, el aumento del desempleo, la caída de los resultados empresariales, etcétera, pero también nos debería traer la buena noticia que acompaña a las recesiones, el descenso de la inflación.

En cuanto al impacto de las políticas expansivas, no deberían tener efectos en el corto plazo. Las políticas fiscales, tanto la reducción de impuestos como el aumento de gastos, tardan en implantarse y la reducción de tipos de interés suele tener efecto entre seis y 18 meses después de su aplicación. Pero, pasado ese tiempo, si se comportan como en el pasado, esas políticas acabarán provocando una recuperación de la demanda nominal y, si no hay presiones inflacionistas -que no debería haberlas porque los precios de materias primas o los salarios se moderan durante las recesiones-, ese aumento en la demanda nos traerá buenas noticias de crecimientos del PIB, del empleo y de los resultados empresariales.

Pero la dosis inyectada de políticas de estímulo ha sido excesiva. Hay que irse cuarenta años atrás para ver tipos de interés tan bajos y, mientras antes del verano se discutía qué hacer con el enorme superávit presupuestario heredado de Clinton, ha bastado una semana de histeria en el Congreso para que el superávit se haya esfumado y sepamos que habrá déficit en este mismo ejercicio fiscal. Estos excesos harán muy difícil que esa recuperación no acabe trayendo las malas noticias de la inflación e incluso que, como ha sido usual en el pasado, las autoridades ayuden a quebrar la recuperación.

Si el pasado es buena guía para el futuro, nos espera esta sucesión de malas, buenas y malas noticias. Pero si los agentes económicos -consumidores e inversores- creen que la política de estímulo acabará generando una recuperación, la duración de la recesión en la que está sumida ahora la economía americana puede acortarse notablemente porque esa anticipación infundirá una confianza que llevará a adelantar decisiones de inversión y consumo antes de que se produzca la recuperación en la producción. Las malas noticias pueden, pues, desaparecer antes de lo que esperábamos. Pero también los agentes podrían anticipar que esos excesos de la política de estímulo traerán inflación y desequilibrio exterior y no confiarían en que se alcanzara un crecimiento sostenido. Como, por otras razones, sucedió en Japón hace 10 años, la política de estímulo podría ser inútil y la recuperación no llegaría. Por todo lo cual, para saber si vendrán buenas o malas noticias de la economía americana, tendremos que seguir haciendo lo que hacíamos antes: leer los periódicos.

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