Mozárabes en Tierra de Campos

Los mozárabes llegaron en el siglo IX a las tierras de Castilla y de León, por aquel entonces despobladas por la invasión árabe de la Península. Sus huellas arquitectónicas, que recogen en buena parte la tradición visigoda, no son abundantes, aunque sí hermosísimas. San Cebrián de Mazote es un buen, y completo, ejemplo de ello. Y también, aunque desdichadamente más limitado, Santa María de Wamba, ambas en la provincia de Valladolid, a 41 kilómetros de la capital la primera, en la ruta que va de Medina de Rioseco a Toro. Ambas dentro de la comarca de los montes Torozo, que alzan su modesta altura, alrededor de los 800 metros, al sur de la infinita llanura de la Tierra de Campos.

Éstas son tierras inhóspitas, de clima duro y pueblos pequeños de adobe, que esconden tesoros artísticos insospechados. Y que jalonan fortalezas que se encaraman a los cerros recordando que otrora éstas fueron tierras de frontera. Urueña, por ejemplo, en la ruta que lleva a Mazote, guarda en su integridad su perímetro amurallado y un conjunto urbano que alberga, entre otros atractivos, dos insólitos museos: el etnográfico Joaquín Díaz y el de campanas. A la salida, merece algo más que una ojeada la ermita de Santa María de la Anunciada, del siglo XII, singular, e insólito en Castilla, ejemplo del estilo románico lombardo que prolifera en Cataluña y en Aragón. Por cierto, esta iglesia conserva varios arcos de herradura, prueba para muchos de una edificación mozárabe anterior. Buen anticipo de San Cebrián de Mazote, milagro de conservación y humilde joya de una arquitectura escasamente presente en el acerbo artístico español. Utilizando materiales anteriores, romanos y visigodos, sus tres naves están separadas por columnas de mármol que soportan los característicos arcos de herradura, de clara inspiración islámica, propios de este estilo arquitectónico. La cabecera con tres ábsides se remata con cúpula, y la nave central, de gran altura, está cubierta con una hermosa techumbre de madera. La influencia musulmana estaba también presente, lejos de la austeridad visigótica, en la decoración colorista de los muros que simulaban ladrillos. El conjunto es de una armoniosa luminosidad, equilibrado y mágico, que hace volar la imaginación hacia aquellos tiempos, a pesar de los pesares, de mestizaje artístico y religioso.

De la historia de San Cebrián de Mazote se sabe poco más allá de su origen, en el siglo X, y de su construcción, por monjes procedentes de Córdoba. Se dice que fue la primera población que reconoció a Fernando III como rey. Después, el silencio de los siglos, que, no obstante, dejan su huella en una espléndida Asunción de alabastro, de Inocencio Berruguete, y en un Cristo yacente, de la escuela de Gregorio Fernández, que algunos atribuyen al mismo maestro.

No lejos de allí, en el valle del río Hornija, junto a una vía romana, está Wamba. Su iglesia de Santa María también fue construida en la época de la repoblación. Aunque el templo es de estructura románica del siglo XIII, su cabecera conserva nítidamente su origen mozárabe con hermosos arcos de herradura que transmiten su personalidad a todo el conjunto. Conserva también una pila bautismal de ese estilo. Humilde en su belleza transformada por el tiempo, Santa María de Wamba no deja de ser una muestra inapreciable de una concepción de la arquitectura religiosa fuertemente influenciada por el islam, dominante en el sur de la Península. Merece una visita que, junto a San Cebrián de Mazote, permite acercarse a uno de los pocos estilos genuinamente españoles que se inscriben en la historia del arte.