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Envidar al destino

Al igual que Luna, la protagonista de la cinta, la directora y guionista de esta historia también se ha hecho a sí misma. La trayectoria profesional de Mónica Laguna se desmarca 'por completo' de la llamada nueva generación de cineastas entre quienes se engloba a Juanma Bajo Ulloa, Julio Medem, Alex de la Iglesia, Gracia Querejeta, Chus Gutiérrez, Álvaro Fernández Armero o Alejandro Amenábar, entre otros. Incluso formó parte durante un año de la llamada Plataforma de Jóvenes Realizadores de Madrid. Pero Laguna, licenciada en Ciencias de la Información por la rama de Imagen y Sonido, salvó un auténtico envite profesional a fuerza de 'colarse' en rodajes y aprender en ellos lo que no pudo en la Facultad, de la que no escatima críticas. 'Estudié imagen y sonido en un sitio donde no aprendes nada. No había equipos y siempre se estaba en huelga. Así que me dedicaba a recorrer Madrid en Vespino y cuando veía un camión de rodaje lo perseguía y me colaba y me ponía a ayudar. Me colaba y me echaban. Hasta que en una peli conseguí durar tres semanas de meritoria', rememora. Aquella película era de Gerardo Herrero, Al Acecho, y con ella conoció a un equipo de profesionales que trabajan ahora a sus órdenes.

Fue en un parón del rodaje de Al Acecho donde surgió la oportunidad para pasar de grabar en vídeo cortos caseros con sus primos al rodaje de uno: 'Hubo que parar una semana y yo aproveché para rodar mi primer corto, Sabor a rosas (1988). Después se continuó con el rodaje'. Aquel primer trabajo ganó cinco festivales que le aportaron la energía suficiente para pensar que a la gente podía interesarle las historias que cuenta a través de imágenes. Su segundo corto vendría en 1990, Quiero que sea él, protagonizada por El Gran Wyoming, y su primer largometraje, Tengo una casa, en 1995. 'Me lancé al primer largo porque ya nadie me llamaba para ser meritoria'. Juego de Luna es su segunda película y con ella ha conseguido, hasta la fecha, dos premios en el Festival de Cine de Málaga y en el Festival de Alfoz del Pí, en Castellón, respectivamente.

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