El pasado como enigma y laberinto
A partir de su independencia de Gran Bretaña (1867) y, sobre todo, de su reconocimiento internacional como Estado soberano, lo que no tuvo lugar hasta después de la Primera Guerra Mundial, la mayor parte de la literatura escrita en Canadá ha estado centrada en la búsqueda de su esquiva identidad como nación. Una indagación llevada a cabo desde las dos lenguas mayoritarias, el inglés y el francés, y desde planteamientos y premisas extraordinariamente diferentes y personalizadas.
El hecho de que la literatura escrita en inglés sea la más difundida se debe, en primer lugar, a su más fácil distribución en el mercado interior de su poderoso vecino que es la potencia editorial más influyente del mundo. Pero también a una vitalidad y amplitud de temas y motivos suficientemente demostrada en la obra de autores que, como Robertson Davies, Mordecai Richler, Margaret Laurence, Alice Munro, Margaret Atwood, Douglas Coupland, Jane Urquhart, Carol Shields, Anne Michaels o William Gibson -por citar sólo algunos, muy distintos entre sí, de los publicados en España- han conquistado a muchos lectores fuera del ámbito lingüístico que les es propio.
INFANCIA
André Alexis Traducción de María de Calonje Muchnik. Barcelona, 2001 254 páginas. 2.300 pesetas
En las dos últimas décadas la novela canadiense en lengua inglesa ha dado cuenta también de la pluralidad cultural y étnica de nuevos autores que, igual que ocurre en Estados Unidos o el Reino Unido, han revitalizado la corriente general con la introducción de novedosas perspectivas y enfoques. A los nombres de autores como Bharati Mukherjee o Rohinton Mistry, también publicados en España, viene a añadirse el de André Alexis, un autor caribeño nacido en Trinidad (1957) y trasplantado muy pronto a Ontario, muy cerca de la frontera con EE UU.
Esa genealogía es sólo una de las características que Alexis comparte con Thomas MacMillan, narrador de su novela Infancia que, abandonado por su madre al nacer, es educado por su atrabiliaria abuela Edna MacMillan en Petrolia, al sur de Canadá. La primera parte de la narración, escrita en primera persona como si se tratara de una especie de carta-confesión por el Thomas adulto, está ambientada en los años cincuenta y sesenta y se centra en el casi desesperado intento del niño que fue por saber algo acerca de su madre -Katarina- y de sí mismo. Esa obsesión por saber le lleva a 'reconstruir' a su madre (y a su padre) a pesar de los silencios de su abuela, y a intentar encontrar a toda costa un orden (le fascinarán toda su vida los horarios, los catálogos) que calme la angustia del abandono inicial. Muerta Edna, el regreso de la madre con Mataf, su amante de turno, y su viaje conjunto a Ottawa -quizá la parte más tediosa del relato, aunque con un par de escenas divertidas- confronta a Thomas con el mundo tan diferente del científico-esotérico Henry Wing, fundamental en su evolución posterior.
Novela de aprendizaje acerca del desconcierto, la búsqueda de la identidad y lo inaprensible del pasado y la memoria, el narrador de Infancia pertenece a la misma estirpe que otros narradores posmodernos (podríamos citar los de Auster o Marías o Ondaatje): esos que retan al lector para que realice permanentemente una deconstrucción de su relato y encuentren de ese modo su sentido. Y lo cierto es que lo logra admirablemente.
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