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Crónica:VUELTA 2001 | Vigésima etapa
Crónica
Texto informativo con interpretación

A Casero se le agota el tiempo

Óscar Sevilla mantiene 25 segundos de ventaja sobre el valenciano ante la contrarreloj final

Carlos Arribas

David Plaza un entrenador ruso le enseñó a mantener recta la espalda en la bicicleta. Usaba el método de la regla. El ciclista madrileño debía estar dos horas sobre el rodillo, la espalda recta, paralela a la barra de la bicicleta. Si se salía ya fuera un milímetro de la posición marcada, reglazo que te va a la espalda. Así todos los días. Ocurrió en 1992, cuando el corredor del Festina era una de las grandes esperanzas para los Juegos de Barcelona. Dura escuela soviética. Disciplina. A Plaza se lo enseñaron para el llano, para convertirle en rodador escolástico, pero el mejor gregario de Casero demostró el valor de esas enseñanzas, de la rigidez, escalando, nada menos que subiendo el terrible alto de Abantos. Dos veces.

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Subía Plaza como en trance, inmóvil la espalda, la mirada fija en un imaginario horizonte, las piernas moviéndose cadenciosas, sin violencia. Detrás de él, como encantados por la fluidez de su ritmo, hechizados, todos los corredores que aún tienen un gramo de fuerza, capacidad para no dejarse doblegar por las paredes del 18% con que la subida a Abantos les daba la bienvenida aún por las calles de San Lorenzo del Escorial. Detrás de él, Ángel Casero, su líder, el ciclista al que se le agota el tiempo, Aquiles tras la tortuga a quien los últimos segundos se le hacen horas; detrás de él, también, pegado a la rueda de Casero, Óscar Sevilla, que ya no es tortuga, que resiste, que no se doblega. Que no se doblegó, que hasta dio la vuelta a la tendencia de las últimas ascensiones y hasta trató de alejar a Casero de su sombra. No se pudieron separar. Siameses. Los 25 segundos que desde hace una semana separan a ambos en la cabeza se mantienen fijos. Hoy, en la contrarreloj de Madrid, se acabará su historia. ¿Sevilla o Casero? Imposible de predecir.

Ángel Casero tiene la espalda flexible y la ambición a tono. Todas las noches, después del masaje, un especialista quiropráctico le trabaja las vértebras, 'me las cruje', dice el valenciano, acelera su recuperación, mejora su rendimiento. Le ayuda a ser mejor escalador. Con ello, y con el ritmo infernal con que Plaza asfixiaba a los demás en las dos subidas, Casero pensaba que tenía hecha la mitad del trabajo. Se trataba, primero, de aislar a Sevilla. Eso se consiguió. Fue el día malo de Pipe Gómez, y sus demás compañeros del Kelme apenas pudieron seguir a su líder en los momentos más importantes. Se trataba, después, de que Casero pudiera subir a ritmo sostenido, sin tirones de los que inundan la sangre súbitamente de doloroso ácido láctico y colocan al corazón al límite. El de Abantos no es el puerto favorito de Casero; con su inicio demoledor, su intermedio de recuperación y su final terrible, es el lugar que más temía el corredor del Festina.

El trabajo de Plaza le permitió limitar los tirones. Sólo los Jiménez, Simoni, Laiseka, Möller y demás escaladores en busca del triunfo de etapa u otros galardones, pudieron escaparse, en régimen de libertad vigilada, del tren de Plaza. También lo intentó, de forma más testimonial que real, Roberto Heras. Tampoco el US Postal, el equipo más fuerte junto con el iBanesto.com, fue determinante: su presencia no desequilibró en ningún momento, no influyó en el meollo de la etapa: ¿Casero o Sevilla?

El tercer deseo del Festina, el más importante, fue el que no pudo obtener. Se trataba de que Sevilla, el corredor agotado por el Tour, el ciclista que iba a menos, el escalador que perdió el cambio de ritmo en Andorra y la capacidad de reacción en Aitana, dijera definitivamente basta, no aguanto más. Era eso tan futbolístico de forzar el fallo del rival y aprovecharse de ello. Sevilla sufrió, no subió cómodo, pero no falló. Peor todavía, Sevilla, que se ha hecho escalador en los llanos de Albacete, se reencontró, aun mínimamente, con su cambio de ritmo. Lo enseñó a poco menos de tres kilómetros de la llegada, allá donde Abantos volvía a ser duro, en el mismo lugar en el que segundos antes Jiménez y Simoni se largaron a ganar la etapa. Forzó el ritmo Sevilla y Heras, primero, y luego Casero, tardaron en reaccionar. Se retorcieron los dos detrás del manchego. Luego Heras dijo basta, se abrió. Luego Casero dejó que la distancia entre su rueda delantera y la trasera de Sevilla creciera, y creciera algo más. Luego se acabó el terreno duro. El puerto se convirtió en un falso llano sostenido y se acabó la historia. Por delante, Jiménez, que trataba, sobre todo, de asegurar la clasificación de la regularidad, objetivo que conseguía entrando entre los tres primeros, llevó toda la marcha de la fuga final hasta la última curva, donde Simoni, el ganador del Giro, que buscaba justificar su Vuelta, le superó.

Hoy, entre Cibeles y la Puerta de Alcalá hay 38 kilómetros. Son la contrarreloj definitiva, la madre de todas las contrarreloj finales jamás disputadas. El primer cálculo dice que a Casero le valdrá con limarle a Sevilla dos segundos cada tres kilómetros para superarle en la general final aunque sólo sea por un segundo. Aunque parezca sencillo, una tarea factible para el potente rodador de más de metro ochenta que es Casero, es un trabajo del que no ha sido capaz en las dos contrarreloj llanas disputadas: en 54 kilómetros sólo obtuvo 24 segundos de ventaja, ha perdido dos segundos cada cinco kilómetros. Además, Sevilla tiene a Belda y sus añagazas psicológicas: 'Óscar saldrá sprintando, y como Casero vea en el kilómetro 10 que no le saca ni cinco segundos se vendrá abajo'. Aquiles y la tortuga, efectivamente.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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