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VISTO / OÍDO
Columna
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Provincianos

Arzalluz en el Alderdi Eguna se mezcla en la pantalla con Bin Laden: el nuestro -si me permite que le llame nuestro: ¡es tan español!- queda más arcaico. Tampoco algunos de los hombres a la moda son mejores: el senador de Estados Unidos que fue a Roma a tratar con el rey afgano -qué tipos- llevaba una corbata con barras y estrellas.

No llega aún a eso Aznar; ni Arzalluz. Fraga, sí: todos recuerdan cuando llevaba anchos tirantes con la bandera española sosteniendo los inmensos pantalones que envolvían su tripa de gran comilón (no sé ahora, pero cuando he comido junto a él era un enorme tragón; y yo mismo, pero creo que con menos ansiedad, con más enseñanzas de las que me daban en casa en la mesa). Es más local.

Algo ha cambiado, aunque no tanto como se dice, después del inmenso crimen militar de las Torres Gemelas. Algo que de pronto deja a nuestros terroristas como idiotas provincianos, a los de Gescartera como torpes educandos de colegio de pueblo, y a los debates del Parlamento vasco como ruinas de patio de vecindad. No digamos el aspecto de las autonomías. Qué pena que grandes ciudades, grandes conglomerados humanos, viejas y serias culturas, hayan vuelto a ser la provincia condenada por el tiempo del madrileñismo oficial, del centralismo soberbio. Lo más asombroso es que lo han elegido ellos, o una parte de ellos, convencidos de que hay una cosa que llaman independencia y que es un equivalente de la riqueza, la libertad o la felicidad.

No es que esté en juego el centralismo de Gescartera o estas cortes soberanas de la comisión, o este gobiernillo corriendo detrás de los grandes para que mezclen el terrorismo contra ellos con el terrorismo contra nosotros; y los viajes de Piqué, creyéndose de verdad que es un ministro de Asuntos Exteriores capaz de mejorar a Abel Matute, mientras le van contestando que sí, que ya le echarán una mano, cuando saben ya que los terrorismos locales no les merecen la pena.

Bueno, todos tenemos nuestras ilusiones, y la mía es la de un internacionalismo demócrata, que es lo contrario de la 'globalización' y de estos tipos de gobierno de urna y mitin. Nada de eso va a cambiar, aunque haya ahora acuñadores de palabras, de 'nueva era' o 'nueva guerra', o de Armageddon y Caos; pero a la luz del inmenso incendio de Nueva York y entre el polvo dorado de 'las torres que desprecio al aire fueron', todos estos 'tomadores del dos', estos obispos avarientos, ese Arzalluz sacando el pecho o el Fraga plantígrado que se quiere aliar a los socialistas (supongo que, esta vez, no aceptarán) parecen fragmentos de película de dinosaurios.

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